En Buenos Aires están de moda el glitter, las plantas, el trap, las zapatillas deportivas. En Berlín, el bigote, el gabber, los gorritos de lana tipo bombín, los pantalones camuflados. Es febrero de 2018 y Amparo Battaglia vive en el barrio alemán de Friedrichshain, entre dos holgadas avenidas engalanadas con las ventanas simétricas de los que alguna vez fueron monoblocks comunistas. Vivió en muchos livings, pero ahora tiene un cuarto en el que trabaja nueve horas al día en su música. Corta, pega, escribe sus letras sobre beats propios y ajenos. Colabora, edita. Posproduce sus videos y recibe llamados de gente que quiere trabajar con ella. Tiene su propio sello, cinco discos y tres EP’s. “Ahora debí ponerme un horario para cortar”, dice. A sus 30 años, toca en vivo una vez por semana y ya no sale tanto. Entendió que no puede ver todo, no puede estar en todos lados. Son muchos los músicos talentosos que se presentan cada noche en la ciudad.
Pero ahora se encuentra lejos de allí. Está en Buenos Aires, en un café de Olivos, el barrio donde vivió los primeros 22 años de su vida. Viste de negro y naranja, con pantalones capri, gorra y lentes azafranados. Catnapp tiene la mitad inferior de la cabeza rapada, pero la otra mitad lo compensa todo. Sus ojos redondos están siempre al borde de la sonrisa.
A la distancia, prepara el lanzamiento de Fear. Es un EP importante, lanzado por el sello Monkey Towns, del dúo berlinés Modeselektor. Pero ahora no habla de eso, sino de todas las veces que le dijeron que algo iba a pasar y no pasó. En 2017 se cansó de esperar a ese sello de Los Ángeles que hacía un año y medio posponía el lanzamiento de su disco y creó su propia discográfica. “Fue la peor experiencia profesional y emocional en toda mi carrera. Tenían los derechos de mi disco y yo no podía hacer nada. Al final, los intimamos con un abogado y me devolvieron todo. Me fui a dormir ese día muriéndome y me levanté prendida fuego: ʽ¡Voy a sacar un label!ʼ”, dice mientras succiona un frapuccino. Cuenta, también, que es adicta al café y a las zapatillas, aunque con lo segundo se controla.
Amparo se convirtió en Catnapp en 2010, pero hacía música desde antes: cantaba, tocaba la guitarra, tenía bandas con amigos y trabajaba como DJ en boliches. En el Colegio de la Ciudad, en donde cursó los últimos años del secundario, hacía talleres de canto, ensamble, guitarra y audioperceptiva. En esos pasillos se cruzaba a veces a Facu Cruz. No eran amigos, pero se ubicaban.
Sentado en el borde de su sillón, como a punto de eyectarse de él, Facu se acuerda de algo muy patente: “Yo pasé música en su fiesta de egresados, y la hacían en Big One, ahora State o Palacio Alsina. Un lugar con una década de historia de música electrónica. Iba caminando a la cabina y Ampi me frenó y me dijo: ‘¿Vos sabés lo que significa pasar música acá, no?’. Y ahí pensé: ʽClaro, ella también lo sabeʼ”.
En 2012 se pusieron en contacto y empezaron a trabajar juntos. Él nunca había sido mánager; ahora trabaja con Perras On The Beach, Luca Bocci, Coral Casino y los Jvlian.
Finalmente se eyecta del sillón. Parado en el living, habla. “Lo que hacía era completamente original. Primero porque era una chica, y en el mercado son muchos chabones. Segundo, me pareció megatalentosa. La música que hace se entiende mejor ahora que en ese momento”.
Cuenta, también, que nunca le habían ofrecido tantas fechas como en la gira de su anteúltimo EP. Ese fue el primer lanzamiento de NAPP Records, su sello. Fue también el regreso triunfal a su carrera después de un hiato en el que se la pasó “haciendo música rarísima” que casi saca bajo otro alias, pero al final descartó. Después del Bass Camp de la Red Bull Music Academy, una serie de workshops creativos y charlas donde son convocadas las próximas promesas de la música, volvió con Back (2017). “Para la presentación hicimos festival Sonar, Niceto, Mendoza, Córdoba, Chile. Hubo más fechas, pero las frenamos porque Ampi quería estar con sus amigos en Buenos Aires. Prensa realizamos bastante también, hicimos MTV”, cuenta Facu Cruz. Pide disculpas y atiende el celular. Pregunta si es gratis y dice que vayan por el de 1000, que el de 200 va a quedar chico. Dice que tal banda sí; tal otra no. “Dejame que eso lo hable con ellos igual. Abrazo”, y corta.
En 2010, Catnapp sacaba su primer disco, pero Amparo trabajaba en IBM. Catnapp copiaba y pegaba beats sobre vocales; Amparo copiaba y pegaba códigos. “Administraba usuarios en servidores de la empresa. Tirando códigos 12 horas por día, imaginate… Además, tenía mucho laburo de Catnapp”, cuenta.
Un día, Amparo estaba yendo a una reunión por un videoclip, “directo del trabajo, sin comer, resacada”. Decidió frenar en un Mc Donald’s, pero no pudo comer la hamburguesa. Sintió que le bajaba la presión, pero el corazón se le aceleraba. Que algo la iba a aplastar, como que podía morir. “Llamé a Tute, mi mejor amigo, y caminé hasta mi casa hablando con él. Tute es lo más. Mirá, lo tengo tatuado”, dice descubriendo una marca de cuatro letras.
Empezó un tratamiento, dejó IBM y los ataques de pánico mermaron. Pero fue recién con el disco A Cliff in an Eyeblink (2014), lanzado por Crang Records, que Amparo y Catnapp se unieron. “Me había mudado a una casa en Saavedra y sentí que me conecté mucho más con historias personales. Quise transmitir otras cosas”, cuenta. “House is Gone”, una de las canciones del disco, habla de la vez que Amparo fue a buscar la casa de su abuelo y se encontró con dos pilas enormes de escombros. Estaba estrenando una bicicleta que le había regalado su mamá.
En la casa de su abuelo, Baby López Fürst, Amparo vivió nueve años. “Mi viejo laburaba en casa. Su pasión era el jazz, era un pianista reconocido. A Amparo le fascinaba el estudio. Tenía un año y medio, y se sentaba en el piano, jugaba con los botoncitos de la pachera”, dice Ana, su madre, desde un living blanco, salpicado con almohadones de colores. Hay fotos de Amparo y también de Catnapp. “Yo la tuve a los 21 años. El papá estuvo, pero no como pareja mía. Siempre fuimos mis viejos, mi hermana, Amparo y yo”, aclara.
Amparo también jugaba con un pianito Casio que le habían regalado. De más grande, grababa canciones de la radio y las mezclaba hasta que quedaran bien unas con otras. Thalía, rec, stop. Spice Girls, rec, stop. “Amparo hace algo especial, algo distinto. Pero, bueno, sabemos que hay muchísima gente talentosa o brillante que quizás no logra vivir de eso. Aunque mi viejo haya tenido la suerte de vivir bien gracias al boom de la música publicitaria, siempre cuando se habla de arte…”, afirma Ana.
Hoy que los “Ampi-Mix” todavía viven en algún baúl de la casa de Ana, Catnapp es convocada para probar las nuevas baterías electrónicas de Roland, la marca que creó las máquinas más icónicas de la historia del techno y el house. También trabaja en unos jingles para la campaña de Galerías Lafayette. Quiere una casa para ella, una cama matrimonial, un blackout y un aire acondicionado.
La hoja de una monstera se imprime en el patio de Espacio Rô, un minúsculo antro escondido en Palermo: son las luces azules de las visuales las que proyectan su sombra. Desde un pequeño vértice formado por la barra y la pista, Amparo se mueve suave detrás de sus aparatos. Acompaña con su cuerpo las texturas de su música, y el universo Catnapp comienza a desplegarse por el lugar. Entre tema y tema agarra el micrófono y habla como si fuera un cumpleaños; el suyo. No es la chica que se subió al escenario a abrir la fecha con DJ Koze apenas llegó a Buenos Aires, aunque se le parece bastante. Es Amparo tocando entre amigos, y el nombre del evento en Facebook lo confirma: “Despedida Ampi”. Pronto tendrá que volver al boliche de Berlín en el que trabaja de vez en cuando. Pero esta vez no se acomodará en el guardarropa, sino que se subirá al escenario a presentar Fear, con los Modeselektor mezclados entre el público. Es el fin del verano porteño y Berlín la reclama de vuelta.