
Si te cruzaras a Coque Malla por la calle y lo llamaras por su nombre de pila (Jorge), seguramente él no se dé por aludido: “Soy Coque desde que era un chaval: mi familia, mis amigos… todos me llaman así. Así que no, no me daría vuelta si me llamasen por mi nombre real. Una vez me ocurrió algo muy loco: a principios de junio, grabamos un disco en directo, con invitados. Uno de ellos fue un tipo a quién yo admiro muchísimo y que, por carambolas del destino, hemos tenido la potra -como decimos en España cuando tenemos mucha suerte- de que accediera. Es Neil Hannon, líder de The Divine Comedy. Para mí fue un sueño. Cantar con él fue como hacerlo con Frank Sinatra. Y ahora que estamos escuchando los audios, porque los estamos mezclando y produciendo para editarlos en breve, cuando oí las dos canciones que tocamos con él [My Beautiful Monster y Absent Friends, de los Divine Comedy], me di cuenta de que me dijo ‘Thank You, Jorge’. Tuve que echar para atrás la cinta para ver si era cierto y me emocionó: me pareció especial que justo este tipo me llamase Jorge”.
Mientras devora una abundante milanesa porteña, Coque habla con entusiasmo del show que representó el punto más alto de la gira de El último hombre en la tierra (2016), su quinto y, hasta ahora, su último álbum en estudio. Fue en el Teatro Nuevo Alcalá de Madrid, ante 1200 personas, y además de Hannon, contó con la voz de Jorge Drexler y exponentes de la actualidad del rock español, como Dani Martin, Iván Ferreiro y Amable Rodríguez. Ese mismo tour lo trajo el año pasado por primera vez a la Ciudad de Buenos Aires, y ahora lo vuelve a acercar, aunque con diferencias de formato. En el concierto que dio en junio de 2016, se apoyó en una banda local convocada por el músico argentino Nicolás Nieto, colaborador de Coque desde 2009: “Trabé una amistad muy fuerte con Nico y con Mauro Mietta. Los dos vivían en España y formaron parte de mi banda; también coprodujeron dos de mis discos. Cuando Nico se volvió a vivir a Buenos Aires, me dijo: ‘Tío, es momento de que vengas aquí, te puedo armar una banda, conseguir una fecha’. Así que eso hicimos: me vine para acá dos días antes de tocar, ensayamos con la banda que él armó y salió de maravillas”.
Y ahora vas a tocar solo, con tu guitarra. ¿Cómo es pasar de un show como el último que hiciste en Madrid, con grandes invitados, un cuarteto de cuerdas y sección de vientos, al minimalismo y la intimidad de fogón?
Es otro tipo de show, yo creo que mola porque las canciones estarán ahí, puras. Y esto de salir a tocar solo de repente no es tan raro en España. Hace no muchos años, tenías un éxito y podías montar una superproducción que podías trasladar a donde quisieras. Cuando sobrevino la última crisis económica, nos tuvimos que amoldar a diferentes formatos. Hay veces en que puedes ir con sección de cuerdas y bailarinas rusas (se ríe), pero otras veces debes tocar solo.
Después de tantos años de carrera, recién ahora te estás expandiendo fuera de España. ¿Con qué te encontrás en estos viajes?
Salir de gira tiene su vértigo, pero me siento más libre que tocando en Madrid. Tocar en tu ciudad es un poco como Superman cuando vuelve a Krypton y pierde sus poderes. Esa metáfora creo que explica muy bien lo que nos pasa a los artistas cuando tocamos en nuestro lugar: entre el público están tu novia, tu mejor amigo, tus padres, tus hermanos, todos los que saben quién eres, que no eres un superhéroe que se pone una camisa brillante y hace así con la guitarra. En cambio, lejos de nuestro planeta, somos poderosos y nos sentimos invencibles… la gente alucina con nuestras piruetas. Así que viajar es importantísimo, vivencialmente, musicalmente. escuchar tus canciones en los oídos de gente de otra cultura, que se ha educado con otras músicas y que no te conoce…¡Ah!
La voz de Coque suena familiar para muchos argentinos, y no tanto por haber sido líder de Los Ronaldos, una de las bandas más fuertes del rock español de los años 80 y 90, sino por ser parte de unos de los hits más grandes de Los Rodríguez: una de las estrofas de Mucho mejor es cantada por él. “Nosotros, con Los Ronaldos, ensayábamos en Tablada, míticas salas de Madrid, y coincidimos todo el tiempo con muchas de las bandas que hacían ruido por aquel entonces. Yo era un chaval alucinado por estar hablando con Ariel Rot y Julián Infante, dos de los Tequila, una de las agrupaciones más importantes no sólo para el rock de España, sino que también en mi historia personal. Además, había un muchacho con el pelo enrulado, Andrés [Calamaro]: un cantante de los que no había en el país. Con el tiempo, la amistad fue creciendo y una noche caímos de casualidad al estudio. A Ariel se le ocurrió la idea de que ponga mi voz en una estrofa, y así fue: hicimos un enorme hit y creo que en la canción se refleja muy bien el ambiente festivo de esa jornada”.
Entre 2005 y 2008 volvieron a juntarse con Los Ronaldos. ¿Cómo fue haber vuelto y cómo influyó en tu música posterior esa burbuja en el tiempo?
La reunión de Los Ronaldos fue la mejor época de la banda: no sólo por éxito, sino por la onda entre nosotros y por la música. En esos tres años tocamos como nunca… nunca habíamos ni soñado con sonar así. Ya éramos músicos experimentados, no unos chavales acelerados, superados por su propia energía. Yo creo que le pasa a todos los grupos que se separan y vuelven: viven una luna de miel, dejan atrás las tonterías, no se pelean por cualquier cosa. La edad y la experiencia te vuelve más profesional. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que la primera época de Los Ronaldos era pura energía, era soltar todo, pura catarsis… y al separarnos, comencé a explorarme, a encontrar una musicalidad, un lenguaje propio y que las canciones tengan una intención por fuera de la energía que les imprimiera. Y bueno, en ese viaje estoy, todavía lo continúo y espero que así siga.