Primero arrancás como una figura aterradora de la cultura pop. Después, más adelante, de forma casi axiomática, los años bajo el reflector te hacen más cariñoso. Ice Cube pasó de Straight Outta Compton a Are We There Yet? Eddie Murphy arrancó correteando sobre un escenario vestido íntegramente de cuero rojo, pero probablemente es más conocido para cualquiera que nació en el siglo XXI como el incansablemente hablador burro de Shrek. Y los atolondrados e inteligentes himnos de Chuck Berry sobre todo lo que los adolescentes querían –autos, beats fuertes y amor (básicamente, el ethos del hip hop)– se convirtieron en la fuente de una nostalgia edulcorada de las películas y las publicidades. También pasó a ser una respuesta divertida a una pregunta (¿Cuál fue el único single Nº 1 de Chuck Berry?) que probablemente mande a todos a consultar con su teléfono. La respuesta es: su cover de 1972 de My Ding a Ling, una versión cargada de insinuación. Fue Berry quien decidió cargarla con oportunismo (y, posiblemente, fluidos corporales). A diferencia de otros artistas afroamericanos que eventualmente se convirtieron en estrellas, Berry era una figura muy cambiante, un hombre negro agresivo y ambicioso que hilaba tapices de palabras agradables y coloridas en tributo a las hormonas adolescentes, las que al mismo tiempo ayudarían a incrementar su enojo.
Era un hombre de transición y, para mí, una figura negra revolucionaria que tenía que encontrar un lugar para el enojo que había creado el crisol del racismo. Chuck Berry nació en St. Louis, el mismo lugar que nos dio a Maya Angelou y a Sony Liston. Este último era una persona de una furia negra aterradora que trabajaba su enojo en el ring. Angelou se rehusó a hablar en público por varios años después de una serie de traumas horribles en su infancia. Durante ese período de silencio, desarrolló sus capacidades lingüísticas y de observación. Berry podría haber llenado ese espacio entre los dos, esa intersección entre volubilidad y violencia.
Pero él eligió pasar su frustración vía canciones como Maybellene, con su backbeat alivianado que pareció un guiño. Al menos, esa era la sensación que daba en las versiones grabadas de sus hits. Vi a Berry en concierto un par de veces a fines de los 70, y como casi todo hombre norteamericano de una cierta edad, fui porque un amigo fue seleccionado por él ese mismo día para ser parte de la banda de apoyo. Delgado como un palo, salió al escenario con un gruñido. La banda trataba de seguirle el paso (parecía como si estuvieran contando hasta ocho mientras les tiraban granadas), y él irradiaba un aura amenazante muy palpable. Para el público, los versos parecían rimas infantiles afiladas. Pero no para Berry. Él se movía a través del set sin siquiera mirar a la banda o a su guitarra. Tranquilamente podría haber estado cantando “What Did I Do to Be So Black and Blue?” [¿Qué hice para ser tan blanco y melancólico?], el estribillo de Invisible Man, de Ralph Ellison, que tanto se oyó gracias a Louis Armstrong.
Si bien Armstrong quedó ante el público como una figura dulce (solo los aficionados al jazz lo conocieron como un hípster con una profunda credibilidad como fumón), Berry ni siquiera se ocupó de ocultar la bronca que tenía por estar entre dos mundos. Traía un deseo moderno al pop, pero no podía hacer nada por su color de piel. Usaba sus canciones para mostrar la vida que las metacelebridades negras con cerebro tenían que tolerar. Era una conciencia que le hacía cantar sobre las cosas que no podría tener jamás. Probablemente, el tributo más importante fue el del exitoso film de 1985 Volver al futuro. Allí, Marty McFly (Michael J. Fox), un visitante de los tiempos de la Pepsi free y Huey Lewis & The News, se mueve a través del rocanrol usando riffs que se robó de Berry en una banda que lidera el primo ficticio del guitarrista, Marvin Berry. La película muestra, de una manera horriblemente chistosa, cómo la cultura blanca sigue robando de la negra y cómo Berry habría sido una estrella en el mundo real. Uno no puede evitar pensar en la sonrisa sin alegría que habrá tenido Berry cuando vio la película, para después seguir tocando sus viejas canciones. Dado que Berry usó el pop para ocultar su pasado criminal, es casi igual de triste que Volver al futuro haya borroneado su originalidad (si bien aprendió con los músicos de blues, transformó los licks en algo propiamente suyo).
El impacto de Berry se sintió en las películas, tanto a través de sus canciones –una figura angelical mientras John Travolta y Uma Thurman bailan You Never Can Tell en Pulp Fiction, por ejemplo– o incluso en persona, como la estrella de la película de 1978 de clase B de Floyd Mutrux, American Hot Wax. (Berry también apareció en un par de películas de los años 50, como Mr. Rock and Roll, donde su sonrisa pareciera dar a entender que sabe del chiste horrible y secreto con el que menosprecian sus contribuciones culturales). Para él era habitual convertirse en una figura divertida, y el amor que le tenía la cámara era siempre descarado. (El hecho de que las películas no supieran qué hacer con él era claramente parte del racismo que permanece aún hoy). El punto cúlmine de su carrera en pantalla fue en el espinoso y atrapante documental de 1987 Hail! Hail! Rock ‘n’ Roll!, que hizo Taylor Hackford. Allí, finalmente tocó con una banda de adoradores de su música tan talentosos como él. Pero en vez de emocionarse, su falta de sentimentalismo lo convirtió en un personaje empático, si bien muchos (incluyendo a Keith Richards) mostraron su desacuerdo. Probablemente porque Berry se dio cuenta, después de que la película estuviera disponible a través de vendedores en Amazon, de que todavía estaría de gira con su enojo.