Bob Dylan nunca revelará el misterio. En un tramo de sus Crónicas, sin embargo, echa un poco de luz sobre la piedra fundamental del origen mítico: su llegada a New York. “No había venido en un tren de carga –dice-. Había atravesado el país desde el Medio Oeste en un sedán de cuatro puertas, un Impala del 57. Un viaje de veinticuatro horas, durmiendo la mayor parte del trayecto en el asiento de atrás y charloteando el resto del tiempo. Con la mente perdida en intereses secretos”.
En algún departamento de Montevideo, Gonzalo Deniz tomó un lápiz y subrayó la frase final. No solo tenía el título perfecto para su primer disco. También tenía una estrategia. Eligió como máscara un personaje de Salinger y se apareció con una canción otoñal, en algún sitio entre Belle & Sebastian y Darnauchans. Luego se hizo un planteo ético que drenó una estética y, a partir de entonces, el candombe comenzó a subyacer en sus discos como una sintaxis. Con Planes, finalmente, llegó a la medida exacta de su destilado: candombe beat, canción de autor, paisajes sónicos y pop-rock. El paso siguiente fue dinamitar la fórmula.
¿Dónde dirías que está la punta del ovillo de Desastres naturales?
-En el verano de 2015 fui a Florianópolis y me llevé un libro con escritos de Jorge Lazaroff. Después, caminando por la playa, grabé una melodía con el celular y pensé que el próximo disco no iba a ser fácil de hacer porque ya me había planteado una premisa diferente: no solamente iba a tratar de hacer canciones que estuvieran buenas, sino que iba a tratar de romperlas. Tenía que encontrar otra manera de trabajar. A la semana me enteré que iba a ser padre y un mes después me mudé de casa. Ese sería el comienzo: todo el disco lo compuse en mi casa nueva, esperando a mi hijo.
A diferencia de tus otros discos, Desastres naturales tiene al ritmo como protagonista. ¿Bailás? ¿Te gustaría que la gente baile en tus shows?
-Me gusta bailar, pero nunca me siento cómodo haciéndolo en los lugares donde hay gente bailando, entonces me reservo esa actividad para cuando estoy en mi casa. Solo o con mi familia. He estado en conciertos donde la gente baila y es maravilloso. No fue un disco pensado para que la gente baile, pero está basado mucho en el ritmo y en las repeticiones. En lo mántrico se necesita mayor duración para generar una especie de trance, aunque en el disco es como si hubiese recortes de cosas más extensas que nunca se desarrollan. Sería muy lindo si la gente lo baila, aunque hay canciones un poco intrincadas para seguir con el piecito.
Desastres naturales es un título apocalíptico que contrasta con el temperamento medido del disco. ¿De qué habla?
-Me junté con Matias Paparamborda, que es un artista visual, escritor y amigo, porque necesitaba saber de qué hablaba el disco y cómo podía ser la parte visual. Escuchó las maquetas, y además de que había una canción que se llamaba “Desastres naturales” (que finalmente quedó afuera), le dije que era un posible título. Le gustó y empezamos a desentrañar de qué estaban hablando las canciones. De aquellas conversaciones se desprendió esta idea: los desastres naturales entendidos ya no como los terremotos, maremotos o todo aquello que uno encuentra cuando googlea, sino como las pequeñas o grandes tragedias cotidianas generadas por la causalidad. La condición humana de generar cosas maravillosas y lo que viene implícito en esa condición: arruinarlas.