Para Daniel Melero, los discos tienen que ser vehículos. “Un disco no debe tener un recorrido como un tren que tiene un destino –teoriza–; muchos discos son así, tienen un solo grado de lectura. Pero a mí me agrada que, más allá de mis intenciones, un álbum sirva para tener la posibilidad de un viaje diferente en cada persona que lo escucha. Mi idea es que con este disco puedas ir a donde quieras”. Con ese permiso, Cristales de tiempo le abre el camino a cualquier oyente que lo aborde para diseñar el recorrido que la escucha le sugiera. Se lo puede ver como una obra conceptual o como un compendio de canciones extrañas, que van de lo estrictamente “cientificista” (Guante perdido, Viaje peligroso) a recortes personalizados de personajes tan mundanos que se vuelven viñetas pop (Así asá, Disfrutar).
La producción de Daniel Melero se ha incrementado en los últimos años con discos propios, como Atlas (editado en 2016, casi una colección de simples), o en colaboración, como Cutaia Melero (2014), que quizás tenga una secuela. Sin embargo, más que a la producción en serie, Melero le ha abierto las puertas a su propio eclecticismo, y Cristales de tiempo es un buen reflejo de todo lo que puede abarcar sin perder coherencia. “En este disco –continúa el artista–, todo está más diluido, y eso me atrae, porque a esta altura, salvo que sea una melodía irresistible, no me atraen las canciones donde estoy adivinando lo que va a suceder. Es algo que también le exijo a la música que escucho; me atrae ese tipo de artista que, más allá de decirte algo, cambia. O aquel que se desdice de lo que dijo anteriormente, eso es mucho mejor en el campo del arte. La coherencia debería ser algo para los políticos”.
Con pasión didáctica, Daniel explica que los “cristales de tiempo” son “nuevos estados de la materia” y que el juego de este álbum es meterse con “cosas que damos como ciertas, pero que en verdad son creencias”. Viaje peligroso, la primera canción del disco, aborda la expedición de Ernest Shackleton en la que se propuso cruzar la Antártida a través del polo sur. Sin embargo, terminó quedando aislado durante dos años. Milagrosamente, la tripulación logró el regreso sin lamentar muertes (salvo los perros, que tuvieron que ser devorados), pero no sin atravesar peripecias de un dramatismo infernal. Melero aborda esa historia por el lado de la fisura informativa. “En primer lugar, me nutro de Internet, que es una fuente de información falaz. La historia arranca con una serie de mentiras que se van transformando en reales. Shackleton declaró en serio que lo perseguían gaviotas fluorescentes –mencionadas en la letra de Viaje peligroso–, y después se comprobó que cuando hay fuegos de San Telmo (fenómeno óptico provocado por la súbita ionización del aire), las gaviotas adquieren esa luminosidad. Lo más interesante es que, con los años, todo lo que parece un delirio puede tornarse cierto”.
Para corroborar la teoría de Melero, solo hay que conectar sus palabras con un hecho trágico de la realidad reciente: la desaparición del submarino ARA San Juan. Escuchar Viaje peligroso con ese otro drama en la cabeza puede despertar algunos fantasmas. “Sí, creo que hay una conexión, pero el tema yo lo compuse un año antes y además siempre hay una canción que encaja con algo. Por ejemplo, cuando sonaba en las radios No dejes que llueva [si Melero tuvo un hit, fue esta canción de 1988], se produjo una enorme sequía en la llanura pampeana. Lo cómico es que cuando presenté mi disco Conga en la calle Corrientes, se desató un temporal que no permitía siquiera cruzar la calle para entrar al teatro”.
Otros temas que determinan las características oceánicas de este flamante trabajo de Melero son Guante perdido y MK Ultra, ambos basados en hechos reales. “El guante perdido existe y orbita la tierra; en la primera caminata lunar, a un astronauta le molestó un guante y lo arrojó al espacio. Entonces yo lo tergiverso cayendo a la Tierra, lleno de bacterias espaciales. MK Ultra fue un proyecto de lavado de cerebro que implicó secuestrar gente y mandar a fabricar 37.000 dosis de ácido lisérgico para hacer experimentos. Lo que tiene Internet es que hay tantos estudios de todas las cosas que nadie puede hacer un relevamiento veraz; entonces podés encontrar que algo es sanísimo y a su vez pésimo para la salud, en estudios científicos, pagos por alguna empresa, que coinciden en fecha. Ahí te das cuenta de lo que es la batalla de la información para controlarnos. Y yo disfruto mucho de ver eso”.
La información tergiversada, núcleo discursivo de Cristales de tiempo, también se le aplicó al propio Melero, que en años recientes pudo viajar con su música y su banda al exterior y al interior de la Argentina. Confiesa que en Latinoamérica lo ven “sobredimensionado”. “Ven algo que no se corresponde con mis intenciones, pero también uno comprende que la distancia imprime su misterio sobre las cosas. Sorprendentemente, en Colombia y en México por momentos parece que fuese más conocido que acá. No de fama, sino de conocimiento, con la misma avidez con la que nosotros conocemos la música inglesa, por decirte algo. Con los años he ido también mucho al interior. Me transformé sin querer en un frontman y evolucioné también dentro y fuera de lo joven. No intento ser jovial en ningún momento; hay cierto patetismo en ciertos artistas de mi edad que intentan ser joviales. Creo que el valor está en el gasto del cuerpo, que se ve en el vivo”.
En este flamante 2018, el 12 de enero, Daniel Melero cruza el equinoccio de sus 60 años. ¿Qué le provoca el número? “No me hace ruido, yo siento que había cumplido 60 años mucho tiempo atrás. Los 40 me preocuparon, porque noté un cambio de metabolismo; antes te hacías un raspón y a los cinco días no había nada. Ahora no es así. Todo es más lento. Pero me parece que… ¡llegué!”.