El campo del Estadio José Amalfinati está lleno. Las tres pantallas —dos a los costados del escenario y una en el fondo en forma de rombo que simula la tapa de Concrete & Gold, el último disco del grupo— muestran a Dave Grohl corriendo de una punta a otra, sacudiendo su larga melena negra. Sin palabras de por medio, Foo Fighters toca Run, All My Life, Learn To Fly y The Pretender, una atrás de otra. Todas son golpes certeros. Nadie está quieto. El combo de canciones se apoderó de la individualidad del público y lo convirtió en una masa colectiva que no deja de saltar. Grohl los tiene en donde quiere y lo sabe. Para dar el remate final del primer asalto, dice: “Están acá porque les gusta el rock & roll, ¿no? Nosotros podemos hacerlo toda la noche si quieren”.
El nivel de euforia se mantiene con The Sky Is a Neighborhood y Rope, hasta que el show llega a su punto más bajo con una zapada en la que Taylor Hawkins imita con su batería las melodías que Grohl improvisa en guitarra. El juego se extiende demasiado y termina en un solo interminable de Hawkins sobre una plataforma que lo eleva a metros del suelo. Su talento es indiscutible, pero el momento es abrumador. Después, el baterista toma el micrófono por primera vez para hacer Sunday Rain, el tema que lleva su voz en el último álbum.
Foo Fighters tiene más de veinte años como banda y se nota. Con el tiempo se convirtieron en unos de los grupos de rock más populares y una de las razones principales de su éxito es el carisma de Grohl y su elocuencia: ese es el arma más poderosa, un arma que por momentos es capaz de hacerle a sentir a su público que es el mejor del mundo. “¿Ustedes son los fans más ruidosos no?”, dice Grohl, la frase que más repetirá una durante las casi tres horas de recital.
Llega el momento de presentar a la banda. Entre chistes, al mejor estilo de un stand up guionado, Grohl introduce a cada músico. El guitarrista Chris Shiflett es el primero. Saluda, y empieza a cantar una versión rabiosa de Under My Wheels de Alice Cooper para dar comienzo a una seguidilla de covers. Con unos golpes en su bajo, Nate Mendel le da paso a Another One Bites de Dust; el tecladista Rami Jaffee estrena el mashup que el grupo inventó con Imagine de John Lennon y Jump de Van Halen: Pat Smear —otro exNirvana— despunta Blitzkrieg Bop de Ramones y Hawkins demuestra el alcance de sus agudos con Under Pressure de Queen junto con Grohl en batería.
“No sé si lo sabían, pero hoy es la última noche del tour; creo que si hubiera sido la primera, el resto habrían sido muy tranquilas”, dice Dave Grohl. Algunos le creen y lo ovacionan eufóricos. Otros, acostumbrados a los halagos del frontman, se ríen como si fuera una broma. “¿Quieren una canción de amor cursi?”, agrega, y empieza a cantar un tema que dice: “Argentina te amo, Argentina te conozco hace mucho tiempo”.
Es la cuarta vez que el grupo toca en nuestro país —las primeras dos fueron en River en 2012 y la tercera en La Plata en 2015—, y el feedback con público argentino es tan alto, que le da a la banda suficiente espalda para hacer lo que quiera. Incluso cantar una canción cursi de amor a Argentina.
El centro de la lista de temas está destinada a los fans más acérrimos y se concentra en sus clásicos: Big Me, Breakout, Monkey Wrench, Generator y Times Like These, que empieza solo con Grohl en guitarra en una versión íntima y estalla al final cuando el resto de los Foo se le suman en un estribillo. De las veintidós canciones, solo se escucharán cuatro de su último trabajo, uno de los más flojos de su discografía. Sin embargo, las nuevas también se corean como clásicos.
El grupo desaparece del escenario. Las luces se apagan y las pantallas muestran a Grohl y a Taylor discutiendo en el backstage. Grohl mira a la cámara y pregunta si quieren otro tema. Se hace rogar un rato, y la banda regresa para hacer Dirty Water, This Is a Call y una demoledora Everlong. Grolh promete volver. Y por más que uno no quiera, se hace muy difícil no ceder ante su encanto y creerle.
Problemas en entrada
La apertura de las puertas estaba anunciada para las 17:00, sin embargo, recién pasadas las 18:00 se permitió el ingreso. Cuando Queen of the Stone Age salió al escenario a las 19:25, sobre la Avenida Juan B. Justo había más de diez cuadras de cola. Más tarde, en Twitter aparecerían quejas de distintos usuarios que decían que hicieron más de dos horas de fila. Muchas de esas personas fueron solo para ver al grupo de Josh Homme, pero cuando lograron entrar, la banda había terminado su set de diecisiete canciones, que empezó con My God Is the Sun.
El grupo de Homme acompañó a Foo Fighters durante toda su gira sudamericana, y al igual que ellos, estuvieron presentando su nuevo disco, Villains. Feet Don’t Fail Me, The Way Used to Do, Domesticated Animals y The Evil Has Landed fueron los temas de su más reciente trabajo que eligieron para presentar en vivo. Rodeados por unos tubos de luces leds verticales como única escenografía, los QOTSA dieron un show crudo y salvaje —mención aparte para el baterista Jon Theodore— dejando en claro que no necesitan mucho más para conquistar a un público ajeno.
HOY FUI AL HOTEL A BUSCAR A FOO FIGHTERS PERO TERMINAMOS HABLANDO CON @CHANOTB
queremos las 200.000 entradas que nos prometiste (?) pic.twitter.com/G6cUTpSVlZ— iaru (@iaruu_bon) 7 de marzo de 2018
Hasta en la foto de la obra social la voy a usar #davegrohl #FooFighters pic.twitter.com/FMzB8RtYas
— Gonzalo Benjamin ✌ (@GonARG_xD) 6 de marzo de 2018
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