
“Solo quiero decir que, si te estás volviendo loca, te tomes un respiro”, dice Esperanza Spalding. La cantante y bajista de jazz se sienta en el hotel Avalon de Beverly Hills, iluminada por una ventana que da a un pequeño patio. El pelo le llega hasta los hombros, y lleva puesto un saco naranja salvaje y lentes dorados. Destacarse no es una novedad para la mujer de 31 años, pero ella parece más radiante después de tomarse dos años sabáticos tras cosechar una pila de Grammy. “Me sentí abrumada por las cosas que no me estaban satisfaciendo –dice–, cosas que se suponía que tenía que hacer para mi carrera. Paré y dije: ‘Déjenme volver a las bases’. No tenía planes para el futuro, hasta que escuché a Emily tocar la puerta”.
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