El sábado en Olavarría hubo al menos 100 mil personas más de las previstas y murieron dos personas, según confirmaron las fuentes oficiales. La llegada a la ciudad y al predio fue tortuosa y caótica, al igual que la salida.
Hasta el lunes al mediodía, aún no habían hecho declaraciones públicas ni el Indio, ni su mánager y habitual vocero, Julio Sáez, ni los titulares de la productora En Vivo Group, antes llamada Chacal Producciones: los hermanos Marcos y Matías Peuscovich. El domingo, el intendente local, Ezequiel Galli, cargó contra la organización. “Esto no existe en el mundo. Ya no sé cómo llamarlo”, dijo el Indio cuando faltaba poco para el cierre del recital en Olavarría. Se refería a la magnitud del fenómeno que lo involucra. Nunca convocó tanta gente como el sábado: se habla de 300 mil personas o más, cuando se esperaban no más de 200 mil, y en una ciudad en la que viven alrededor de 90 mil. Un rato antes, el músico había dicho: “Tal vez sea apresurado, pero no sé si tengo ganas de seguir con esto. No me vengan con banderazos”. A sus 68 años y en lucha contra el Parkinson, ya era incierto su futuro sobre los escenarios. Es probable que gran parte de la concurrencia haya asistido por temor a no volver a verlo.
Los micros que salieron de la zona céntrica de Buenos Aires antes de las 8 del sábado llegaron a Olavarría –a menos de 360 kilómetros– casi 11 horas después, a las 18.30. Quienes conocen el ritual saben que parte del fenómeno es llegar con varias horas de anticipación y vivir intensamente la previa. Para muchos no pudo ser así: distintos accesos estaban colapsados y gran parte del trayecto fue a paso de hombre. De hecho, numerosos pasajeros bajaban a tomar aire y acompañaban la caravana de micros a pie por la banquina.
Una vez en la ciudad, los choferes de micros debían pensar muy bien dónde estacionarlos. Lo ideal siempre es que estén lo más cerca posible del lugar del show y en algún sector identificable para la gente. Lo cierto, sin embargo, es que a la tardenoche la saturación de las calles hacía que llegar con los vehículos fuera una utopía. Así, gran parte de la concurrencia tuvo que caminar alrededor de 10 kilómetros para acceder al predio de La Colmena, prácticamente sin señalización o indicaciones por parte de la Policía o personal afectado a la organización.
Miles de seguidores que habían puesto pie en Olavarría entre las 18.30 y las 19 recién pudieron entrar al predio cerca de las 22, cuando ya sonaba la danza guerrera de los indios Sioux –utilizada por el Indio como introducción de los shows– y, enseguida, las primeras notas de Barbazul versus el amor letal, aquella que la banda tuvo que interrumpir hace un año en Tandil. Esa marea que pudo arribar sobre la hora entró al trote o a la carrera, en el intento por quedar lo menos lejos posible del escenario, mientras varios, en la vorágine, se miraban y ya sentían la incomodidad que da encontrarse en un contexto desbordado. Entraron miles sin ticket, y otros miles lo tenían pero nadie se los pidió.
Para quienes nunca han ido a ver sus recitales, resulta difícil proyectar o imaginar las dimensiones físicas de muchos de los lugares en los que el Indio ha tocado como solista. El predio La Colmena es similar a un hipódromo o un autódromo: uno puede caminar 100 o 200 metros desde el fondo y aun así sentir que el escenario queda muy lejos. En el campo había 15 torres de sonido montadas, muchas de ellas con pantallas.
Si la ida fue ardua por la distancia desde la ruta, el regreso fue tortuoso, épico. En primer lugar, por el peligro y la angustia que significó el amontonamiento de espectadores en el reducido espacio marcado por las calles de un barrio de casas, lindero al predio. A esto debe sumarse la desesperación por querer salir rápidamente y no poder. Y en segundo lugar, por la dificultad de encontrar los caminos correctos para volver, sin señalización ni la ayuda de nadie, y por la enorme distancia a que a muchos los separaba de sus medios de transporte. Para dar una idea, por la avenida Pellegrini, una de las principales vías de acceso, hay desde la ruta hasta las inmediaciones de La Colmena aproximadamente 40 cuadras.
En el medio del caos, en una esquina ubicada junto a una salida del predio, un muchacho estaba subido a uno de esos caños en los se encuentran los carteles indicadores de las calles, y desde allí intentaba colaborar con la descongestión: estuvo al menos media hora gritando, pidiendo tranquilidad y que los de atrás no se apuraran ni empujaran; además, señalaba salidas alternativas para evitar que todo el público se dirigiera por la misma vía. A su manera, prestó un servicio valioso ante la falta de espacio y de orientación por parte de la organización. Era la caminata hecha Odisea, o la versión roquera y argentina de cruzar los Andes, el Mar Rojo o el Rubicón.
En la mayoría de las congregaciones multitudinarias, sean futboleras, musicales o de otro tipo, es frecuente que los asistentes se queden sin señal de celular. Eso, en un encuentro ricotero, es aún más probable. Pero en el fatídico camino de vuelta a los micros, por momentos la señal aparecía, y con ella, los mensajes de amigos, amigas, familiares que preguntaban con angustia.
A través de un escuetísimo mensaje en su página de Facebook, Virumancia, la mujer del artista, Virginia Mones Ruiz, escribió el domingo a la tarde: “Para las familias que esperan a los suyos, una vez más, de forma irresponsable y mezquina los medios están VENDIENDO pescado podrido. POR FAVOR NO CREAN TODO LO QUE SE DICE. Esperamos que con el correr de las horas todos vayan llegando a sus hogares. Viru”. Luego, hubo otro mensaje, en el que se ratifica el número de dos fallecidos y que agrega: “Estamos muy tristes y preocupados y queremos hacer llegar nuestro acompañamiento a las familias afectadas”. Al cierre de esta nota, había 1500 comentarios, entre los que se contaban apoyos al Indio y también fuertes críticas.
Meses después de aquella larga nota de 2004 en la que presentaba su primer disco solista, El tesoro de los inocentes, el cantante volvió a hablar por radio con Pergolini porque ya les había puesto fechas a sus dos primeros shows post-Redondos, los de noviembre de 2005 en el Estadio Único de La Plata. En esa otra entrevista, habló de su hijo, que por entonces tenía solo cuatro años y decía que quería llevarlo pero que no estaba seguro, por la magnitud del evento: “Lo que pasa es que no es un recital de Martha Argerich”. Un montón de asistentes al espectáculo de Olavarría no reflexionaron de la misma forma: allí hubo niños de todas las edades posibles e incluso bebés que no llegaban ni al año de vida.
La última canción, Mi perro dinamita, enganchado a Jijiji, terminó a las 0:35. Este cronista llegó a su micro a las 4 y a la ciudad de Buenos Aires, a las 16. La ruta tampoco estuvo fácil para el retorno. Por cierto, ese colectivo regresó con un pasajero menos de los que salieron: a las 6.30, esa persona aún no había podido llegar al punto de encuentro y tuvo que resolver su regreso de otra forma. Casos como ese, hubo cientos.