Fueron tres noticias en apenas tres días. Todas, directa o indirectamente, tendrán injerencia en la oferta de vinilos. Primero fue el anuncio del Instituto Nacional de la Música sobre la recuperación de todo el catálogo del sello Music Hall tras dos décadas de conflictos judiciales. Esto significa que unos 1.500 títulos volverán a manos de sus autores o herederos: Serú Girán, Pappo’s Blues, León Gieco, David Lebón y Astor Piazzolla son algunos de los involucrados. Esta libertad de acción para decenas de artistas locales facilitará la edición de sus obras en este formato en apogeo.
Al día siguiente, el portal Generación B informó que el Grupo Laser Disc comenzará a fabricar vinilos en nuestro país, concretamente, 40 mil unidades a partir de abril. De esta manera, seríamos uno de los pocos países del mundo que tendría una planta para fabricarlos. Y por último, Warner y Universal anunciaron que importarán unas 30 mil unidades de títulos internacionales, entre clásicos y novedades.
Es difícil medir el impacto que la fiebre del vinilo tiene entre los amantes del buen sonido, porque algunos detalles vinculados a cómo se fabrican actualmente obligan a poner algunos reparos. Parece ser un secreto a voces, pero lo cierto es que la mayoría se graban en audio digital de 24 bits. ¿Qué significa esto? El audio está tomado de un máster ya digitalizado, por lo cual perdería los atributos sonoros que tiene, caracterizado por su sonido análogo.
Gustavo Gauvry –fundador del mítico estudio de grabación Del Cielito– lo explicó mejor en su cuenta de Facebook, después de criticar la noticia sobre la fabricación de vinilos en Argentina: “El audio digital, como es una representación numérica de la señal de audio, está limitado entre 20hz y 20khz por una cuestión de practicidad. Se supone que ese es el límite de la audición humana (algo no del todo demostrado porque los sentidos no son tan definidos, ni son compartimentos estancos). El vinilo, y todo audio analógico, no tiene ese límite, no está recortado en frecuencias. Por lo tanto, hacer un vinilo de un audio digital con esas limitaciones, sumadas a las propias del vinilo como es el volumen, es absurdo. Prefiero un CD.”
Javier Malosetti se planteó una duda similar el mes pasado, cuando a través de un video casero probó que el audio de la última reedición de Don Lucero, de Luis Alberto Spinetta, no fue tomado del máster original, sino del CD. Para esto se basó en los tres compases que fueron quitados de la canción Oboi en aquella edición del disco compacto, y que siguen faltando en este relanzamiento.
Sabiendo que la mayoría de estos discos hoy se editan con el audio digital, su valor real se distorsiona. “El vinilo es tacto, vista, olfato y el gusto de volver a tenerlo en las manos. Pero oído, no.”, comentó Juanchi Baleirón, de Los Pericos, en el mismo post que escribió Gustavo Gauvry, desnudando entre líneas un concepto que parece tabú para los consumidores actuales del vinilo: el fetichismo.
La buena experiencia sonora y la fiebre por este formato son dos caminos paralelos. Mientras el primero siempre existió como minoría dentro de la industria, el segundo se alimenta del amor por el objeto y el deseo de materializar experiencias del pasado.