Él Mató A Un Policía Motorizado acaba de publicar su esperado LP, grabado en los estudios Sonic Ranch, de Texas, en el que la banda dio el gran paso definitivo en la transformación que se venía gestando en sus anteriores trabajos breves luego de La dinastía Scorpio.
¿Por qué eligieron Sonic Ranch [el estudio de grabación de Texas, Estados Unidos] para grabar el disco?
Teníamos las ganas y los ahorros como para grabar en un estudio más grande, con otra técnica, y se lo comentamos a Edu Bergallo. Él propuso dos ideas: una era Sonic Ranch y el otro era un estudio en San Luis que también se encuentra en el medio de la nada, y la idea era estar en un lugar así, con la cabeza puesta cien por ciento en el disco. Investigamos un poco Sonic Ranch y nos pareció increíble. No llevamos nada, usamos toda la instrumentación del lugar. Tenía todas las comodidades, alojamiento, comida. Eso también nos ayudó a decidir, cuando hacías el cálculo, Sonic Ranch se hacía barato en comparación con el de San Luis.
¿Qué significa para ustedes, a esta altura, el trabajo realizado junto con Eduardo Bergallo?
Tiene una paz para hacer las cosas, una energía increíble. Él transmite esa energía y nos dio una comodidad inmediata, de confianza y buena onda, pero siempre a la máxima calidad. Con este disco terminamos de descubrir lo genio que es el chabón. Una de las cosas que más me sorprendió fue que era el primero que se levantaba, el último que se iba a dormir y estaba trabajando todo ese marco, jornadas gigantes y hasta el último momento con la misma energía que en el principio. Concentración, estar activo, escuchando, eso me parece sobrenatural, paz de jedi, con la barbita y todo. Cada disco que pasaba descubrimos lo capo que era, pero acá la rompió.
¿Cuán claro tenían hacia dónde ir con el disco nuevo?
Antes pensábamos “Esta canción está buena, démosle la forma, lo básico, no agreguemos más nada porque ya está bien así”. Nos gustaba esa crudeza y ese minimalismo. Esta vez dijimos “No, empecemos a darle vueltas, agregarle puentes, detalles”. Fue divertido hacerlo. Empezamos a encarar el disco hace dos años. Grabábamos, escuchábamos, volvíamos a grabar, cambiábamos las cosas. Había temas que tal vez estaban cerrados, los apartábamos por un momento para ver si aparecía otra nueva versión que nos gustara más, o por ahí, en esa nueva versión aparecía algo que le podíamos agregar a la otra.
El arte de La síntesis O´Konor pega un salto grande respecto de lo que venías haciendo.
Acompañando esos cambios que habíamos generado desde lo musical, también estaba la idea de la estética; que fuera un cambio fuerte. Primero, la idea de que fuera una foto; veníamos con mucha ilustración. Después, esta estética medieval que en un principio yo tenía metida en la cabeza, pero sabía que iba a chocar un poco, había que ver cómo iban a reaccionar los chicos, pero les gustó enseguida y le dimos para adelante. El armado de la sesión es algo que tampoco habíamos hecho; la sesión con dos chicas, conseguir la ropa, armar la personificación. Compré dos réplicas de espadas.
¿Cómo te vienen las ideas para componer? ¿Primero hay una melodía, una frase?
Primero busco el chiste de la canción, de la letra, y después empiezo a encarar. Tengo un problema: por lo general, guardo muchas melodías, y las letras van como persiguiendo por detrás esa melodía. Es complejo, porque las tarareo y las grabo para no olvidarme. En ese tararear, tienen una forma, pero cuando empiezo a meterles palabras, empiezan a variar: la acentuación las hace cambiar. Entonces, hay un doble juego: primero, que las palabras y las ideas te gusten, que lo que estás contando esté bien; y después, que entren bien en esa melodía que ya tenías registrada.