«Sos el primer periodista que lo escucha. Es la primera nota que hago”, anticipa. Es un nuevo ciclo para “el pelado” y se nota. De buen humor, más filoso que nunca y con grandes expectativas, gracias a su álbum recientemente editado, se lo ve confiado y con ganas de recorrer todo el continente. “Es un disco orgánico, pero con mucha tecnología. Por eso se llama Tecnoanimal, porque el hombre está rodeado de plástico, pero sigue siendo animal. Hay algo todavía esencial, que son nuestras emociones”, aclara. No es casual que el productor haya sido el puertorriqueño Eduardo José Cabra Martínez –o “Visitante”, como se lo conoce a través de Calle 13–. “Él sacó mi mejor versión”, asegura.
¿Cómo fue trabajar con Eduardo?
– Fue muy lindo el encuentro. Grabamos en Montevideo, adonde se vino a vivir casi un mes. El chabón es muy relajado y no necesitaba imponer ninguna idea. Le mostré 84 canciones, y las que fueron al disco las eligió todas él. Hay seis que yo no hubiese seleccionado nunca y ni siquiera sé por qué se las mostré. Igual no me arrepiento de ninguna manera, porque él vio algo que yo no veía en mí y para eso está un productor. Él las produjo, les dio una forma y quedaron hermosas, como Mi tano amor, Qué será de vos, Pitito, El volcán y Odio y amor. Pensó el sonido e imaginó todas las canciones. Fue un regalo enorme haberlo conocido y haberme permitido entregarme a él de esta manera, al punto que cuando buscaba mi opinión, yo prefería ni participar. Con otros productores no había logrado eso. Aunque fuimos generando las condiciones, en el fondo me puse de acuerdo conmigo mismo. Me dije: “Le voy a dar todo el poder a él”, algo que ni siquiera hice con Gustavo Santaolalla. Gracias a su producción encontré al Cordera más creativo de toda mi vida. Pude cantar como nunca, armar las melodías como quería.
¿Qué propósito tenés con este trabajo?
– Intento describir el viaje de una mente que se revela a los arquetipos del viejo mundo. No lo digo por el paso del tiempo, sino por la resistencia que hay a lo nuevo. Esta cosa que hay en el fútbol, en la música, en la política y en las casas de las personas, que es el miedo a cambiar, a vivir. Creo que es algo inherente a la especie humana. Si le damos poder a ese miedo, podemos montar un gran proyecto como ser campeones del mundo, ser una empresa floreciente o convocar masas en la música.
Pareciera que buscás empoderar a quien te escucha.
– Es eso que nos dejan Messi, Usain Bolt, Federer, el Lanús campeón de este año o el Barcelona. Es la búsqueda de uno mismo. Una mujer en el año 1300 dijo en una corte que no había nada nuevo en el mundo salvo lo que olvidamos. Este disco tiene una necesidad muy importante de recordarnos quiénes somos. La intuición, la valentía, la osadía, el valor de atreverse a fracasar.
¿Qué sería el fracaso para vos?
– Haber fracasado como cuando me fui de Bersuit fue lo más interesante que me pasó en todos estos años que he vivido. Ese fue el fracaso más rotundo. Socialmente, el gran fantasma que tenemos todos es no ser reconocidos, que tus amigos no te admiren, el no formar parte, el llegar a tu casa y que tu familia te diga que te dediques a otra cosa para poder llevar algo a la mesa para comer. Yo experimenté todo eso.
Pero a vos te fue muy bien. Tu música es muy reconocida.
– Yo integré dos mundos. Competía contra eso y contra mí mismo. Después, afronté mi energía creativa a otro tipo de competencia para evolucionar. Puse a prueba mi fuerza y mi capacidad de aceptación y las emociones ante el fantasma del fracaso. A los tres meses de llenar el Luna Park con Bersuit, venían muy pocos a verme. De verdad, rompí públicamente toda mi estructura. Años después, acá estas.
«A los veintipico quería ganar guita, coger todo el día, reconocimiento alocadamente, tomar merca, hacer quilombo, eso que sentía en aquel momento para mí es viejísimo».
¿Te gusta lo que está pasando?
– La verdad que sí. Incluso, estoy cantando de otra manera. Siento que soy mi mejor versión ahora. Es el disco que más felicidad me ha reportado en mi vida. Te lo digo ahora antes de que suceda; este disco va a ser muy premiado y querido por la gente. Subo la expectativa aunque juegue en mi contra ¿verdad? Ahora está explotando la banda. Estoy en búsqueda de quebrar el paradigma de que una persona que inicia otro proyecto en la vida tiene que estar por debajo de la historia anterior. Ese análisis lo voy a hacer de tiempo a tiempo. Bersuit estuvo 21 años, La Caravana Mágica tiene solamente 7.
¿Dividís el tiempo en ciclos de siete años?
– Está clarísimo. Ahora, con este álbum, estoy entrando en un nuevo ciclo. Bersuit tuvo tres ciclos de siete. Los primeros son de crecimiento, luego de expansión y cristalización, y los últimos de decadencia. El pico fue en el 98, con la llegada de Santaolalla. Se venía gestando desde Don Leopardo, hasta que llegaron Libertinaje, Hijos del culo, De la cabeza y La argentinidad al palo. De ahí en adelante fue la decadencia. Ahora, con este álbum, estoy entrando en un nuevo ciclo. Se nota en la calidad, en la convocatoria, en la adhesión de la compañía (Sony Music), por lo que está pasando en Latinoamérica, por la vuelta de la gente.
¿Cómo es el mundo Cordera?
– Austero y ambicioso, por los recursos que necesito para lograrlo. ¡Es la ambición de la austeridad! [Risas]. Siento que hay mucho miedo. Una idea de mundo nuevo es donde la fuerza de la creatividad puede desplazar cualquier estrategia. Es un mundo en donde todas las fuerzas de seguridad y todas las armas que se inventaron ya no sirven porque hay gente que es capaz de suicidarse. Es hora de trascender el miedo instalado en nosotros. Yo quiero ganar, pero sin dar nada a cambio. Ganar robando, pisoteando o a las patadas no va más. Disiento también de la idea de los dioses. Hay muchos tipos. Está el que da lástima y se destroza con las drogas mostrando fragilidad, y entonces montones de personas lo aman. El dios que pudo demostrar que tiene el poder de convocar a la muerte en sus conciertos, o el dios que no aparece en ningún lado así no parece humano.
¿En qué creés?
– En todo lo que existe y sobre todo en el misterio, en lo que no puedo ver. Le doy entidad a lo que percibo y siento. La telepatía, la transmutación, la levitación, la sincronicidad. Las practico constantemente. Pienso en alguien, y de repente aparece. Eso es normal para mí. Estoy muy atento a eso. Hay una canción que se llama Pintó meditación.
¿Acaso meditás?
– Totalmente. Hay muchas maneras. Por ejemplo, jugando al ping-pong. Son dos horas donde entro en estado de conciencia alterada. Ni siquiera veo la pelota. Uso mi mirada periférica. Con la música, cuando puedo, también. Esos son los mejores conciertos porque ingreso a mis reservorios internos, fluyo. Puedo putear, bajarme los pantalones, puedo darle un beso en la boca a una mujer. Cuando pasa eso es que soy, es la esencia más pura. Ahí, todas mis fuerzas oscuras entran en juego y se revitalizan.
«Te lo digo ahora antes de que suceda; este disco va a ser muy premiado y querido por la gente».
¿Te quedan resentimientos del pasado?
– Aquellos que me ningunearon, que se jactaban de mí y que pensaron que era bueno sacarme de encima, al final me mostraron el reflejo de mí mismo. No eran ellos, era yo. Uso esa fuerza para levantarme.
¿En algún momento le diste la espalda a la época de Bersuit?
– Sí, cuando hice el duelo. De hecho, estuve años sin tocar esas canciones. Ahora las toco, aunque priorizo las mías. Antes, en cambio, las necesitaba y no lo hacía. Me banqué que vinieran 20 personas y yo ni siquiera tenía obra. Era la época de Suelto. Nuestros momentos de bises eran improvisaciones con guitarras criollas en vivo. Fue muy rica esa época, porque fue donde vi la posibilidad de extinguirme, y aun así me pude ver respondiendo con ganas, improvisación y creatividad.
¿Qué diferencias hay entre lo que sos hoy y lo que eras en aquel entonces?
– Ahora hago temas con el alma y con el corazón, a los 54 años. Sé que las canciones de Bersuit tienen una fuerza muy grande y una instalación social tal que siento a veces que es difícil que la gente se tome un espacio interior para escuchar esto. Es casi utópico. Aun así, sé que la fuerza que tengo es tan grande que se puede diluir esa nostalgia de que todo aquello fue lo mejor de nuestra vida. Nunca antes me sentí tan joven. No hay nada más nuevo para mí que tener la edad que tengo. Tener 30 años es viejo. Ya pasé por eso hace mucho. Lo bueno de la vida es transitar el instante exacto con las dificultades y los beneficios del momento. A los veintipico quería ganar guita, coger todo el día, reconocimiento alocadamente, tomar merca, hacer quilombo, eso que sentía en aquel momento para mí es viejísimo. Si ahora tengo que sostener una imagen coherente para el mundo del rock –tener toda la vida 33 y después morirte–, ese estigma no va conmigo. Mejor escuchen el disco.
¿Qué te pasa hoy con la política?
– La gran mente universal necesitó capturar a la gente y tomarla como capital político. Las corporaciones han elegido a diferentes personas en cada país para que los representantes de esas corporaciones vayan preparando a la clase media, que es siempre la más conservadora, para que sea objeto del capital político. Creo que hay personas que están todo el día en contra de Macri y otras en contra de Cristina, y después las encontrás hablando bien de sí mismas. ¿Te das cuenta de la esquizofrenia y la locura que vivimos? Fijate que Macri gana con el odio a Cristina o el miedo a que siga. Ahí es donde me pregunto si de algo concebido con el odio se puede esperar algo bueno. ¿Qué podés esperar entonces? No puedo responsabilizar a Mauricio Macri de lo que está pasando, porque él también, sin darse cuenta, es objeto del odio y del miedo de la gente. Y cuando hay odio y miedo es cuando las corporaciones avanzan y ganan. Ganan las tarjetas de crédito, los bancos, las empresas de seguridad, las armas, Monsanto, Barrick Gold, los Gobiernos provinciales avanzando sobre los pueblos originarios. Gana la dominación, una vez más.
Con esa visión, ¿cómo hacer para corregir el mundo?
– Hay que operar y consumir de otra manera. Igual yo no creo que las empresas sean buenas o malas. Tiene que ver con ser conscientes de cómo consumimos las cosas. Las mismas empresas analizan cómo cambia la gente y se dan cuenta de que no es por ahí. Hoy se están curando montones de enfermedades con apitoxina, que es veneno para las abejas y hace que las células malas del organismo se suiciden, no hay muchos apicultores con cáncer, fijate. ¿Qué pasa? Las abejas no pueden vivir en laboratorios. Otra más; en Nicaragua se está curando a la gente con el agua de mar. Ahí, los laboratorios tampoco fueron porque es un lugar muy pobre, sin embargo, no hay desnutrición infantil gracias a esto. Se está elevando el nivel de conciencia universal. El otro día, un millón de niños meditaron en Washington DC y había terminado la violencia en esa zona donde estaban. Saben perfectamente que el campo morfogenético y la información que vos dejás o un acto de amor está al alcance de todas las inconciencias, y desde ahí hay que trabajar. A lo que voy: la revolución ya está en marcha. La bioneuroemoción, las constelaciones familiares, las cartas ayurvédicas, la brujería, el chamanismo. Todo se está expandiendo con un poder impresionante. Esa es la contracultura de hoy. Hablás de ayahuasca y uno de cada diez que te escuchan sabe del tema. Ese y yo ya sabemos que no hay retorno. Eso es conciencia. Tengo huerta, casa de barro, compostera, cada vez somos más. Esto es lo que está pasando en el mundo como resistencia. Me van a querer matar por lo que estoy diciendo, pero no van a poder conmigo, somos muy difíciles de gobernar ya.