Muchas cosas pueden decirse de Frank Zappa y de su inmensa obra de casi 80 discos. Los detractores lo tildan de pretencioso. Sus seguidores, de genio absoluto. Sin embargo, todos aclaman su innegable capacidad compositiva, que abarcó conocimiento de tantísimos géneros como fueron desarrollados a lo largo de la historia. Esa misma fusión de ideas y sonidos lo hizo único e irrepetible. Cuando murió, a fines de 1993, el mundo que lo supo apreciar pensó que el recuerdo más fiel de su obra quedaría únicamente recordado a través del material discográfico.
Pero por suerte había alguien para llevar la antorcha de la música en vivo: Dweezil Zappa, el segundo de los cuatro hijos de Frank, que desde 2006 hace Zappa Plays Zappa, un tributo a la música de su padre.
Luego de girar por el mundo durante años, por primera vez pisó nuestro país, realizando dos presentaciones, en Vorterix y en el Ópera. “Estamos muy contentos de estar aquí. Tomó su tiempo, pero lo hicimos”, dijo Zappa Jr.
Como la visita se dio en el marco de la gira de celebración de los 40 años de One Size Fits All – el último disco que Frank hizo con The Mothers Of Invention – interpretaron el álbum completo, empezando con la genial Inca Roads, para cerrar la primera parte del show con Sofa No. 2.
Siguieron dos horas más de show, donde tomó un poco de toda la carrera del compositor vanguardista. “Hay tanto material genial para tocar que es difícil elegir”, confesó el guitarrista. Pero la elección fue sabia. Sonaron hits, algunos rockeros como Willy The Pimp, otros más bluseros como Cosmik Debris, e incluso hubo lugar para temas más orquestales en modo big band como The Grand Wazoo.
La banda estuvo a la altura para ejecutar las exigentes piezas de Zappa. Dweezil es un excelente guitarrista por derecho propio. No pretende parecerse a su padre, lo cual que puede sonar como timidez y falta de carisma en contraposición a la fuerte personalidad que demostró siempre Frank. Pero lo que se vio en el Ópera fue a un instrumentista sólido y sonriente, que disfruta de lo que hace.
Está acompañado de cinco músicos versátiles que lograron reproducir todos los sonidos. Ben Thomas se lució en guitarra, percusión y vientos, y fue el encargado de canalizar la mayoría de las voces masculinas –incluyendo la de Frank– que integraron alguna vez la banda del maestro, ya sea en su carrera solista o con los Mothers. Scheila González, en cambio, recreó las imponentes voces femeninas, al tiempo que demostró su habilidad con los teclados y los vientos. Chris Norton, a su vez, aportó desde las teclas, con una paleta que incluyó xilófonos, Hammond y Fender Rhodes. Y la sección rítmica, a cargo de Ryan Brown y Kurt Morgan, en batería y bajo, respectivamente, se mostró sólida, con momentos brillantes como Dancin’ Fool, y The Black Page #2, donde sostuvieron un groove fantástico.
El tributo a Frank Zappa cerró su primera aparición en la Argentina con Muffin Man y su riff casi metálico; y con la melodía de Black Napkins, una de las piezas de guitarra solista más complejas que compuso Frank, yuxtapuesta y desenvolviéndose lentamente, dándole un sonido épico al final. Esperemos que no sea la última vez que este tributo visite nuestro país. Aun con tres horas de show, todavía queda tanto más para escuchar y explorar de la obra de uno de los vanguardistas más importantes que tuvo no solo el rock, sino la música contemporánea en general.