Antes de la muerte de B.B. King en mayo de 2015, el afamado guitarrista y cantautor recordó en su última entrevista a los artistas que dejaron una marca profunda en su vida: T-Bone Walker, Lonnie Johnson, Muddy Waters.
“Agreguen a Bonnie Raitt a esa lista –afirmó el guitarrista de 89 años–. Yo crecí en un mundo machista y nunca pensé que declararía que la persona más habilidosa en la guitarra de slide sería una mujer. Bueno, lo estoy diciendo. También estoy diciendo que Bonnie es una artista tan verdadera como cualquiera antes o desde ella. Podrá estar cantando pop o R&B, pero nunca está lejos de la tradición. Es una maestra”.
El viernes antes de los Grammy 2016 –a horas de ensayar el tributo al Rey del Blues que haría con Chris Stapleton y Gary Clark Jr.–, Raitt se ríe al escuchar el elogio de B.B. King. “Aprecio tanto eso, pero cuando comencé nunca pensé que viviría de hacer música, simplemente caí en eso. Tenía esta voz picante y folky que no siempre soporté. Siempre quise más seriedad. Todo lo que podía hacer era adoptar esta persona de ‘mama blues’. Cuando abría la boca para cantar, me sentía una mujer de 45, pero sonaba como la mocosa de 21 años que era”.
Hoy, a los 66, Raitt no tiene ese problema. Universalmente respetada como artista y miembro del Rock and Roll Hall of Fame, ha forjado una larga y brillante carrera que se divide en dos secciones: los 20 años que llevan a su triunfo en los Grammy con Nick of Time –el álbum que selló su estrellato y que fue certificado cinco veces Platino por la RIAA– y los 26 años siguientes. Su producción musical ha sido consistente con su estética blusera esencial: 20 álbumes y unos tremendos 185 duetos y apariciones como invitada.
Cava en tu corazón, profundiza en tu mente, en tus heridas. Si mi disco no revela quién soy en este punto de mi vida, perdí el tren.
“Está en una categoría propia en lo que respecta a artista, cantante, guitarrista –afirma la voz detrás de Alabama Shakes, Brittany Howard, que tocó con Raitt en 2014–. Durante el poco tiempo que estuvimos juntas, me sorprendió cómo lleva todo, y su respeto y amor por la música y su historia”.
La hija del cantante y actor de Broadway John Raitt, que falleció en 2005, emergió de la cultura folk-blues de Cambridge, Massachusetts, y se graduó en Relaciones Sociales y Estudios Africanos de la Radcliffe College. Por más de cinco décadas ha sido una activista apasionada. En 1979, cofundó la organización sin fines de lucro Musicians United for Safe Energy (Músicos Unidos por la Energía Limpia), que organizó los conciertos antibombas nucleares en el Madison Square Garden en Nueva York. Actualmente, apoya la candidatura progresista de Bernie Sanders para la presidencia de los Estados Unidos. Sus esfuerzos siguen incluyendo la recaudación de fondos. “Separo un dólar por cada entrada vendida –explica–, además de vender asientos especiales en cada show. Dono ese dinero a grupos específicos que están trabajando en soluciones a problemas que considero urgentes: antibombas nucleares, antifracking, detener la contaminación plástica, mirar las causas y prevenir el cáncer relacionado con el ambiente”.
En 2012, después de largas sociedades con Warner Bros. y Capitol, Raitt fundó Redwing Records. Dig in Deep, que fue lanzado el 26 de febrero, es el segundo álbum de estudio que sale en su propio sello. Como su antecesor Slipstream, que llegó al N° 6 en el Billboard 200, Dig in Deep es autoproducido, con cinco de las doce canciones compuestas o cocompuestas por Raitt. El disco es un asunto profunda y conmovedoramente introspectivo, por momentos taciturno y triste, pero sorpresivamente optimista.
Raitt, que vive en el norte de California y se encuentra en una “relación amorosa” con un hombre al que prefiere no nombrar, llega al escenario de Burbank muy relajada. Vestida casualmente con una camisa sencilla y jeans oscuros, y su conducta tranquila.
Le pusiste Dig in Deep [Cavar profundo] a tu nuevo disco. ¿Para qué estás cavando?
– El título se refiere a la habilidad de mi banda de profundizar en los grooves. En gran parte, hemos estado juntos por más de 25 años. Mis socios –George Marinelli, Mike Finnigan, Hutch Hutchinson y Ricky Fataar– son un grupo de músicos de primera con un vocabulario y una historia combinados que hacen que hablar sea innecesario. Somos como un combo veterano de jazz, una unidad viviente que respira y que se maneja por instinto y algún código no verbal y no analizado. Algunas de las canciones las escribí yo misma –What You’re Doing to Me, If You Need Somebody, The Comin’ Round Is Going Through– porque quería material fuerte para tocar en vivo cuando saliera en esta gira de dos años que me toca hacer. Y roquearla, incluso –o especialmente– en este momento de mi vida es un desafío que no se me ocurriría ignorar.
El álbum está repleto de baladas sobre el amor perdido y la congoja cruda.
– Es cierto, es parte de lo que significa cavar profundo. Cava en tu corazón, profundiza en tu mente, en tus heridas. Si mi disco no revela quién soy en este punto de mi vida, perdí el tren. Y para revelar lo duro –lo que yo llamo “lo oscuro”–, las baladas son lo mejor que hay. Soy afortunada de estar rodeada de brillantes compositores como Gordon Kennedy, Jon Cleary y Bonnie Bishop, cuyas melodías y letras encapsulan el dolor que he conocido en los últimos años.
Hablando de dolor, la canción de Joe Henry You’ve Changed My Mind realmente pega fuerte.
– Ese es el único tema que yo no produje, Joe lo hizo. En ese sentido, él es el héroe de esa canción. Para 2010 había pasado la década más difícil de mi vida. Perdí mi familia: mi hermano murió de cáncer cerebral y mis padres fallecieron, todos en la misma época. No estaba segura de cómo seguir. La oscuridad era profunda. Solo la insistencia gentil de Joe me trajo de vuelta al estudio. “Solo vení y relajate –me dijo–. Vamos a divertirnos un rato”. Había escrito una canción particularmente para mí.
El álbum concluye con una balada emotiva, la escribiste vos y te acompañaste en el piano.
– The Ones We Couldn’t Be. Otro chapuzón profundo hacia mi pasado. Tomé una licencia poética para mezclar metáforas y significados. Un verso se refiere a una relación amorosa que se arruina. Otro es sobre malentendidos familiares. Combiná ambos y te queda una sensación de remordimiento de que no podemos ser lo que otros quieren e incluso lo que necesitan que seamos. A pesar de eso, creo que el amor siempre se renueva.
El único corte político en el álbum es The Comin’ Round Is Going Through.
– Escuché a un par de personas decir que es específicamente sobre [Donald] Trump, pero no es cierto. Podés leerlo de la manera que quieras, pero lo compuse antes de que Trump apareciera. Por años estuve enfurecida por [el fallo de 2010 de la Corte Suprema] Citizens United y el secuestro de la democracia por parte de los grandes poderes financieros. También por la escandalosa desigualdad económica que marca increíblemente esta era moderna. Así que canalicé mi furia en un tema roquero con un bombo en cuatro y guitarras fuertes. Estoy ansiosa de tocarlo todas las noches de la gira. Es una forma de ventilar mi enojo y satisfacerme musicalmente al mismo tiempo.
Tu carrera está actualmente en su quinta década. ¿Qué hitos te vienen a la mente?
– Por raro que parezca, los hitos más vividos comenzaron mucho antes que mi carrera. La epifanía más espectacular la tuve a los 12 años. Mi colección de discos para entonces era de probablemente tres álbumes –Joan Baez, Peter Paul & Mary y Odetta–, y después un amigo de la familia me trajo un cajón de álbumes de Ray Charles. Eso cambió todo. Me convertí en una tremenda fanática. Cuando pienso en el pasado, son las memorias de la fan que soy las que me alegran más. Cada vez que escucho la voz de Marvin Gaye, por ejemplo, descarrilo. Y no hay mayor fan de Aretha Franklin que yo. Escuché su primer álbum de Atlantic en 1967 [I Never Loved a Man the Way I Love You], cuando tenía 16, y he estado adorando su música desde entonces. Uno de los más grandes momentos de mi vida fue en 1998, cuando mi papá y yo vimos a Aretha reemplazar a último minuto a Pavarotti [en los Grammy] y cantar Nessum Dorma [el aria de Giacomo Puccini]. Nuestra relación, como todas las relaciones padre-hija, fue complicada, pero en ese momento no lo fue. Estábamos en casa, él sentado en una silla, yo en otra. A los dos se nos llenaron los ojos de lágrimas. No tuvimos que decir una palabra.
Ese mismo año, fui a ver a Aretha en Minneapolis. Había hablado con ella un poquito, pero no tenía idea de si me recordaba. Y entonces, de la nada, va al piano y dice: “Hay alguien en el público a quien le quisiera cantar una canción muy especial”. Y se puso a cantar una increíble, conmovedoramente lenta versión de I Can’t Make You Love Me. Dios, me volví loca. Parecía el personaje que está en El grito de Edvard Munch.
Adele también hizo ese tema en 2011.
– Me encantó. Amo a Adele. Amo cada vez que una mujer abre su boca, ya sea para cantar o para hablar. Amo su personalidad.
¿Dónde estás viviendo estos días? ¿Estás enamorada?
– Cuando no estoy de gira, mi hogar se encuentra en Marin County. Y sí, estoy en una relación amorosa, pero no, su nombre no será revelado. En ese sentido sigo el consejo de Sippie Wallace, que compuso un tema que yo canté hace unos 45 años, cuando recién me subía al escenario: Women Be Wise, Don’t Advertise Your Man [Mujeres, sean sabias. No publiciten a su hombre].