Florence and the Machine perform at Lollapalooza held at Hipodromo de San Isidro on March 19, 2016 in Buenos Aires, Argentina.Los gritos de “Florence, Florence, Florence” que llegan desde el público se van apagando poco a poco con el comienzo del riff de guitarra de Rabbit Heart (Raise it Up), hasta desaparecer por completo. “Buenos Aires ¿volarían con nosotros?”, dice Florence Welch con los brazos en alto y las manos abiertas hacia el cielo. “Queremos ver la mayor cantidad posible de gente sobre los hombros de otros. Si están con alguien y lo quieren, lo aman o acaban de conocerlo, quiero que lo levanten”, agrega mientras da saltos juguetones. Segundos después, el Hipódromo se llena de gigantes de más de dos metros de alto, lo que complica la visión de los que no aceptaron el pedido de la cantante.
Es la noche del sábado y Florence & The Machine está cerrando el Main Stage 1 en la segunda jornada del Lollapalooza Argentina. Florence —descalza y con un vestido color salmón con volados— baja del escenario, corre hasta el mangrullo de sonido por el pasillo que forman las vallas, y se trepa para continuar cantando desde ahí arriba. Cuando termina, baja y vuelve a correr, pero esta vez se detiene delante de sus fans y se coloca en la cabeza una corona de flores que tiene una chica de la primera fila. En ese momento, las pantallas muestran a Florence subirse a una valla para quedar al alcance de los fans que se desesperan por tocarla, mientras ella sonríe con cara de sorpresa.
Pasadas las 22, en el inicio de su presentación, Florece apareció junto a su banda para dar comienzo a un show épico de pop rock barroco —con lluvia incluida— que inició con la seguidilla What The Water Gave Me, Ship to Wreck y Shake It Out, y que terminaría una hora y media más tarde con Dogs Days Are Over —en la que hizo volar una bandera argentina por los aires a lo Soledad Pastorutti—, What Kind of Man y Drummig Song.
Como una obra de arte extravagante personificada en una mujer de 29 años, Florence genera misterio, sensibiliza y logra una conexión especial con el público que es difícil de explicar con la razón. Sus gestos teatrales, su voz fina e impactante y la música casi orquestal que la acompaña actúan como un conjuro del que se hace difícil liberarse, pero del que dan ganas de volver a quedar hechizado.
Fotos: Diego Fioravanti