La vida de Tom Petty es cosa de fantasía roquera. De chico, conoció a Elvis Presley y vio a los Beatles tocar en el Ed Sullivan Show. Superestrella con una carrera de cinco décadas, ha vendido millones de discos ya sea como solista o con The Heartbreakers; colaboró con Johnny Cash y con Stevie Nicks; y formó un supergrupo con George Harrison, Bob Dylan, Roy Orbison y Jeff Lynne. Pero debajo de todo, había luchas personales y profesionales que Petty, hasta los 65 años, había mantenido lejos de la esfera pública, lo cual es lo que hace que Petty: The Biography (publicada el 10 de noviembre de 2015 por Henry Holt) sea tan invaluable. El autor Warren Zanes, que salió de gira y grabó con el artista como miembro del grupo Del Fuegos en los 80, logró que el cantante, su familia y sus colegas se abrieran como nunca lo habían hecho. Entre exploraciones profundas de la creación de clásicos como Damn The Torpedoes y Full Moon Fever, el libro examina las a veces tormentosas relaciones de Petty con sus seres queridos, sus compañeros de banda y las drogas, revelando que alguna vez fue adicto a la heroína. Cinco extractos de una biografía fundamental.
Petty habla de la muerte de su madre, en 1980, justo cuando estaba alcanzando un nuevo nivel de fama.
Para ese momento de la gira de Damn The Torpedoes, los fans aparecían esperando [a los Heartbreakers] en hoteles, shows, postshows. La rutina diaria del grupo casi era de interés público. Era parte del éxito del rock and roll que habrá sido divertida al principio, pero se puso vieja más rápido que otros aspectos. Así que Petty estaba feliz de ver el área del hospital relativamente silenciosa cuando entraron al estacionamiento esa mañana. Algunas personas lo habían seguido, interesadas pero dándole su espacio. Petty y [el plomo Alan “Bugs”] Weidel se subieron a un ascensor sin mucho problema. Como verían, Kitty Petty estaba casi fuera de este mundo, era poco más que un cuerpo. Pero eso no es lo que Petty apreció primero. Al llegar a su cuarto, al ver a su madre, se vio a sí mismo. Varios ejemplares de sí mismo. “Alguien había puesto todas estas revistas con fotos mías sobre mi madre –recuerda Petty–. Sobre su pecho y sobre su cuerpo. Ella estaba ahí acostada, debajo de todos estos recortes de revistas y diarios. Entré y… era la cosa más extraña. Pensé: ‘Incluso este momento, incluso esto alguien lo tuvo que corromper con alguna reacción ante la fama o lo que sea’”. Una enfermera había creído que eso le agradaría al hijo famoso de la agonizante paciente del hospital. Fue un gesto errado, inocente pero estúpido, que lo dejó vacío.
Don’t Come Around Here No More, de 1985, fue un éxito que le abrió muchas puertas a Petty, pero casi no sucedía: él, su cocompositor y productor Dave Stewart, de Eurythmics, y el coproductor Jimmy Iovine lo hicieron en una sesión de grabación para Stevie Nicks.
“Tom había venido, y le gustaba lo que estábamos trabajando –explica Nicks–. Yo estaba escribiendo como loca. Tenía mi librito, y escribía, escribía, escribía. Tom, Jimmy y Dave estaban hablando. Pero eran las cinco de la mañana y me encontraba realmente cansada. Así que dije ‘Me voy a ir. Los dejo chicos, y volveré mañana’. Me fui, y cuando volví al día siguiente, como a las tres de la tarde, la canción entera había sido escrita. Y no solo estaba escrita, era espectacular. Dave estaba ahí parado diciéndome ‘Bueno, ¡ahí está! Es realmente muy buena’. Y agregan: ‘Es genial, ahora puedes ir… y cantarla’. Tom había hecho una gran toma de voz, una gran toma. Y los miré y pregunté: ‘¿Quieren que supere eso? ¿En serio?’. Me levanté, le agradecí a Dave, a Tom, despedí a Jimmy y me fui”.
Full Moon Fever, de 1989, el álbum más exitoso de Petty, fue inicialmente rechazado por su discográfica, MCA, lo cual lo llevó a firmar un contrato secreto con Warner Bros.
Petty había hecho lo que consideraba un gran disco, solo para tener a los dubitativos en el sello escuchándolo por primera vez y opinar. El rechazo lo bajoneó. Nunca había pasado de esa manera. Que alguien en MCA sintiera que estaba en una posición para responder como lo hicieron dejó a Petty sorprendido. En una cena en la casa del jefe de Warner Bros. Records, Mo Ostin, con Jeff Lynne, George Harrison, el presidente de Warner Bros. Lenny Waronker y algunos otros presentes, Harrison empezó a jugar con Free Fallin’ en la guitarra e insistió en que Petty tocara la canción para el grupo presente. Bajo los cielorrasos abovedados del living de Ostin, sonó como algo trascendental. Escuchando este conjunto de canciones que acababan de ser rechazadas por MCA, Waronker dijo allí mismo que él firmaría a Petty a Warner Bros. Por muy buena que la idea sonara para Petty, todavía le debía varios álbumes a MCA. Waronker le dijo que lo hicieran igual. Y así fue. Años antes de que Petty hiciera Wildflowers, su debut en Warner Bros., ya era un artista de esa compañía con un contrato firmado escondido en una bóveda por casi dos años. MCA no sabía nada al respecto.
Petty revela que fue adicto a la heroína en los 90.
Las drogas le hicieron lo que Petty llama “el sucio truco”, inicialmente curando su depresión y luego fomentándola. “Empezás a perder tu alma –sostiene, obviamente sacudido por el recuerdo y avergonzado de haberse encontrado ahí–. Un día te das cuenta. ‘Mierda, me perdí. Estoy juntándome con gente con la que no me gustaría ser visto ni en un millón de años, y tengo que salir de acá’. Quería dejarla. La heroína iba en contra de lo que soy. No quiero estar esclavizado a nada. Así que estuve tratando de encontrar una manera de tomar menos, y eso no funcionó. Intenté dejarla de golpe y tampoco. Es una cosa terriblemente espantosa. Muy horrible. Tengo miedo de hablar del tema y que la gente piense ‘Bueno, yo también podría hacerlo y después salir’. Pero no podés. Muy poca gente lo puede hacer”.
El libro detalla cómo Petty fue golpeado por su padre.
“Recuerdo que pasó por primera vez cuando tenía probablemente cuatro años –rememora Petty–. Cuatro, probablemente cinco, porque fue un Cadillac del 55. Tenía una honda pedorra que mi papá me había dado, hecha de plástico, la primera que alguna vez tuve. Estaba en el jardín disparándola. Y pasaban los autos. Y yo pensé: ‘Me pregunto si le puedo dar a un auto’. Y ¡paf! Este gran Cadillac. Estaba viniendo despacito, y justo le di en el alerón. El vehículo frenó automáticamente. El conductor se bajó y estaba terriblemente enojado… Yo me sentía raro, no sabiendo qué iba a pasar después. Pero cuando mi papá llegó a casa, entró, agarró un cinturón y me dio con todo. Me pegó tan fuerte que estaba cubierto de ronchas, desde la cabeza hasta los pies. A ver, uno no se imagina a alguien dándole a un chico de esa manera. Cinco años. Lo recuerdo tan bien. Mi mamá y mi abuela me acostaron, me sacaron la ropa y con algodón y alcohol se pusieron a limpiar esas ronchas de mi cuerpo”.