Desde hace más de 10 años, el grupo salteño es referente en términos de rock alternativo y espíritu indie en el vasto mundo de la música independiente argentina. No es casualidad que la lista de artistas con las que compartieron escenarios incluya a Banda de Turistas, Él mató a un policía motorizado, Indios o Usted Señalemelo. De algún modo, el devenir del rock y el pop emergentes a nivel nacional atraviesan la historia particular del cuarteto. Y eso mismo podría decirse de Tierra bronca, cuarto LP del proyecto que, en simultáneo, funciona como un aleph de referencias presentes en su música y marca un antes y un después en términos de depuración sonora.
Si bien la conexión con sus tres primeros discos es evidente (Bort hace música de guitarras, de eso no hay dudas), los matices distintivos surgen aquí y allá, casi en cada uno de los catorce tracks del álbum. Desde el inicio instrumental con “Preludio” (digno heredero de los Smashing Pumpkins), el motor creativo se pone en marcha y las canciones destilan seguridad y convicción. “Chico malo”, un simple irresistible, reúne buena parte de la receta detrás de la música del cuarteto salteño: melodía, suciedad, inquietud y simpleza. Lo mismo sucede con la introspectiva “Cristales” y su pulso más moderno. “Por qué no” impacta como un pequeño himno que recuerda a Los Reyes del Falsete y reverbera incluso más atrás, con Mataplantas. “Fuego del sol”, “La salida”, “Pochinki”. La lista sigue y seleccionar un muestrario se vuelve realmente complejo.
El autotune en “Tanto”, y el coro al grito de “¡Silverhwaks!” (con la melodía del opening de la serie), en “Luces”, son ejemplos concretos del afán de sorpresa que atraviesa a Bort Sinapellido. Eso es también un salto cualitativo respecto a su discografía anterior y parece, además, un signo de madurez artística. Ese quizás sea el mejor concepto para definir lo que sucede en las dos últimas canciones de Tierra bronca: “No sé para qué vine” y “Mi ciudad”. Ambas tienen que ver con cierto espíritu adolescente que se lee en buena parte de las letras de la banda. La soledad y la nostalgia son sensaciones muchas veces abordadas por Bort. Pero en este binomio final encuentran su máxima expresión y condensan un momento elevado. Son apenas ocho minutos de música, pero son suficientes para creer que no todo está perdido.