Durante varios segundos, Emilio del Guercio se queda en silencio. Está sentado en el comedor de su departamento de Palermo, mira hacia arriba, con las dos manos frente a su cara, y piensa. “Recuerdo que fue muy lindo”, atina a decir. Está hablando de la primera edición del B.A. Rock, de la que participó como miembro de Almendra. Para aquel entonces, la banda que había fundado tres años antes junto a Luis Alberto Spinetta, Edelmiro Molinari y Rodolfo García ya se había convertido en una de las más importantes de la escena y fue la encargada de cerrar una de las jornadas en el velódromo porteño. Piensa unos segundos más, y continúa: “Fue lindo tocar en un festival grande con otras bandas, porque había una corriente de camaradería, sobre todo en esa época, que sentíamos que estábamos empujando una idea. Lograr convocar a un público masivo de ese modo fue muy gratificante”.
La carrera musical de del Guercio es nutrida, pero discontinua: después de Almendra, lideró Aquelarre, grupo de blues progresivo clave de principios de los 70. Vivió un tiempo en España y a su regreso publicó su primer y único disco solista, Pintada, de 1983, un trabajo de tintes folklóricos con el que cosechó infinidad de elogios. Luego se mantuvo alejado del mundo discográfico: se dedicó a la pintura y al diseño, y en la última década condujo el programa de televisión Cómo hice, dedicado a emblemas del cancionero popular argentino. Actualmente, a los 67 años, se reencontrará con el estudio para grabar su esperado segundo álbum. “Ahora soy un señor mayor, pero el espíritu que tengo es el mismo que está reflejado en el primer disco de Almendra”, confiesa. Antes, el 23 de junio, se presentará en La Trastienda para hacer un show en el que promete repasar clásicos de toda su historia musical.
A pesar de los planes futuros, el recuerdo de los años del B.A. Rock es inevitable: la noche anterior a esta entrevista se había realizado el Acusticazo en el Gran Rex, y del Guercio fue invitado a participar en el final para cantar La balsa junto a Litto Nebbia y una docena de colegas. “Siempre es lindo encontrarse con compañeros de esa época. Es como que estuvimos en la misma trinchera. Si bien todo lo que hemos hecho ha sido con mucho placer y gusto, también fue muy bravo luchar contra la hostilidad de los medios. Cada uno de nosotros sintió que estaba librando una batalla por el arte”.
¿Por qué una trinchera?
– Era un ambiente de lucha. No estábamos flotando en la cordialidad, el mundo era bastante áspero para nosotros. Ir a la televisión era terrorífico: querían llenar un espacio con muchachos de pelo largo que hacían algo raro, pero ni les interesaba probar el sonido. A nosotros nos interesaba que sonara bien. Me acuerdo de que cuando tocamos en Sotano Beat [programa de televisión juvenil de los 60], querían ponernos chicas á go-go para bailar al lado nuestro, y nosotros no queríamos… fue un gran error, ahora sí querría [risas]. Pensábamos que era una forma de vulgarizar lo que hacíamos.
Solés afirmar que a Almendra hoy se lo ve como clásico, pero en su momento fue rupturista, ¿en qué sentido lo decís?
– En general, lo que se hacía para el público joven era absolutamente pasatista y vacío de contenido. Nosotros tratábamos de ingresar elementos más profundos, buscábamos salir de esa zona de la vulgarización, de pensar que la música era solamente un pasatiempo. Cuando éramos más chicos, teníamos una visión sacralizada de nuestro trabajo, pero en realidad, como dijo Luis, con el tiempo te das cuenta de que estás ayudando a decorar el alma del mundo, pero no es que una canción va a generar un cambio en un país.
¿Cómo se conectaron con Spinetta en esas mismas intenciones de hacer algo más profundo?
– Yo conocí a Luis cuando tenía 13 años. Cuando entré al colegio secundario me encontré con un pibe, empezamos a hablar y nos dimos cuenta de que compartíamos muchas cosas. Es difícil de determinar por qué en un grupo humano tenés más empatía con unas personas que con otras. Se produce de una forma mágica, como si fuera una polaridad, una atracción. Cuando conocí a Luis, resulta que él dibujaba y yo también, le gustaba la música y a mí también. Había un universo de intereses comunes. Y eso se consolidó cuando aparecieron los Beatles. Fue impresionante, produjo una amalgama. Éramos como hermanitos. Además, con Luis también nos criamos en el campo de la canción con la misma matriz.
¿Cómo definirías esa matriz?
– Básicamente, es una intuición melódica. Para nosotros una buena canción tiene una narrativa melódica clara. En una segunda etapa incluimos el trabajo sobre lo armónico, que le da un ambiente mucho más atractivo. Pero nos hicimos como artistas sobre la base de la construcción de lo melódico. Después, Luis eligió un camino, y yo, otro. Son caminos que tienen puntos en común, pero diferentes. Si bien en Aquelarre había un poquito del espíritu de Almendra, se expresaba de otro modo, pero la construcción de la melodía era fundamental.