La muerte, como dijo Horacio Buscaglia, es el mejor sponsor de todos. Tres años atrás, Ulises Butrón sacó uno de los discos de la cosecha. Le puso Lejos y lo pobló con diez canciones profundamente emotivas, sofisticadas en la medida exacta del dolor: algunas tenían días, otras se remontaban al inicio de su relación con la música. La tapa estaba llena de estrellas y reclamaba silenciosamente un lugar en la constelación del rock argentino. Nadie se dio por enterado. La mañana del 21 de enero, sin embargo, los medios y las redes sociales explotaron con la noticia de su fallecimiento. La voz cinematográfica de Tanguito, el autor de “Héroes anónimos”, el guitarrista exquisito. ¿Qué hubiera pensado Butrón de su nueva reputación? La respuesta, mi amigo, está flotando en el viento de la hipótesis.
En rigor, toda su primera música es hipotética. En los tempranísimos 80, Butrón fue uno de los avanzados que clavaron la bandera para el año cero del under porteño. Mientras Los Violadores daban sus míticos conciertos en Le Chevalet y Virus recibía los naranjazos del Prima Rock, Butrón sellaba una alianza avant-garde con Daniel Melero. Sabemos que bautizaron su dúo como David Vincent y que estaban fascinados con los trabajos de Eno y Fripp, pero no llegaron a editar nada. Obsesionado con los clasificados del Expreso Imaginario, Melero contestó un célebre aviso de Richard Coleman (“Busco tecladista equipado que escuche Ultravox y Brian Eno”), y aquel dúo devino rápidamente en la formación de SIAM. El grupo también quedó inédito, pero le permitió a Ulises conocer a dos grandes aliados. Durante ese período germinal donde Soda Stereo se estaba probando a sí mismo como quinteto, tanto Butrón como Cerati y Coleman orbitaban alrededor del mismo centro: tres tipos que, como apuntó Claudio Kleiman, “redefinieron la función de la guitarra eléctrica en el contexto del rock nacional”.
A su manera, fue un big bang. En un puñado de meses, Soda Stereo se radicalizó como trío, Melero armó la primera alineación de Los Encargados, y Butrón, junto a Isabel de Sebastián y Coleman, comenzó a recorrer el circuito con las canciones de Metrópoli. El horizonte del rock argentino, para entonces, estaba cambiando a toda velocidad. La Guerra de Malvinas, el Festival de la Solidaridad Latinoamericana y el desembarco de la democracia lo habían puesto bajo la luz del reflector. Charly García grababa su disco en Nueva York (nacía la estrella de rock local) y Sumo era uno de los números estables del Café Einstein (nacía el under como definición ética). Butrón, en ese nuevo contexto, pudo llevar su música desde el laboratorio hacia la radio.
Ya sin Coleman en la formación, Metrópoli editó Cemento de contacto (1985). Además del hit “Contractura”, el disco incluyó “Mujeres aburridas”, una canción con música de Butrón y letra escrita en colaboración entre Fabiana Cantilo y De Sebastián para el repertorio de las Bay Biscuits. Detrás de su gesto cínico, ese tema escondía un reclamo y un antecedente para Butrón. Su sensibilidad artística, desde entonces, dialogó francamente con las artistas mujeres. No solo en su propia banda (resulta notable verificar que, en la cúspide de la primavera democrática, tenían un rol importante la propia Cantilo, Diana Nylon, Celeste Carballo, Viudas e Hijas de Roque Enroll, María Rosa Yorio, Chany Suárez, etc.), sino como músico, compositor y productor. Su estética como artista, alejado del arquetipo del guitar hero, propiciaba ese encuentro.
Aunque Viaje al más acá (1986) incluyó un hit de la estatura de “Héroes anónimos”, Metrópoli se fue desmantelando como una cápsula en ingreso a la atmósfera. Al final, Ulises ya tenía otros asuntos que atender: el último tramo de los 80 significaría el engrosamiento de su foja de servicios como guitarrista y band leader. Así, Luis Alberto Spinetta lo convocó para tocar en las sesiones de Privé (1986), se integró a Zas durante su período de estadios, grabó el clásico Ey! (1988) con la banda de Fito Páez y dirigió musicalmente el show de Sandra & Celeste. Para cuando la década anunciaba su cierre, Butrón sintió el llamado de sus propias canciones.
“Le pusimos ʽLa Guardia del Fuegoʼ porque el fuego es esencial –decía Butrón en 1990, entrevistado por la revista Humor–. El calor, la polenta. Y ʽla guardiaʼ porque yo quiero cuidar realmente eso. Quiero cuidar la pasión y ahora pongo la cara: canto”. Más inclinada hacia el rock clásico, la música de La Guardia del Fuego sintonizó con un período de revisionismo. Alentado, por un lado, por la invocación de Canción animal, las ediciones en CD, las colecciones de medios como la revista Noticias y la publicación del libro de Víctor Pintos dedicado a la historia de Tanguito y los orígenes del rock argentino. Por otra parte, merced a dos asuntos centrales que tuvieron a Butrón como actor clave: el éxito de El amor después del amor (donde fue guitarrista) y el estreno de Tango feroz (donde se ocupó del soundtrack). Aquella escalada precedió una caída tan delicada que casi nadie la advirtió.
A mediados de los 90, La Guardia del Fuego se desarmó y Ulises comenzó a oscilar entre su trabajo como productor, la grabación de su disco Viajero (1997) y sus distintas formaciones como solista. Una de ellas, un combinado donde tocaban María Gabriela Epumer, Andrea Álvarez, Claudia Sinesi y el tecladista Matías Mango. En 1998, recibió un reconocimiento inesperado cuando Catupecu Machu grabó “Héroes anónimos” y poco después se reintegró a la banda de Páez, pero se venían tiempos duros. Ulises armó y desarmó Índigo, entró y salió de un psiquiátrico, batalló contra sus adicciones y, aunque Triangular alcanzó cierta reputación, el grupo se disolvió sin pena ni gloria.
Para entonces había perdido muchas cosas, pero nunca su sentido de la camaradería. Esa conciencia no solo lo había lanzado a la fundación de UMI, sino también hacia el cariño incondicional de todos esos amigos que lo llamaban “Tío”. No casualmente el 21 de enero, apenas se dio a conocer la noticia de su muerte, llegaron en tropel los mensajes de los colegas. El largo viaje de Ulises había tocado su final. “Yo me llamo Ulises Abel, un nombre con una carga bastante fuerte –dijo en una entrevista para Página 12–. Toda esa cosa de estar 30 años fuera de tu casa, de lo difícil que es volver al hogar, mientras pasan los años, pasa la gente, cruzando los mares atado al palo mayor con las sirenas. Toda esa cuestión mitológica te marca: no sos José. Yo me llamo Ulises”.