«Soy gay −declaró David Bowie−. Y siempre lo fui, incluso cuando era David Jones«. Cuando balbuceó esas ahora inmortales palabras en la edición del 22 de enero de 1972 de la revista inglesa Melody Maker, el novato músico acababa de lanzar Hunky Dory y ya estaba dándole a su interlocutor una probada de su hito del glam rock, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars, de junio de 1972. El parlamento británico recién había despenalizado la homosexualidad en 1967; la vida gay en los Estados Unidos todavía no tenía ni tres años de vida.
No fue la primera estrella pop del Reino Unido en revelarse homosexual (fue Dusty Springfield, en 1970); pero David lo hizo cuando estaba recientemente casado con Angie Bowie, meses después de convertirse en el padre del futuro director de cine Duncan Jones. Él lideraba el camino a la hora de contextualizar el pop a través de la identidad LGBT. La canción de Hunky Dory, Queen Bitch, está cantada en lengua vernácula gay (“She’s so swishy in her satin and tat!”; en castellano: “Está tan loca en su satén y porquería”) desde la perspectiva de un participante en la vida gay y puesta sobre acordes de guitarra chillonas claramente tomados de The Velvet Underground, que más tempranamente habían relatado este mundo de género mutable a través de sus lazos con Andy Warhol, sobre quien también había compuesto una canción en Hunky Dory.
Ese mismo año, Bowie asimismo tuvo un hit en el Reino Unido con John, I’m Only Dancing, un tema lo suficientemente sexual como para ser considerado muy extravagante para ser lanzado en los Estados Unidos hasta que salió en la colección ChangesOne- Bowie, de 1976. Ahí fue cuando Cameron Crowe logró que Bowie le dijera a Playboy “Es cierto, soy bisexual. Pero no puedo negar que haya usado ese hecho muy bien”.
Para entonces, el glam de Bowie había transformado a Elton John de baladista serio a roquero Technicolor; le había dado al ex-Velvet Lou Reed su primer exitazo (Walk On The Wild Side); había sacudido el pop británico para que saliera de su depresión post-Beatles a través de los roqueros glam Sweet, Slade, T. Rex y tantos otros; y había formado las últimas adquisiciones del fundador de Elektra Records, Jac Holzman, antes de que le diera las riendas a David Geffen: ellas eran Jobriath, que eran más caprichosamente geniales, y Queen. Y a través de su éxito radial con Young Americans y Fame, Bowie reforzaba las primeras conexiones del disco con los clubes nocturnos clandestinos gay y desafiaba a la música soul. Usaba su posición de outsider no solo para ser impresionante; también construía puentes.
Pueden apostar que su influencia en el travestismo de los New York Dolls y su apoyo a Mott The Hoople (él compuso y produjo All The Young Dudes) y a Iggy Pop similarmente abrió el camino de lo que sería el punk. Y cuando se hizo electrónico a fines de los 70, engendró a Gary Numan, The Human League y la escena del nuevo romanticismo de Culture Club y Duran Duran. De repente, la escena new wave inglesa estaba llena de vástagos de Bowie tanto masculinos (Spandau Ballet) como femeninos (Annie Lennox, de Eurythmics) que llenaron las primeras playlists de MTV. Incluso Grace Jones, ícono del disco, actualizó su locura cuando hizo un cover de la canción Nightclubbing (Bowie−Pop), que permitió las transgresiones pop actuales de Lady Gaga y Janelle Monáe.
“Me encantó cómo desafiaba a la gente sobre cómo se representaba el género”, dice Adam Lambert sobre las contribuciones de Bowie más allá de la música. Casado con Iman, una mujer somalí- americana, desde 1992, Bowie les hizo saber a los héteros no convencionalmente en pareja que su inconformismo también era genial. Todos podían ser héroes, cada día.
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