“Me hubiese encantado terminar el show en vivo a través del vivo de Instagram, pero en la habitación del hotel, el Internet no anda bien. Perdón”, escribió John Mayer en un InstaStory, después de tener que cortar su concierto por la tormenta. Apenas habían pasado 50 minutos cuando el show acabó.
Casi una hora antes de que el diluvio alcance al Hipódromo de Palermo, el escenario queda a oscuras. Una luz en el fondo lo ilumina cuando en las pantallas gigantes de los costados aparecen letras blancas sobre un fondo negro. Son como los créditos de una película, pero se trata de los nombres que se cargan al hombre a The Search for Everything Tour,la gira con la que John Mayer viene a presentar su último disco a Argentina.
La frase “Capítulo 1: Full Band” aparece en las pantallas, y después, John Mayer, peinado con jopo, y luciendo sus lentes de marco ancho y la Fender turquesa. Dispara los primeros acordes de Helpless, la canción con la que viene abriendo este tour y cuya intro remite a los Rolling Stones.
Basta una canción para que Mayer tenga todo bajo control. Desde su guitarra sale un ritmo siempre sensual y funkeado, preciso. Hay algo extraño con su música, algo que podría ponerse en paralelo con su imagen: el tipo tiene todo para ser un rockstar y sin embargo, se asemeja más a un nerd con algunas dosis de rebeldía, como tener tatuado casi todo un brazo. Al mismo tiempo, es un virtuoso en la técnica, y tiene la capacidad de construir melodías de gancho pop y llevarlas a rítmicas de distintos géneros: desde el funk al blues, pasando por el folk.
Cuando termina el tema, empieza el clásico “olé, olé, olé”, y Mayer acompaña. Toca su guitarra al ritmo del agite y después engancha Moving On and Getting Over en una versión que se vuelve ranchera. Más tarde hablará de la ternura que el cantico le despierta. “Lo voy a empezar a usar en mi vida cotidiana, cuando haya sonidos incómodos. Incluso, lo puedo usar en alguna cita”.
Tras un primer capítulo bailable y funky pop, llega el siguiente acto: Acoustic. Ahí está Mayer, solo en el medio del escenario, cuando caen algunas gotas. Este segmento del set se vuelve intimista y JM aprovecha para hacer todo lo que puede con su acústica. Arranca las canciones con introducciones largas, se extiende en los puentes y se pasea por climas variados: le mete variaciones rítmicas, virtuosismo y exageración de show de estadio.
Hay un corte y en las pantallas aparece un video. Ahí está él, hablando del bajista Pino Palladino (ex The Who y trabajó con Sting) y del baterista Steve Jordan (que giró con Eric Clapton). También están los últimos dos, hablando de Mayer. Todos coinciden en lo extraordinario que es tocar los juntos. Entonces, Capítulo 3: Trío. Humo, sonido vintage de potencia valvular, gris en las pantallas. Es el momento de mayor magnitud del show, y suenan canciones como Vultures y Cross Road Blues.
Cuando ese trío arrollador está en su momento más inspirado, una ola de tierra y arena empieza a cubrir el lugar. Después una gota, dos, tres, y el diluvio se lleva puesto todo en un par de minutos. Corto, urgente y eficaz: casi como una metáfora natural de la noche de John Mayer. Así, cuando todavía faltaban alrededor de 8 canciones, el cantautor estuvo obligado a terminar su show abruptamente.
Antes del agua
Cerca de las 19 horas, cuando el predio lucía como una kermese (el escenario se alzaba a lo lejos en el campo, y había los puestos de comida y cerveza), Loli Molina dio comienzo a la noche con sus canciones multigenéricas. Con la difícil labor de conquistar a un público disperso, el show de Loli tuvo momentos en los que cumplió su cometido.
Más tarde fue el turno de Rodrigo y Gabriela. En su segunda visita a Argentina, los mexicanos –una especie de Jessie & Joy abocados a las guitarras– metieron clima de espectáculo a la noche. Con las pantallas mostrando en primer plano la guitarra de Rodrigo Sánchez –enfocada por una cámara ubicada en el clavijero– la previa se convirtió en una clase abierta de virtuoso guitarreo latino.