Migos invadió el Chateau Marmont. Es la noche de los Grammy. La bulliciosa pero ordenada multitud se reunió en el hotel similar a un castillo de Los Ángeles para ver al trío rapear su hit Bad & Boujee. El líder de facto del grupo, Quavo, está usando Gucci de pies a cabeza. Junto a su primo Offset y su sobrino Takeoff, que están vestidos con trajes hechos a medida, cantan tripletes al unísono. Los miles de dólares en oro y diamantes rebotan siguiendo el beat. En frente de ellos baila y grita las letras Chance The Rapper, ganador del Grammy al Mejor Artista Nuevo, Mejor Álbum de Rap y Mejor Intérprete de Rap, y coanfitrión de la fiesta post-Grammy de GQ. Con cada exclamación de “Dat way!”, apunta a un lugar distinto del cielo. En tanto, Katy Perry y una hueste de famosos están de fiesta también, pero todo gira en torno al trío que capitalizó sobre un éxito viral, firmas elegidas y canciones absurdamente pegadizas sobre pasar de hacer crack en Atlanta a, bueno, en Hollywood.
Este es el lugar de Migos: todavía no están en la noche más grande de la música, pero tienen un pie adentro. Chance brilló en la ceremonia (y Beyoncé fue ignorada), y Migos pasó el día en un universo paralelo alegre celebrando sus éxitos, que no parecen requerir validación alguna.
Pero los elogios que recibieron dicen mucho del mismísimo nexus que ocupa Migos, con su cadencia propia apareciendo en versos de imitadores brillantes como Drake y Kanye West. Al mismo tiempo, la NFL y Hillary Clinton acogen su invento, el dab, mientras que sus cuarteles generales –Atlanta e Internet– definen la cultura. En enero, Donald Glover –nativo de Atlanta– agradeció al trío en su discurso de aceptación de los Globos de Oro. No por el hecho de haber ido, sino por haber compuesto “la mejor canción de la historia”. Al día siguiente, Bad & Boujee, un tema de trap-rap oscuro, llegó al Nº 1 del Hot 100, en parte por los streams alimentados por la circulación viral de variaciones a la letra de “rain drop, drop top”.
Una semana después, Migos tuvo su primer show en un programa nocturno, en Jimmy Kimmel Live! Poco después, su segundo álbum oficial, Culture, debutó en el Nº 1 del Billboard 200. Tras aparecer en el programa de Ellen DeGeneres, el single T-Shirt llegó al Nº 19 del Hot 100 y los llevó a firmar con Motown/Capitol, en sociedad con su sello indie, Quality Control.
Cuando le pregunto a Quavo, de 25 años, si siente que Migos debería haber estado en los Grammy, responde con frialdad: “El año que viene vamos a estar ahí”. Y agrega: “Entonces Kanye va a venir, porque finalmente reconocieron a los artistas jóvenes negros”, en referencia a West, Frank Ocean y otros que decidieron no ir a la ceremonia bajo el hashtag #SoWhiteCeremony [Una ceremonia demasiado blanca].
Llegué a su hotel de West Hollywood justo cuando Quavo se iba en un Rolls Royce blanco. Evidentemente, había estado viendo la cobertura de la alfombra roja y sintió la necesidad de mejorar su vestuario, por lo que se fue haciendo un pedido: “Díganle al periodista que me encuentre en el negocio”.
Pero el destino interviene. Los responsables reciben un llamado y uno grita: “¡Offset está quieto! Nos vamos”. Nos movemos a través de pasillos como si fuéramos un equipo táctico. Cuando llegamos a su cuarto, Kiari Kendrell Cephus, de 25 años, está parado en la cocina, sin remera, con pantalones negros y medias blancas, fumando un cigarro Backwoods.
Offset guarda la colilla y se sienta mientras un barbero le pone una capa de nylon. “Nuestra agenda está tan cargada que no trabajar es imposible –dice con un acento claramente georgiano–. Esto no es pop. Adele puede pasar cinco años sin sacar un disco porque junta números enormes. ¿Hip Hop? Si no hacés nada en todo un año, quedás afuera”.
En cierta manera, Offset, que es sincero, de ojos generosos, está recuperando tiempo perdido. Pasó la mitad de los años de ascenso de Migos en la cárcel. Cumplió nueve meses de condena por violar su libertad condicional en 2013. En tanto, su primer hit, Versace, se volvió viral cuando Drake hizo un remix. Después cumplió nueve meses más por posesión de armas y drogas en 2015, justo cuando salió su debut Yung Rich Nation (Takeoff y Quavo también fueron acusados y los tres declararon, pero Offset, al ser un exconvicto, fue el único al que no le dieron la posibilidad de fianza). Él fue quien compuso Bad & Boujee en el estudio en su casa, “superado” por el estrés familiar. “Hago muchas de las tareas [domésticas] yo mismo –dice–. El estudio es donde vas y descargás el enojo y el miedo, y de donde sacás la plata”.
Tanto el padre de Offset como el de Takeoff se fueron cuando eran chicos. El de Quavo falleció cuando él tenía 4. Su madre, una peluquera, terminó cuidando a los tres en Lawrenceville, Gwinnet County, un área 30 millas al norte de Atlanta. Los Migos se refieren a ese lugar como “the Nawf” y “dat way”. Cuando le pregunto a Offset sobre la fianza del grupo, él dice: “Los amo, bro. Eso es todo lo que puedo decir”. Cuenta que quedar encerrado y decepcionarlos fue una sensación horrible. «No tenía cómo arrancar de nuevo –admite–. Cuando volví a casa [la primera vez] de repente estábamos recibiendo 20.000 dólares por show».
«Era algo rápido, tenía plata y estaba sacado. Pasé de ser un convicto a una estrella a los 21. Es ridículo, hermano«. Ahora, reciben unos 200.000 dólares por show. Mientras le recortan el bigote, solicita que cambiemos de tema. “No quiero que salgan más cosas de la cárcel cuando busquen mi nombre”, dice. Parece ser el más introspectivo del grupo. Declara que tipos como Chance y Glover son más respetados porque “se meten más en política y en el mundo, [mientras que] yo hablo de lo que está pasando en el barrio”. “Son buenos chicos, todos –afirma el CEO de Quality Control, Pierre ʽPeeʼ Thomas, que firmó a Migos en 2013–. Offset tiene que reconocerse algunas cosas. Está más consciente, es un mejor padre y sacó un disco enorme en el momento en que tenían que tomar una posición”.
Offset se pone sentimental cuando me pasa su caja de Louis Vuitton llena de anillos, collares y brazaletes, la manifestación física de su progreso en el mundo. Y dice, con la colilla en la boca: “Fijate cómo pesa”. Le pido que me diga cuánto vale todo: 300.000 dólares, y a eso se le suma una caja con dos relojes (Patek Philippe, Audemars Piguet) que vale 160.000. Dice que probablemente compre un Bentley Bentayga SUV cuando esté en Los Ángeles (y lo hace). Pero Offset se entusiasma más cuando hablamos del Z28 Camaro de 1971 que tiene en su casa, con el nombre de su abuela cosido en verde en los asientos. Las rosas y las palomas de la tapa de Culture también son para ella. “Solo desearía que estuviera acá para poder bailar con ella. Hablaba con vos, rezaba con vos, te daba plata. Yo solía guardarla de vuelta en su alcancía –recuerda sonriente–. Cuando se enfermó, justo antes de fallecer, te juro que nos dijo: ‘Manténganse lejos de las calles. Lo van a lograr. Manténganse juntos’”.
Takeoff Kirshnikkhari Ball, de 22 años, se supone que es el más callado. Pero cuando sale de su cuarto, tiene sus brazos extendidos como si fuera un avión y canta Kelly Price, de Culture, que sale de un parlante sostenido por uno de sus managers. Tiene una colilla en una mano y en la otra un vaso de telgopor con hielo y un líquido naranja que combina con su vestimenta: una remera naranja, jeans negros ajustados y un par de VLONE Air Force 1 medio “halloweenescas” (una colaboración de Nike con A$AP Mob que llegó a costar unos 94.000 dólares en eBay). Camina en círculos un par de veces y se sienta en la mesa.
“Trato de no ser arrogante –confiesa en un murmullo bajo–, pero ey, somos la posta, hermano. El single y el álbum Nº 1. Ves los charts y hay nombres grosos ahí”. Migos hace un trap rap sin guiños a las tendencias generales, en un género que favorece más a raperos individuales. Ahora están influenciando el pop, y si se tiene en cuenta al dúo Rae Sremmurd (compositores de Black Beatles, que fue destronado del Hot 100 por Migos), los grupos de rap exuberantes son prácticamente una tendencia.
Aun así, con todas las lecciones que parecen haber absorbido de las estrellas de YouTube y de tipos como Drake, los Migos tienen cosas para dejar atrás. En primer lugar, los arrestos por drogas y armas. Nueve días después de nuestra entrevista, estuvieron en los tabloides por un supuesto ataque al cantante Sean Kingston en Las Vegas, que terminó en un disparo. Aun así, “no espero otra cosa que positividad de ahora en adelante –dice el presidente de Motown, Ethiopia Habtemariam, de 37 años–. Este nivel de éxito conlleva un nivel de responsabilidad. Si querés más, tenés que aprender a manejarlo. Ellos quieren ser estrellas a nivel mundial”.
“Parece que fue ayer que estuvimos en la bando”, afirma Takeoff refiriéndose a la casa abandonada convertida en antro de consumo de drogas que el trío dice que tuvo en una época. Muchas de las historias giran en torno a la casa que compartieron de chicos. Takeoff y Quavo ganaron concursos de talento en la primaria cantando Get Your Roll On y Bling Bling, hits de Cash Money. En el secundario, Quavo y Offset participaban de prácticas de fútbol después de clases. “Mi práctica era la música –cuenta Offset–. Llegaba a casa y me iba directo a hacer eso”. Grababa en el placar del living mientras la madre de Quavo iba y venía hablando por teléfono. “Era como ‘Mamá, ¡siempre lo mismo! Aparecés de fondo en mis versos’”, dice Takeoff en el tono exasperado de los adolescentes. Más adelante, terminó comprando para ella un Mercedes Benz violeta.
Cuando Migos querían cambiar de circuito, se metían en los clubes de Atlanta, atiborraban a los DJ con tragos y se mostraban más ricos de lo que realmente eran. Su estrategia de lanzamiento era muy vistosa. Tienen 15 mixtapes de colaboraciones con tipos como Gucci Mane desde 2011. “Hay tantos artistas –dice Takeoff– que tenés que estar constantemente llegando a los fans, haciendo una cantidad de música tan grande que haga que ellos se pregunten quiénes son los Migos”. Cuenta que tienen un caché de “probablemente un millón” de canciones sin lanzar. “Ponemos un beat unos 15, 20 segundos y al toque sabemos qué queremos sacar con eso –explica–. Cuando grabamos un verso, es una cosa de 15, 20 minutos. No tenemos lápiz y papel. Nos alimentamos uno del otro”.
Eso explica el sonido y el atractivo de Migos: cada sílaba está enganchada con el beat, puntuada con improvisaciones (Blaow! Skrt! Whoo!) y cambios de jerga muy habilidosos. No hay nada que no puedan hacer cuando hablan sobre drogas, desde Hannah Montana hasta FEMA, esta última sobre cocinar crack tan rápido que se desarrolla una “muñeca huracán” .
“Al principio la gente no tomó a Migos en serio porque eran sureños y era trap. Tienen una onda y una actitud distinta –explica el productor de Atlanta Jermaine Dupri–. Pero el hip hop se basa en buscar tu propio estilo. Ellos perfeccionaron el suyo, y ahora, por Dios, todo el mundo está tratando de hacer como ellos”. Takeoff parece encontrarse genuinamente sorprendido por la cantidad de gente que se toma la molestia de convertir sus compases en chistes de redes sociales. “Nos encanta –dice–. No importa cómo hablen de nosotros, hacemos que la cultura cambie”.