El disco se llama Las partes y tiene una hamburguesa, un helado y un vaso de jugo de naranja dispuestos en su portada. Misterioso e igualmente cotidiano, tentador y banal, ¿hace falta algo más para que la invitación sea suficientemente atractiva? El responsable creativo del álbum es Gonzalo Nehuén Martínez y su currículum incluye tres grandes discos como baterista de Lavanda Fulton y un interesante catálogo como parte del dúo Fideos con Tuco, un mutante electrónico junto a Leandro Pezzutti, de Las Cosas que Pasan. Pero eso no es todo. Gonzalo también grabó y ayudó a grabar a buena parte de la generación mendocina que hoy es la cosa nueva del rock argentino. Su mano (su visión) es parte de un legado en construcción, que cada vez dice más y mejor.
Las partes es la confirmación de ese trabajo sostenido desde hace algunos años y la necesidad de proyectarlo desde una identidad completamente nueva. Un intento solista por abarcar intereses diversos y paisajes que nacen de distintas motivaciones. Algo que queda explicitado en los primeros segundos del disco es que los sintetizadores y los climas rítmicos dirigen al resto de la orquesta. Todo el primer track funciona como lo aclara su título: Introducción a las partes es, en efecto, una punta de lanza. Atmósferas a base de delay, motivos melódicos en plan stoner y una base que recuerda a la intensidad de Morbo y Mambo funcionan como un anzuelo irresistible. Y es apenas el comienzo del viaje.
Fiel a su título, el álbum muestra las diferentes porciones de una mente musical amplia, que encuentra un lugar natural en la canción y también en el vuelo psicodélico. Bruselas dibuja retazos del imaginario Fulton y agrega el color de la voz de Gonzalo, que asegura haber dejado de fumar durante seis meses para grabar. De ahí en más, Las partes aprieta el acelerador y ostenta sus mejores cartas. La melancolía costumbrista de las melodías cantadas se entrelaza con desarrollos instrumentales que no economizan en cortes, efectos e intervenciones sobre el audio en plan deconstructivo. Lo que se pone en valor es, precisamente, cada parte de cada canción como unidad mínima de desarrollo estético. No hay rellenos ni decorados. Cada segundo justifica su inclusión, incluso cuando todo parece quedar al borde del abismo en el final de Elecciones, una síntesis elocuente de la pulsión transgresora de Gonza Nehuén.