1. Silencio reverente. Escucha atenta y contenida. La ansiedad alrededor del nuevo disco de Charly García generó estas sensaciones con la presentación de «Random» a la prensa. Antes, desde el lanzamiento del corte de difusión La máquina de ser feliz, los ríos de bits circularon en todas la direcciones. Se alzaron las voces, las de detractores escrupulosos y las de defensores condescendientes. Perogrulladas como “Charly está grande”, “Charly cambió”, etcétera. Lo normal, lo esperable, cuando en el fondo no hay tanto que hacer ni que decir, sino escuchar y esperarse a uno mismo; eso piden muchas veces las obras de los maestros. O no, quizás el pataleo es salud, y el “Judas” impactado sobre la melena de Dylan en Manchester 1966, como el “nos cagaste” gritado desde el campo al Charly danzarín del primer recital de Serú Girán, cobran perfección cuando son respondidos: “No te creo, sos un mentiroso”, escupió Bob. “Ustedes se cagan solos”, se rió García. El tiempo hace el resto. El que no cambie ni envejezca, el que no haya sido herido por vivir, como cantó Spinetta, que lance su primer single.
2. Los fragmentos de música incidental que atraviesan buena parte de los últimos discos de Charly, incluido este, son otra de las muestras -como lo visual de sus metáforas, como las bandas de sonido- de su gran amor por el cine. Uno de los campos semánticos más emblemáticos de la obra de García es el del séptimo arte: pantalla, película, mirar, máquina, actor, Kurosawa, etcétera. En «Random» hace su aparición Ella es tan Kubrick, rock trotón de descanso a una Peperina del siglo veintiuno.
El arte de “Random” incluye un gran pez pentecostal cuyo centro es un ojo que nos mira. El arte de tapa, realizado por García, es un collage expresionista que no dista mucho de lo que sabemos que ilustra, y muy bien, su propia música: el pez, la persiana, la figura escuálida en cueros y pollera (¿o toalla) pintada sobre la foto de la cocina tan celeste que parece gris. Detrás, el caos inicial.
3. Charly siempre intertextual y siempre intermélódico. Todo recuerda a algo, pero eso es común muchas veces que lo que se escucha es bueno. Es el caso de Believe, el único tema del disco cantado completamente en inglés. Suena a tantas cosas que el propio revisionismo termina pactando un cierto y diplomático parecido a los Who.
Todo gran maese de la música sabe convocar a sus antepasados sin perder un ápice de actualidad. En Primavera, García cita casi textualmente al Dylan de My Back Pages: “hoy estoy más joven que ayer”, y de inmediato sonríe amargamente a propósito de los “los celulares y su gramática vegetal”, entre los arpegios de la que muy probablemente sea la primera aparición de mandolinas (o su equivalente digital) en su obra.
4. La máquina de ser feliz: en efecto, las subsiguientes escuchas confirmaron una gran canción, emotiva y preciosista. La mano maestra de Joe Blaney, los coros de Rosario Ortega y los “mares de Ravel” colaboran en esta pequeña gema de dolor y perdón. Sin embargo, hay dos características muy presentes en «Random» que no se deducen del single: la salud y la fuerza en la voz de García y la bronca e ironía intactas en las letras.
Sí se escuchan, en cambio, en el hard-boogie Otro, la diatriba Amigos de Dios, y el fantástico Lluvia, con su principio a lo Sweet Jane y su insuperable “el colchón me chupó la angustia” tallado en la música. El asunto, como se ve, viene de títulos escuetos, de una o dos palabras, y el resto adentro.
En Spector, homenaje al co-productor de «All Things Must Pass» y «Plastic Ono Band», de sus adorados Harrison y Lennon, incluye tanto la referencia directa en la pared de sonido sobre la que se pinta la canción como en la velada autoproyección en Phil Spector, “entre la cana y los demás”.
En Mundo B asistimos a la colisión porteña Beatles – Zappa. Tan Beatle que dice “I wanna hold your hand” y “She loves you”; tan Zappa que del grotesco hace parir la felicidad pero nunca la inocencia.
5. Hay revancha. Hay convalecencia. Hay vuelta a la infancia. Hay amor, maldad e inocencia. Hay invectivas con el dorado groove García y melodías para todos. Él mismo se hace cargo de todos los instrumentos (excepto la batería, que casi siempre es de Fernando Samalea).
Somos niños consentidos por la música de García. Sabe cómo refregarnos nuestra abulia desde su abulia. El hecho de que sus letras no hayan cambiado tanto tal vez tenga que ver con que nosotros tampoco cambiamos mucho. En «Random», por lo menos tres canciones despotrican contra las horas, nuestras horas, sus horas, frente a la caja boba. Hoy como en Raros peinados nuevos.
Somos muchos los que nos lamentamos como perros saturninos no haber visto en vivo a Luca, no haber sido contemporáneos de Miguel Abuelo; haber estado tomando la mamadera cuando Soda Stereo editaba «Canción Animal» o los Redondos tocaban en Cemento. Acá y ahora, Charly García sigue, y sigue, y sigue. Esta estrella es nuestro lujo.
Muchos de nosotros no tuvimos oportunidad -o tuvimos pocas y accidentadas- de asistir a la publicación de un disco de García con material nuevo y completamente original. «Random» (título críptico, crítico y sintomático de estas épocas) es nuestra nueva manera de ser y no ser felices. La antena está entre nosotros. Habla por sí sola, y su mejor defensa es el ataque.