Minutos antes de que Bad Bunny llegue a un estadio repleto de 19 mil fans, corre para adelante y para atrás, con el rostro estoico. La estrella latina de trap de 24 años cierra el mega concierto de Calibash, en el T-Mobile Arena de Las Vegas, Estados Unidos. El line-up incluye a los nombres más grandes de la música urbana –un paraguas que engloba géneros como el reggaetón, el dembow y el trap latino- incluyendo a Ozuna, Anuel AA, Farruko, e incluso Enrique Iglesias. Bad Bunny se presenta por primera vez desde el sorpresivo lanzamiento de X100PRE (pronunciado Por siempre) en diciembre pasado, su aclamado álbum debut, que alcanzó el puesto Nº11 del Billboard 200 en enero y todavía no salió del top 20.
Bad Bunny, nacido como Benito Martínez Ocasio, puede moverse como un boxeador antes del match, pero no está nervioso. “Me siento bien”, dice mientras ofrece un abrazo y un apretón de manos. Cuando llega su llamado, el cantante, vestido con shorts y un rompevientos naranja fluorescente, saca una lata de Coca sin abrir, grita algo así como “¡Hagámoslo! ¡Fuck!”, y la revienta contra el piso. Después corre hasta el escenario y se pone a bailar jubiloso a un costado, mientras Farruko, su compatriota puertorriqueño y habitual colaborador, hace una versión de su hit merengue “Mi forma de ser”, un himno sobre la individualidad y no hacer caso a los haters –algo que bien comparte la ética de Bad Bunny-. Cuando Farruko termina, el tótem de Bad Bunny –la imagen de un “tercer ojo”, que según él le permite “ver todo”, incluso a una movilera desnuda en la alfombra roja- se desenvuelve ante la multitud. Y él saca una amplia sonrisa.
Veinte años después de que Ricky Martin lideró la llamada explosión latina en las radios norteamericanas, Bad Bunny ranquea como una de las nuevas estrellas más excitantes, sin calificación necesaria de “crossover”. Su ascenso –de una pequeña ciudad al norte de Puerto Rico a los grandes estadios de los Estados Unidos– certifica el rol central que ahora tiene la música latina en el pop americano, más allá de singles novedosos y algunas rarezas de Justin Bieber. Como sus contemporáneos Ozuna y Maluma, creció influido por el reggaetón y el hip hop americano, y alcanzó la fama global mientras el hip hop se abría como la clave de un código, suministrando sonidos frescos y actitudes para artistas alrededor del mapa. Reteniendo su álbum debut al tiempo que lanzaba single tras single, ubicó 34 tracks en el chart Hot Latin Songs de Billboard, el doble que Ozuna antes de la debacle de Odisea en 2017.
Empoderado por las estrategias y sonidos del hip hop (en particular de Drake y Future), no hay nadie como Bad Bunny en los charts: una mezcladora de géneros, un rapero estilísticamente venturoso y un logrado cantante cuyas letras van de la más cruda vulnerabilidad a la lujuria callejera. En un momento en que la población norteamericana de origen hispano llega al 17 por ciento (según el censo de la American Community Survey de 2017), y cuando resulta el país con más parlantes hispanos del mundo excepto México, el éxito de Bad Bunny refleja el cambio en el paisaje del pop y de los mismos Estados Unidos.
En su set de media hora en el Calibash, Bad Bunny atraviesa un mix de canciones de X100PRE, junto a las masivas colaboraciones que lo llevaron a la cima: “I Like It” con Cardi B y J Balvin, y “MIA”, con Drake, que alcanzó el número uno en todos los charts radiales latinos y debutó en el quinto puesto del Billboard Hot 100 en octubre de 2018. Afuera del escenario, su viejo amigo Jesús Hernández (alias Chu) se maravilla con el éxtasis del público. “¿Venir de un lugar pequeño como Puerto Rico y tener esta suerte de impacto? O sea, ¡mirá esto!”, exclama. El 14 de marzo, Bad Bunny se embarcará en su segundo tour de 18 fechas por los Estados Unidos; será un embajador de la música urbana en enormes estadios como el Staples Center y el Madison Square Garden, pero también en ciudades alejadas como Portland y Reading, que nunca vieron tamaño nivel de audiencia masiva.
Aquella mañana, entre un tumulto de ropas colgadas, estilistas y otros asistentes en su suite del Aria Hotel, Bad Bunny es un oasis de calma, sentado en un sillón con algunos amigos cercanos, concentrado en el competitivo juego Playerunknown’s Battlegrounds. Cuando el juego se termina, Bad Bunny salta del sillón e inmediatamente me abraza. “Es un placer”, dice.
Cara a cara, Bad Bunny parece más joven y relajado de lo que su feroz presencia en el escenario –o sus letras sobre marihuana, mujeres e incluso orgías- puede sugerir. El tenue olor a marihuana que desprende su entorno es el único indicio de desenfreno. Mientras hablamos, oculta su cara en la visera de su gorra. Tener a sus amigos cerca, explica, “te hace sentir que estás con la familia, te hace sentir en casa, te hace sentir normal. Te da el piso que necesitás para no estar en órbita y no olvidar la tierra”. En la muchedumbre pop y el paisaje del trap, Bad Bunny toma más riesgos que cualquier otro artista joven latino, ya sea pintando sus uñas de amarillo o hablando de comportamiento misógino en las redes sociales y su música. “Cuando llegué a esta industria nunca temí a mis reacciones”, dice. “Había gente que me decía que tenía que controlarme, pero yo siempre pensé, ‘¿Qué es lo peor que puede pasar?’”. Como provocador, el comportamiento de Bad Bunny ha sido progresivo. Animó a las mujeres a abstenerse de depilarse para el placer de un hombre en Twitter, advocó por el poliamor y, más recientemente, confrontó los comentarios homofóbicos del reggaetonero Don Omar. “¿Homofobia en esta época?”, twiteó en español. “Qué horrible, hermano”.
También usó sus videos musicales –los más mirados exceden medio billón de visitas en YouTube- como una plataforma de temas sociales. “Sólo de mí” aborda la violencia rampante contra las mujeres en Puerto Rico, mostrando la cara magullada de la modelo venezolana Laura Chimara mientras Bad Bunny canta, “No soy tuya ni de nadie, soy sólo de mí” –la declaración de libertad de una relación abusiva, pero también un guiño al Colectivo Feminista, el grupo activista puertorriqueño que recientemente ocupó la mansión del gobernador Ricardo Rosselló, demandando que declare el estado de emergencia contra la violencia doméstica-. “Vi la ocupación (de Colectivo Feminista). Vi las noticias sobre cuántos femicidios hubo”, dice Bad Bunny. “Eso me motivó para decir algo”. Su video más reciente, “Caro” –que en sus dos primeras semanas acumuló más de 45 millones de visitas- presenta modelos obesas, transexuales y discapacitadas caminando por una autopista, además de un hombre que besa a Bad Bunny en la mejilla. “Quizás la gente imaginó un video lleno de joyas, dinero, vos sabés, vistiendo ‘caro’”, dice. “Pero el video cambió completamente el sentido de las letras”, convirtiéndolo en un himno de aceptación y auto amor.
Sus intentos por desarticular la cultura machista no siempre salieron bien. El verano boreal pasado, cuando un salón de manicura en España rehusó atenderlo porque era un hombre, Bunny twiteó, “¿En qué año estamos? ¿Fucking 1960?” –después, cuando unos trolls lo atacaron por pedir servicio de manicura en primer lugar, se ofreció a dejar embarazadas a sus esposas (inmediatamente pidió disculpas)-. “Nadie es perfecto”, dice hoy Bad Bunny, al reflexionar sobre aquella respuesta. “Vos no tenés la mentalidad de cinco años atrás, ni siquiera de hace un año. La gente cambia todo el tiempo y yo creo que todos merecemos la oportunidad de cambiar, así como que la gente reconozca el cambio. Quizás alguien comete un error y después quiere trabajar para asegurarse de que no vuelva a pasar otra vez”.
Creciendo en un barrio de clase media en Vega Baja, Puerto Rico, Benito Martínez Ocasio imaginó una carrera en la música desde temprana edad. A los cinco años se unió a un coro de iglesia pero casi al mismo tiempo se enamoró del rap en español, tras recibir el disco “Ángel que había muerto” de Vico C como regalo. De adolescente, se sumergió tanto en la música que escuchaba su madre –leyendas de la salsa como Héctor Lavoe y Juan Gabriel- y el reggaetón que sus amigos amaban: Daddy Yankee, Don Omar, Wisin & Yandel, Ivy Queen y Calle 13. Esas influencias tempranas aún están presentes en su música, desde su sonora voz hasta los sutiles toques de sus letras: en “La romana” pronuncia las palabras ojalá y como ojalai, una referencia a “Chulin culin chunfly” de Voltio, donde el rapero Residente usa la misma pronunciación.
Para 2016 estaba posteando tracks en SoundCloud como Bad Bunny, mientras alternaba entre el trabajo en una tienda de comida con sus estudios escolares. Fue entonces cuando Noah Assad, fundador de Rimas Entertainment, y DJ Luian, dueño del sello Hear This Music, conectaron a Bad Bunny con su poderoso equipo de producción, Mambo Kingz. En menos de un año, un remix de la canción con la participación de Ñengo Flow, Ozuna, Arcángel y Farruko debutó en el número 15 del chart Latin Rhythm Digital Song Sales.
Desde entonces, Bad Bunny apareció en más de 70 singles (46 ranquearon en el chart Hot Latin Songs, y siete en el Hot 100). Himnos sombríos como “Soy peor” e himnos a la marihuana como “Krippy Kush”, con Farruko y Rvssian –el último alcanzó el número 5 en Hot Latin Songs e inspiró remixes con 21 Savage, Nicki Minaj, Travis Scott y otros- no sólo cautivaron a una base hispanoparlante sino que cultivaron a una audiencia de millennials angloparlantes. Entonces vino “I Like It”, el animado track estilo bugalú, con Cardi B y Balvin. Con su primer número uno en el Hot 100, Bad Bunny se adentró en el mainstream norteamericano, rapeando mayormente en español.
Pero el espíritu de Bad Bunny todavía tenía que encontrar la fama. “Era todo tan nuevo en mi vida que quizás no estaba listo para encararla”, dice hoy. Disfrutaba la creación, pero “estaba esforzándome para hacer música. No era estar sentado trabajando en mi música, como pasó (después) con mi álbum. Era como que todo se había vuelto muy monótono. Como que estaba en piloto y me olvidé de lo que realmente quería”.
Alrededor del mismo tiempo dejó de trabajar con Luian, dejó Twitter y alquiló una mansión en la playa de Vega Baja, a unas vueltas de bicicleta de donde había crecido. Se quedó enclaustrado ahí, lejos del murmullo de las redes sociales y de cualquiera fuera de su círculo íntimo de amigos. Fumaba marihuana y jugaba videojuegos, pero mayormente trabajaba en un estudio en el piso de arriba, dedicado a X100PRE. En vez de contratar a productores de primer nivel, eligió trabajar con sus amigos de toda la vida, La Paciencia y Tainy, un miembro de la vanguardia del reggaetón que también produjo “I Like It”. “Eso influyó no sólo en la calidad del álbum sino también en su sentimiento”, explica. “Esa energía se permea. Vos sentís que estás escuchando a un artista, no a un músico que apunta a la radio”.
El 28 de junio del año pasado, luego de un mes vacío, Bad Bunny lanzó el video de “Estamos bien”, que fue mayormente rodado en la playa cerca de su mansión. Unos meses después actuó en The Tonight Show Starring Jimmy Fallon, con proyecciones posteriores al huracán María que arrasó Puerto Rico –una exultante declaración de orgullo por su isla y su gente-. “Estamos bien” aparece en X100PRE al final de tres canciones autobiográficas, un arco que empieza con “Como antes”, una lúcida visión sobre la pérdida de la inocencia, y continúa con “RLNDT”, el tributo a un chico cuya desaparición shockeó a Puerto Rico por años. En el último track, Bad Bunny cuestiona al hombre en que se ha convertido y se pregunta si la desesperanza lo consumirá. “Estamos bien” ofrece esperanza –el sonido de un artista que emerge desde las sombras-. El track “te saca de una canción oscura y hace un giro completo”, dice Bad Bunny. “Estás escuchando a mi realidad ahí. Estás oyendo mi verdad”.
X100PRE llegó meses después de especulaciones sobre cómo sería un álbum de Bad Bunny después de tantos singles. “Lo terminé, digamos, cuatro días antes de que saliera”, dice riendo. Pero suena cualquier cosa menos improvisado: en 15 tracks, está cuidadosamente ordenado, es un tour genérico y fluido por el laberinto emocional de la creación de Bad Bunny, tocando en el trap latino por el que es conocido pero también en el reggaetón, dream pop, pop punk, e incluso dembow dominicano en “La romana” –donde participa El Alfa, un serio contendiente a autor de la canción del Verano-. “El álbum es un tributo a mi generación, tanto en lo musical como a la cultura pop de cuando éramos jóvenes”, dice Bad Bunny, que fue nominado a 12 Billboard Latin Music Awards, incluyendo artista del año. Millennials que, como él, crecieron escuchando a veteranos músicos latinos, estaban sin duda preparados para un artista de su misma edad. En los últimos dos años, contemporáneos de Bad Bunny como Ozuna y Balvin llegaron a los charts del mainstream y empezaron a llenar los estadios norteamericanos. En 2017, “Despacito” se convirtió en un hit global, no sólo gracias al remix de Justin Bieber. En la pasada década, el número de gente que habla español en los EEUU creció más de un 20 por ciento, según un censo del American Community Survey. Pero sólo recientemente las lomas se agrandaron de manera significativa para exploradores latinos como Cardi B o Rep. Alexandria Ocasio-Cortez. Cardi, AOC y Bad Bunny comparten más que sus raíces latinas: son desprejuiciadamente genuinos y honestos, en un momento cuando en los Estados Unidos tanto los votantes como los fans de la música exigen autenticidad.
Es esa autenticidad la que Bad Bunny quiere preservar mientras acrecienta su fama. Alrededor de la medianoche del 11 de enero, marcha por las calles de San Juan en dirección a la mansión del gobernador, acompañado por su amigo Residente, el rapero de Calle 13 que creció idealizando. Los dos esperan hablar con Rosselló sobre la violencia doméstica que sacude a la isla, y durante un par de horas Bad Bunny documentó en Instagram sus intentos por entrar a la mansión. (Ocho días después de nuestra entrevista, Jeffrey Ayala Colón, amigo y guardaespaldas de Bad Bunny fue asesinado con un arma de fuego en Guaynabo).
Luego de varias horas, Rosselló dejó ingresar al dúo para un café y una charla a las cinco de la tarde. Pero para Bad Bunny, eso no fue el único aspecto notable de la noche: los fans se le acercaban libremente por la calle, del modo que él deseaba que siempre fuera. “Ese es el punto, así debe ser”, me dice. “Es el modo en que se conecta uno con la gente”.
La mañana de Calibash, dice algo parecido al explicar el concepto del video de “Caro”, con sus modelos poco ortodoxas. “¿Ver el video cambió tu idea de la canción?”, me pregunta, esperanzado. Le digo que sí. “Al final del día, esos son los mensajes básicos”, dice. “A fin de cuentas, no estoy haciendo mucho. Sólo hago lo que un ser humano siente que debe hacer, a mi modo, sin salir de mi flow, permaneciendo en mi camino. Sin, supongo, aburrir a la gente”.