“A veces me tengo que acordar de explicarles a todos el porqué de Discutible”, dice Adrián Dárgelos en la tertulia previa a la entrevista, café en mano. Fue un largo día de compromisos con los medios. “El desafío es no repetirse”, agrega Mariano Roger. La transformación y la no repetición han sido como un mantra en la carrera de Babasónicos, y su álbum Discutible no es la excepción.
Una de las particularidades del disco es que fue realizado y grabado sin un productor externo que intervenga en el proceso: “Queríamos evitar esa manipulación para que la crudeza de la interpretación se expusiera a más volumen sobre el límite del parlante”, dice Dárgelos. Impuesto y Repuesto de fe, dos discos intimistas, entrenaron a los miembros de la banda en una nueva disciplina no muy habitual de su sonido barroco: la regulación en cuanto al espacio de cada instrumento. Desde ese punto de vista, Discutible plantea nuevas reglas de juego.
Por el lado de las líricas, hay mirada crítica hacia el consumo de la música en la industria actual. “Nos persiguen con largos algoritmos perversos”, dice “Teóricos”, y en la charla, Dárgelos se encargará de ampliar el concepto para que no queden dudas o grises: “Tenés que combatir el algoritmo, porque vos buscaste dos o tres cosas y te tiran por la cabeza 70.000 idioteces que no te interesan. El gran consumidor escucha la elección de otro, como playlist. Y no le importa de dónde viene o quién lo hizo, quiere ser transportado por una clase de gusto mayoritario”.
Discutible fue grabado sin productor, algo que no hacen desde los comienzos. ¿Por qué eligieron hacerlo así?
Mariano Roger: El proceso de Impuesto de fe fue arduo y muy compartido con Andrew [Weiss], a quien necesitamos mucho para las reversiones. Eso nos terminó empujando a hacer un disco con un círculo más cerrado e íntimo. También desde la instrumentación quedaron resabios de ese proceso: Discutible tiene un poco de austeridad buscada. Hay espacios más grandes, las cosas entran, salen, aparecen, desaparecen.
¡Hay silencios! Algo atípico en sus canciones…
Adrián Dárgelos: Para ser distintos a Romantisísmico teníamos que crear ese espacio más abierto. Eso era un puntapié y una apertura, pero a ese espacio lo tenés que llenar de tonos, sentido, estética, porque la música es la sobreestetización del silencio, y más la música pop. También hay que entender que nosotros somos bastante compradores de discos, muy melómanos; escuchamos mucha música. Y veíamos también que la música nueva que a nosotros nos gusta cada vez tiene menos lugar.
¿En dónde? ¿En los rankings, en los servicios de streaming?
MR: Cada vez está más abajo en la lista. Para gente como nosotros es un problema…
AD: [Interrumpe] ¡Es un insulto!
MR: [Continúa] Es un problema más que una solución. Igual, entiendo que para la mayoría de la gente el algoritmo es una salvación, porque no sabe bien qué escuchar. Entonces va escalando un algoritmo que le da lo que tiene que oír, y vive en una burbuja algorítmica. Tiene que ver con la curiosidad, con descubrir. No quiero que descubran por mí.
AD: Está bien el cambio, hay cosas que las acepto y las uso, el problema es cuando veo la mano perversa de la manipulación del gusto detrás de las cosas.
Algo así como la mano invisible de Adam Smith trasladada a la música…
AD: Y… empieza a parecerse. Entonces digo “Pará”. Tengo que saltar, porque yo estoy en otra vereda, a mí eso no me va, no me importa. Entonces Discutible empieza denunciando eso con “La pregunta”. “La pregunta” lo hace pidiendo su propio lugar, sabiendo que es inhiteable. Hay que marcar el territorio, tenemos una búsqueda distinta. Aprécienla o no. Al final, yo creo que provocás más discurso.
¿Con “La pregunta” fueron directo a incomodar?
AD: Hay una idea que me vuelve loco últimamente: hay libros que apartan al lector, hacen que no los quieras leer, te echan permanentemente porque tienen un nivel de poco confort para la lectura actual, y empiezan a apartarte. Cuando los leo, digo “Esto está escrito para una o dos personas nada más” y empiezo a descubrir que hay una belleza en las cosas únicas, como si hubiese melodías únicas que solo pueden abrir el corazón de un solo oyente. ¿Eso no tiene el mismo valor que las que abren el corazón de millones?
Quizás lo abren a millones, pero por cinco minutos…
AD: Y bueno, si vos podés rescatar a uno, entonces quizás abre el juego a soñar que va a haber otra música que va a levantar la posta.
Cuando ustedes surgieron lo hicieron en un contexto de una movida sónica con mucha dialéctica entre bandas. ¿Cómo ven la actualidad de la música nacional?
AD: Creo que hay muchas bandas nuevas interesantes, también estamos muy atentos al fenómeno del trap. Lo que no creo que haya es mucha dialéctica de discusión entre diferentes lados, como se generó en los 90.
Convengamos que no es sencillo reinventarse todo el tiempo. Quizás, muchos toman el camino fácil…
AD: Yo no veo ni siquiera el camino fácil. En este momento veo más desesperanza y más vacío. Pero tiene que ver con los ciclos de novedad y de impacto. A la música le falta impacto.
MR: Creo que también influye que muchos hacen música como una salida laboral, o para emular algo que ya escuchaste, como hacer covers de otras bandas. O el fenómeno de una persona común que toma una guitarra, hace un cover y lo pone en las redes sociales, y luego se convierte en artista, y eso tiene más views que el original. Pero es un fenómeno de los tiempos.
¿Creen que hay mayor o menor democracia en esta nueva realidad de la música?
AD: Hay una velocidad de acceso a la música que es falsamente democrática. Porque tenés que pagar la luz, Internet, un montón de cosas. Y mejor si lo pagan los padres.
MR: Para tener una cuenta de streaming necesitás tarjeta, una cuenta, un domicilio, y hay mucha gente que está afuera de esa situación.
Lo que decía Adrián de la falsa democracia, no solo en la elección sino también en el acceso…
AD: La falsa democracia es cuando gastás todo el dinero que ganás trabajando en electricidad. Cuando creés que sos un capo porque consumís contenido, pero en realidad lo que consumís es electricidad de un solo dueño.