Cuatro varones y una mujer conforman el quinteto Andersen: cinco hermanos rubios, con facciones de Europa del norte, conviven con la música desde chicos, desde los años en que aún vivían en Necochea, sobre la costa Atlántica. Tres amigos suyos completan El Plan de la Mariposa, ocho músicos que hace sonar guitarras, bajo, batería, pero también violín, flauta y teclados. Recientemente editaron su tercer álbum, Danza de antalgia, y este año ya telonearon a La Vela Puerca en el Luna Park, estuvieron en el Taragüí Rock, en Corrientes, y lanzaron un video en 360 grados, el del tema La lanza de mi fe. El 14 de noviembre estarán en el Mastai, en la ciudad bonaerense de San Pedro.
Además, el año pasado realizaron lo que llamaron “el viaje de la isoca”, un recorrido por numerosas provincias argentinas y un par de países vecinos, en un vehículo equipado con 14 camas, que incluyó presentaciones en vivo en diversas ciudades y pueblos.
Su música aborda distintos géneros y climas, ellos mismos han dicho que podría llamarse “rock libre”, y contiene letras existencialistas, psicodelia y melodías con tintes épicos. Sebastián Andersen, cantante de la banda y hermano de Camila -la otra voz del grupo-, Valentín, Santiago y Máximo, habló con Billboard del presente que atraviesan.
¿Qué implicó la grabación de Danza de antalgia?
Encaramos ese proceso después del “viaje de la isoca”. Fue nuestra tercera experiencia de grabación. Volvimos con mucha energía, pero sin un peso, así que nos pusimos a tocar para juntar algo de plata. Estuvimos trabajando seis días en Necochea con Luis Volkoff y después grabamos en los estudios Panda y Tónica. Mezclamos todo en una consola analógica en el estudio El Abasto.
Antalgia refiere a la ausencia o falta de dolor, ¿cómo apareció entre ustedes la palabra y la idea para titular el disco?
En una rama de nuestra familia hay muchos médicos. Y una de nuestras primas nos mencionó la palabra. Su abuela estaba enferma, y nosotros veníamos de atravesar el fallecimiento de nuestra madre, con todo lo que significa. Más allá de eso, no es un disco bajonero, sino que decimos que es para bailar el dolor. El movimiento antálgico es algo que te alivia el dolor, algo que te puede sugerir un médico. Nosotros lo planteamos como una danza, hay historias para sanar y soltar, y que vivan por el aire.
Hace un tiempo hicieron lo que denominaron «el viaje de la isoca», en una camioneta grande junto a Jeites y QKI Dones. ¿Podés contar esa experiencia?
Lo hicimos en una camioneta de 12 metros de largo, con un motor 11-14 y 14 camas dentro. A lo largo de tres meses, hicimos 10 mil kilómetros: anduvimos por Córdoba, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy, Chaco, Corrientes, Misiones, Paraguay y Brasil. Después de pasar por Matinhos -un poco al norte de Curitiba- y Florianópolis, volvimos. En ciertos momentos llegamos a ser 20 personas. Conocimos mucha gente, abrimos puertas. Compramos la camioneta, o colectivo mejor dicho, hace algunos años, todo podrido y roto. Lo arreglamos, le pusimos las camas, baño y cocina, y le arreglamos el motor. Íbamos a todos lados con sonido, listos para tocar en cualquier lugar donde se presentara la oportunidad, y así fue. Había mucho margen de error y aún así salió muy bien.
Ocho personas integran la banda, y cinco son hermanos. ¿Cómo es la convivencia?
Creemos que el hecho de ser hermanos resulta muy positivo. Hay mucha unidad familiar, y eso nos ayuda, y nos ayudó sobre todo al comienzo, a traccionar el proyecto musical. Además, el ambiente familiar se ha transferido a los integrantes que no son Andersen. Al ser ocho, no hay forma de aburrirse.
Se caracterizan por combinar instrumentos característicos del rock, como guitarra, bajo y batería, con violín, flauta, teclados y otras percusiones. ¿A qué responde ese amplio abanico sonoro?
En casa, cuando éramos chicos, había un violín, un acordeón y un piano. Eran instrumentos de nuestros abuelos y bisabuelos, que no eran músicos pero tocaban cuando volvían de trabajar. Así que se dio, no fue algo planeado, sino más bien ancestral.
En su música se ven elementos de rock, folk, funk y otros géneros. ¿Qué música escuchan?
En casa se escuchaba León Gieco y [José] Larralde, y con el tiempo fuimos incorporando otros sonidos: algo de reggae, algo de metal, ritmos latinos, rock nacional, desde Los Piojos y Ciro hasta Los Redondos, pasando por Bersuit, Massacre, Divididos, Lisandro Aristimuño y Octafonic. También escuchamos a los Stones, los Beatles, The Doors, Bob Marley; mucho rap, como KCO, SFDK, QKI Dones; Seu Jorge, música brasileña en general. Y mucho más.
Tienen antepasados daneses, ¿han investigado la música folklórica de allá?
Nuestro apellido es Andersen, así que por el lado de nuestro viejo hay antepasados daneses. Nuestros bisabuelos vinieron cuando eran muy chicos, eran inmigrantes de la época de la Primera Guerra Mundial, se agruparon en Necochea. En el sur de la provincia de Buenos Aires hay muchas colonias descendientes de daneses, y apellidos terminados en “sen”. Por el lado de nuestra madre, hay irlandeses, escoceses y vascos. Tenemos tíos a los que les gusta escuchar música típica, bailar folklore danés, y primos del lado de mi vieja que se interesan por las melodías irlandesas. En toda esa mezcla hay violines, flautas y acordeones, aparecen un poco esos colores.
Foto: Santiago Ropero