Con dos funciones agotadas los Illya Kuryaki se despidieron de su público en Capital Federal antes de reencauzar sus carreras solistas. Prometen editar discos en solitario antes de que termine 2017.

La palabra «familiar» es la que define con mayor precisión la unión artística entre Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur. La larga amistad entre sus padres es el conocido antecedente que permitió la química que hay entre los dos y que se materializa sobre el escenario: a la hora de rapear, se plantan frente a frente, mirándose a los ojos (blindados por anteojos negros), complementando sus exagerados pasos de baile e incluso secundándose en los errores.

Sobre el final del show, a Dante se le borraron las estrofas iniciales de Coolo, quedándose en silencio cual freestyler «ahogado» en una batalla de gallos. Emma también perdió el hilo, pero no el humor y bancó a su hermano, mientras la banda que tienen a sus espaldas (Matías Rada, guitarra; Mariano Domínguez, bajo; Pablo González, batería; Rafa Arcaute, teclados; Carlos Salas, percusión; Miguel Hornes, trompeta; y Juan Canosa, trombón) siguió tocando. 

El del sábado en Vorterix (con entradas agotadas) podría ser el último show de Illya Kuryaki & The Valderramas en Capital Federal, en mucho tiempo. El dúo anunció su disolución para retomar sus caminos solistas, con la promesa de editar sus correspondientes discos antes de que termine el 2017. Así, año y medio después del lanzamiento de La Humanidad o Nosotros, en poco más de dos horas dieron forma a un set que recorrió casi toda su discografía (ni un tema del fundamental Horno para calentar los mares, rareza absoluta que no se consigue ni en Spotify). Un mix entre lo más nuevo y lo clásico, desde el arranque: a la inicial Los Ángeles le siguieron Trewa y No es tu sombra, calentando lentamente el clima hacia un subidón latino / salsero con la triada Jennifer del Estero, Gallo negro y Ula Ula.

En este punto, tomaron sus guitarras por primera vez para sumergir las canciones en otra dimensión y luciéndose como instrumentistas. A la hora de manipular sus propias melodías, viajaron sobre su propio repertorio actualizando versiones y conformando medleys, como el bloque de funk ardiente de Jugo / Latin geisha / Guerrilla sexua. O el rap de vieja escuela en Onko LSD / Es tuya, Juan / Fabrico cuero. Más adelante, también tuvieron su momento en solitario, en una especie de adelanto de lo que viene: primero Dante, con la psicodelia deudora del rock argentino de los 70s plasmada en El árbol bajo el agua; luego, Emma y las grietas románticas de Abismo.

Lo familiar seguía flotando en el aire. No sólo porque los hijos de Dante y Emma agitaron todos los temas desde el anillo superior del teatro, sino porque el público también se siente parte de eso. Además de recibir algunos regalos «voladores» (anteojos, un destapador, una cadena «para cuando nos encadenemos en Plaza de Mayo pidiendo por nuestra liberación», bromeó Emma), subieron al escenario a un pibito de unos 4 años, lookeado con el chaleco de los “Gallos negros”, a quien sus padres bautizaron… ¡Dante Emmanuel! Se abre una nueva generación de fans para esta banda (ya superaron los 25 años de carrera) que todavía tienen cosas para cantar y decir, aunque vayan a abrir un segundo hiato en su historia. Aquí los esperamos para cuando quieran volver a encendernos.