En un Roxy Live a medio llenar, subieron al escenario cuatro ingleses que promedian los veinte años de edad. Vestían chupines y estaban lookeados como rockstars de la última década: un intermedio entre Joy Division, Nirvana y The Horrors. La aparición del grupo fue motivo de gritos y chillidos del público, en su mayoría femenino. Entonces, a las 21:08, los ingleses empezaron su show, al transformar sus individualidades en un conjunto: Catfish and the Bottlemen.
La banda formada en Gales en 2010 dio un recital compacto y bien aceitado, en parte porque el set no varió del que vienen ofreciendo en otras ciudades. Así arrancaron con contundencia con Homesick, primer tema de su disco The Balcony (2014). Sin introducirse y con la gente aún extasiada por el tema que había terminado, arremetieron con Kathleen.
Recién ahí, Van McCann, el cantante australiano nacionalizado inglés, se presentó y agradeció la calidez de la multitud. El reconocimiento era sincero: el concierto era el primero que daban en Argentina, pero el público los hizo sentir como en casa; coreaban los estribillos y tarareaban los riffs de guitarra de Johnny “Bondy” Bond. Quedaba en la banda demostrar si eran capaces de brindar un show a la altura del fanatismo de su público.
Sin prisa pero sin pausa, continuaron con canciones de su segundo disco, The Ride (2016), intercalados con otros de The Balcony: Soundcheck, Pacifier, Anything. El ambiente fue calentándose cada vez más, pero nunca llegó a desbordarse. Ese era también el ritmo de todos los temas: partes instrumentales que coquetaban a ser Led Zeppelin sin los reboses compositivos de Jimmy Page, y unas letras que recordaban fuertemente a Keane.
Es que Catfish and the Bottlemen saben hacer bien eso: un rock edulcorado, fácilmente digerible, armónico, pero sin las letras tortuosas de Ian Curtis que seducían al post punk ni las distorsiones y los solos de guitarra sexy que rozan el hard rock de los 70. Las baterías de Robert Hall sonaron sólidas y compactas, como cuando tocaron Twice y Cocoon, lo que provocó pequeños momentos de pogo colectivo.
Sobre el final del concierto, que duró una hora y cuarto, Van McCann invitó a quienes quisieran seguir la fiesta a las puertas del hotel donde se alojaban, y así se fueron con una versión extendida de Tyrants, último tema de su primer disco. Quedó en el aire una sensación de rock juvenil, fresco, sin pretensiones de crear un sonido nuevo y con muchas ganas de pasarla bien. Tal vez ése sea el sonido de las nuevas bandas o tan solo el estilo musical que año a año va prevaleciendo como estandarte musical del Lollapalooza, cada vez más afianzado como fecha obligatoria en su versión argentina.
Setlist
1. Homesick
2. Kathleen
3. Soundcheck
4. Pacifier
5. Anything
6. Postpone
7. Twice
8. 7
9. Cocoon
10. Tyrants