Charles Bradley no hubiera querido que te pusieras triste después de su muerte por cáncer a los 68. Probablemente te diría que vayas y abraces a alguien, que lo hagas sonreír y le des una ayuda si la necesita. Aunque era un hombre muy vivaz en el escenario y en las grabaciones, siempre parecía humilde, casi avergonzado, por la adoración que recibía. Me encontré con él un par de veces, tanto para entrevistarlo como para hablar después de los shows. Y todos los que lo conocieron van a repetir esto hasta el hartazgo, pero es verdad: Charles daba los mejores abrazos. Le encantaba esparcir el amor.
Es difícil entender cómo no se amargó. En los 68 años antes de su muerte, estuvo distanciado de su familia e indigente. Durante su adolescencia, durmió en vagones de subte y fue arrestado por usar un cuchillo en defensa propia cuando fue atacado en uno de sus trabajos como cocinero. Soportó muchos otros problemas a lo largo de las décadas, todo mientras mantenía una carrera haciendo covers de James Brown.
Las dos grandes tragedias de su vida pueden ser entendidas en dos canciones. Heartaches and Pain, del debut No Time for Dreaming (2011), detalla la noche que le dispararon a su hermano a una cuadra de su casa en Bed-Stuy, Brooklyn. Su último álbum, Changes, lleva el nombre de la balada de Black Sabbath, de la cual hizo un cover para honrar a su madre, Inez. Ella lo había abandonado cuando tenía un par de meses, pero se reconciliaron y él tomó un colectivo de vuelta a Brooklyn desde donde había estado viviendo en la Costa Oeste. Vivieron juntos hasta que ella falleció en 2014. Su relación, viviendo en un departamento modesto, es un elemento fundamental del documental de 2012, Charles Bradley: Soul of America. Como muchos artistas que “lo logran”, el éxito de Bradley llegó en el punto de encuentro de la oportunidad y la suerte. Él estaba presentándose como Black Velvet, un imitador de James Brown, en un bar en Brooklyn, donde casualmente estaba Gabriel Roth, fundador del sello Daptone. Bradley tenía un talento natural, un estilo y una voz poderosa. Roth lo juntó con Thomas Brenneck, un guitarrista blanco de Staten Island 30 años más joven que alentó al veterano a componer su propio material y que lo ayudó a desarrollar el sonido de su banda. Al verlos en una primera mirada parecía una amistad normal, pero una vez que se los observaba juntos se percibía que el afecto que se tenían era profundo y genuino: dos personas que venían de lugares distintos, que compartían una conexión sobre lo que amaban de la música y la humanidad.
La primera vez que vi a Charles fue en Stubbs, Austin, mientras cantaba Heartaches and Pain. Se tiraba al piso de rodillas y bailaba con una destreza y un estilo que pocos artistas pueden replicar en cualquier momento de sus vidas. Nunca vi un público ganado en un par de segundos como esa vez. Muchos iban a ver grupos alternativos como TV On The Radio y Foster The People. Pero después de la introducción de la banda, cantó con su voz ligeramente rasposa “There a time in my life / When it ran so cold”, y me acuerdo de sentir un suspiro generalizado, todos se habían enamorado inmediatamente de Charles. Recuerdo que un grupo de fans se miraban entre sí y se decían alguna variación de “Mierda, me encanta este tipo”.
Un par de años más tarde, Charles se acordaba de esa noche cuando lo vi en una entrevista. Y cuando nos encontramos después de su presentación en Piano’s un par de noches más tarde, me dio un tremendo abrazo mientras iba a cambiarse. Entonces, al terminar el show, tomó mi mano y la de mi esposa, las besó y nos agradeció por haber ido. Publiqué esa entrevista el día que me despidieron de AOL Music, porque si tenía que irme, mejor que lo último que escribiera fuera sobre él. El año pasado, Charles y yo nos pasamos una hora en una oficina discutiendo su nuevo álbum. Nunca me interrumpió, pero al final de una pregunta, a los diez minutos de entrada la entrevista, me preguntó cómo andaba mi vida. Le conté un par de cosas personales y me dio algunos consejos. Yo traté de aconsejarle que volviera a salir en citas, pero tenía miedo de que le rompieran otra vez el corazón. Prefería esparcir alegría que arriesgar la suya.
Me dijo que lo único que quería era una casa y un poquito de tierra que pudiera considerar suyo, con un jardín del cual pudiera ocuparse para vivir una vida tranquila. Entristece saber que no llegó a ese lugar, porque después de todo el dolor que soportó, se merecía la tranquilidad. No obstante, estoy seguro de que sus últimos momentos fueron en paz, por su fe y porque estaba con su familia y amigos. La última vez que lo vi fue cuando estuvo en el Beacon Theatre. Me dio uno de sus grandes abrazos, una palmada en el pecho, me dijo que tenía mucho amor en mi corazón y que debía esparcirlo. Puse objeciones, pero no me soltó, diciendo que era una mejor persona de lo que yo creía que era. Espero serlo.