Hubo un momento en que para lograr un contrato discográfico tenías que hacer llegar tu demo a la persona correcta. Madonna, por ejemplo, dejó un casete de su single “Everybody” en el parabrisas del auto de Marcos Kamins, un reconocido DJ y productor de la escena dance de Nueva York. Kesha, por su parte, sobornó con cinco dólares al jardinero de Prince para irrumpir en la casa del genio de Minneapolis y dejarle un CD. “Yo crecí con esas historias, y por un tiempo pensé que la de llevar tu EP a la discográfica era la única manera”, comenta Connie Isla detrás de unas gafas tipo Lennon de vidrio amarillo. Un tapado de terciopelo bordó, dos trenzas rubias, varios collares, algunos anillos y un ukelele terminan de definir su look.
A sus 24 años y con más de 280.000 seguidores totalmente orgánicos en Instagram, es una de las cantantes más prometedoras que lograron popularidad a través de la plataforma. Cuando terminó el colegio no le costó decidir a qué dedicarse, siempre supo que quería vivir de la música. Pero cuando ya tenía edad para llegar a la persona correcta que le diera su primer contrato, la industria empezó a cambiar su modelo de negocio. “Me vi obligada a buscar otro camino”, cuenta. Por recomendación de un tercero y algo de renegación, Connie empezó a subir videos de covers a Instagram. “Todavía no había gente con muchos seguidores, y no sabía si esto iba a funcionar”.
Recién empezó a sentir tierra firme cuando alcanzó los 10.000 seguidores. “Estuve más de un año y medio para superar la marca, después, el crecimiento fue más rápido. Pero no había un circuito de instagramúsicos que te recomendaran, como sí hay hoy”, cuenta a la par que acuña un nuevo término. El punto de inflexión en su crecimiento a través de la red social llegó cuando una cuenta llamada @TheGoodVoice reposteó un video de ella. “Pinché dos globos para hacer los golpes de la percusión”, explica y luego agrega: “Y a la par cantaba con el ukelele y tocaba una pandereta con el pie”. El video rápidamente se viralizó, y su exposición atrajo a las marcas. “Me empezaron a llamar, porque ya no solo necesitaban al famoso tradicional, y de repente estaba en eventos con la China Suárez”. Rapsodia, Chandon, Paco Rabanne y Levi’s fueron algunas de las primeras en acercarse. “Eso también me dio legitimidad y ayudó a mi crecimiento”, confiesa. Sin embargo, Connie no les dijo que sí a todos los ofrecimientos. “Busco que mi mensaje y el de la marca tengan puntos en común, que puedan ir de la mano”. Y eso terminó siendo otro atractivo de su figura: la transparencia también cotiza en el mercado.
Mientras el mundo de los covers va quedando atrás y comienzan a aparecer sus primeros temas originales (“Olvidarte” y “Pretextos”), el lanzamiento de la carrera de Connie es 360º. Durante el año pasado fue parte de Morfi, por Telefe, su primera experiencia en la televisión abierta. “Cuando arranqué en Morfi me subieron 12.000 seguidores de un día para el otro, y me empezaron a llegar mensajes tipo ‘Te vemos todas las mañanas con mi bebé y baila cuando cantás’”, dice, todavía sorprendida por la exposición de la TV.
Finalmente, dejó Morfi porque la llamaron para grabar una tira con Nickelodeon, y confirmó que su faceta actoral –debutó en Aliados, una producción de Cris Morena– es también parte de su futuro. “Me veo como una artista que va más allá de la música, aunque es la música lo que impulsa todo lo que hago”.
¿Te gustaría tener un contrato discográfico?
Sí. Veo los beneficios. Además, hoy sin firmar con nadie ya cuento con una estructura y un equipo de trabajo que armé yo misma. No es lo mismo negociar un contrato en estas condiciones que uno que te ofrecen después de cantar en el karaoke de un bar. Yo estoy detrás de la producción y el financiamiento de todo mi contenido.
Entonces, además de artista, sos empresaria.
Sí, pero eso no le quita autenticidad a lo que hago y comunico. Yo soy mi propia productora, si no me organizo yo, nadie va a venir a armar mi carrera.