La princesa maldita está en su castillo maldito.
La princesa es Avril Lavigne, que se consagró con su single N° 1 “Girlfriend”, de 2007. El castillo, una casa Tudor en un ilustre barrio de Los Ángeles, es la única cosa que Lavigne presidió desde su último tour, en 2014.
Unas semanas antes del lanzamiento de “Head Above Water”, su primer single en cuatro años y medio, Lavigne se sienta bajo el techo estilo catedral de su estudio hogareño. Es la habitación donde, en el curso de su ausencia pública, grabó buena parte del álbum que planea editar a inicios de 2019.
Las canciones de Lavigne sobre fiestas –y la pequeña estatua con una botella de Jack Daniel’s que me recibe en la puerta– sugieren que terminaremos bebiendo whisky, o al menos el vino rosado que su publicista sugirió que trajera. (¿Avril Lavigne toma vino rosado?). Pero Lavigne está tomando de un sorbete Emergen-C mezclado con agua, para combatir las alergias de la época. Sentada en un enorme sillón modular gris (¿Avril Lavigne tiene un modular?), ella me revela que pintó varias de las obras que se exhiben en el foyer y me muestra el devocional diario rosa que le regaló su madre. Bajo las plegarias diarias que encolumnan cada página hay acordes de guitarra y ambiciosas metas escritas en el burbujeante estilo de escritura de Lavigne: “Completar el álbum”. “Elegir un single”. “Dirigir video”. “Dentista”.
Es todo tan… adulto, una categoría a la que Lavigne le dio un rotundo no en su último álbum Avril Lavigne, de 2013, donde insistió en odas a lo Peter Pan como “Seventeen” o “Rock N Roll” que “aún amamos eso”. (“Eso” presumiblemente se refiere al gusto de Lavigne por el consumo espontáneo de alcohol cotidiano). Desde entonces, hasta el arribo de “Head Above Water” en septiembre último, hubo noticias sobre su vida en un puñado de ocasiones: cuando apareció en Good Morning America en el verano de 2015 para decir que había sido diagnosticada con la enfermedad de Lyme; cuando se divorció de Chad Kroeger, el frontman de Nickelback, al final de ese año; y cuando, entre ambos eventos, Taylor Swift la incluyó en su tour mundial para cantar su single debut “Complicated”, editado cuando tenía 13 años. En algún punto entre todo eso, Lavigne dijo: “Ay, creo que se acabó mi carrera con la música”.
E indudablemente la persona serena de 34 años sentada frente a mí en un sillón de gamuza no parece lista para rockear. Cuando Lavigne me dice lo excitada que está por hacer esta entrevista, las palabras salen arrastradas apáticamente, extraídas de su boca de muñeca como un chico forzado a hacer un tour de museo. ¿Quiere la maldita princesa seguir usando su maldita corona? ¿Quiénes exactamente serían sus acólitos si se decidiera a calzársela? ¿Y por qué desapareció cuatro años atrás?
El espíriu de chica malcriada todavía anida en Lavigne. Al instante cambia su Emergen-C por el vino, monta su skate rosa en sus Vans rosas y sale zumbando por el abovedado pasillo. Su madre y su padrastro, de visita desde Canadá, retozan en el patio junto a una troupe de animales inflables. Pero Lavigne quiere que se sepa que las actividades de su castillo, incluso aquellas al aire libre, se permiten y hasta se estimulan puertas adentro. Con un largo sable que saca de una caja y luego apunta hacia mí, me informa que al caer la noche estaré saboreando una botella de champán especialmente comprada para este encuentro. Cuando Avril Lavigne se excita, hace ruiditos y risitas como exclamación. Pareciera ser que (como yo) tiene un tono de voz esencialmente sarcástico.
Una copia enmarcada de su última tapa de Billboard cuelga de un muro. Posee más de diez años, pero exceptuando los tatuajes en sus antebrazos, Lavigne luce igual, con delineadores a lo Courtney Love en sus ojos azules y pelo rubio largo, a mitad de camino entre Rapunzel y Johann Sebastian Bach. Hoy, agrega al look una remera rosa holgada con impresión de costillas.
Colgado del bar de la cocina hay un cartel que dice: “¡Vino! Qué fácil la gente fina pierde la compostura”. Lavigne recuerda un episodio temprano de su carrera. “En serio, canté con Shania Twain cuando tenía 14 –cuenta desde su asiento junto a una bandeja de bocadillos–. Gané un concurso radial al que envié una grabación mía”.
Cuando Antonio “L.A.” Reid la fichó dos años más tarde, Arista le entregó a la adolescente canciones prefabricadas. “Parte de mi crecimiento consistió en aprender a tener mi propia voz”, dice Lavigne sobre asegurarse de que iba a escribir su propia música, lo que haría por años. Cuando estúpidamente le expreso mi sorpresa por escribir música en el piano, ella revolea los ojos: “Puedo tocar mi propio material. La batería, la guitarra, el bajo y el piano”.
“Yo quiero, digamos, más música de rock”, cuenta Lavigne que le dijo a Arista. Y así empezó a trabajar con los compositores The Matrix y Lauren Christy, que la ayudaron a volcar sus experiencias de adolescente a la música. Por ejemplo, el hit de 2002 “Sk8er Boi”, que llegó al top 10 del Hot 100 en Billboard. “Yo era ‘Si veo a un muchacho haciendo skate por la calle automáticamente me pregunto quién es’”, recuerda Lavigne que les decía a sus colaboradores. Así surgió el verso “Él era un chico, / ella era una chica, / ¿puedo hacerlo más obvio?”.
No podía: fue una expresión de frustración adolescente, pintada con simpleza. La directa autenticidad de sus sentimientos, el hecho de que Lavigne parecía alguien que andaba en skate alrededor de su casa, el gancho, todo era irresistible. Casi siete millones de norteamericanos compraron Let Go, según Nielsen Music, y tres años después del show de Twain, Lavigne agotó las localidades en el mismo estadio durante su Let Go Tour, poniendo el culo de 17.000 canadienses en sus asientos, empoderados por una chica diminuta que no arrugaba ante nada. Lavigne nunca pensó que estaba haciendo una demostración feminista.
De golpe se sube de nuevo al skate rosado para darle un colofón colorido a la historia (estuvo dando vueltas hasta que debí pedirle que parara para continuar la entrevista).
Su glorioso y desvergonzado sentido casi viril y su recortado sonido pop han inspirado a artistas desde Taylor Swift (por ejemplo, en el colapso nervioso a la Lavigne de “Shake It Off”) hasta una nueva generación de rockeros indie como Soccer Mommy (quien dijo a Billboard que Lavigne “es la mezcla perfecta entre Elliott Smith y Evanescence”), pasando por Snail Mail (“Quería ser como ella”, declaró) y Alex Lahey, quien dijo: “Cuando pensás en esa cosa medio varonil que tiene, en el pasado están los estilos de Joan Jett y Suzi Quatro. La vibra de Avril es más apática”.
Esa postura –y la aversión de Lavigne a lo que con tono de maestra llama “vender sexo”– fue también un llamado de atención a mujeres ajenas al mundo de la música. Para Jessica Williams, coconductora del programa de HBO 2 Dope Queens, “Avril fue una brisa de aire fresco, una adolescente brava con la actitud de nada me importa. Y mientras, en retrospectiva, en el video de ‘Complicated’ ella y sus amigos no se portaban nada bien en el mall, al menos se estaba divirtiendo. Ella hizo que me preocupara menos por los muchachos y más por pasarla bien”. Respecto a sus propios íconos, Lavigne aún cuenta a Twain entre sus influencias. “Adoro a Shania –dice–. Es superseductora”.
Resulta que Lavigne no estaba al tanto de las mezclas en el matrimonio de Twain. (En 2008, el esposo y productor de Twain, Robert John “Mutt” Lange, dejó a la cantante para casarse con su asistente y amiga. Consecuentemente, Twain luego se casó con el exesposo vacante de su amiga). Resulta tierno ver a Avril abatida, particularmente por la idea, sugerida por uno de sus asistentes, de que las parejas debieron haber estado intercambiándose antes de las rupturas. “¿Qué sentido tiene casarse?”, se pregunta en silencio la cantante, dos veces divorciada. Otro de los asistentes trata de consolar a Lavigne, diciéndole que el exmarido de la mejor amiga de Twain es “mucho más seductor”.
Me siento impulsada a apuntar que Lange tiene “talento”: él produjo a Twain, desde luego, pero también a AC/DC y a Nickelback, la banda liderada por el propio exmarido de Lavigne. “La verdadera pregunta –dice Lavigne, despabilándose– es quién la tiene más grande”. Describe entonces cómo terminó casándose con Kroeger. (La historia, al menos, no concierne a su pene). En 2012, su entonces mánager Larry Rudolph le preguntó qué opinaba sobre trabajar con él. “Tiene una tonelada de hits, toca la guitarra, podría ser bueno –dice Lavigne recordando su reacción inicial–. Un mes más tarde, llevaba un anillo de 14 kilates en el dedo”. En otras palabras: Lavigne no se casó con Kroeger y después empezaron a colaborar. Ella colaboró con él debido a su obra y después se casó. Y todavía lo defiende: “La banda de Chad vendió como 50 millones de álbumes. ¡Agotan localidades en todo el mundo!”, agrega. Además, él llevó una botella de vino Screaming Eagle que valía 3000 dólares a la primera sesión. ¿Cómo no preguntarse, tal como ella recuerda, si estaba enamorada de él?
Después de dos días en el estudio, Lavigne le propuso a Kroeger que ambos se tatuaran la frase “Vivre le moment present” (“Viví el momento presente”). En el estudio, Lavigne muestra más tatuajes, desde el cupcake con una calavera (hecho mientras rodaba el video de “Hello Kitty” en Japón) hasta la constelación bajo su cintura (Lavigne se pone de pie, desabrocha sus shorts, se los baja y la revela). Ella descubrió las estrellas a la mañana siguiente de hacerse el tatuaje. “Fui a hacer pis –recuerda–, y al mirar dije ‘¿Qué me hice? Lo amo’”.
Lavigne estima que el 75 por ciento de sus tatuajes los hizo en compañía de otra gente. “¿Querés ir a hacerte un tatuaje?”, me pregunta. Yo me río nerviosa, preguntándome si Billboard pagará luego para sacarme el tatuaje. “Shamrock está calle abajo. Síííí, vamos a hacernos tatuajes en combinación, loquita”. Pero la loquita todavía no tomó suficiente vino rosado. Del modo en que Lavigne lo ve, su intuición sobrenatural justifica su impulsividad. “Recuerdo estar en Nueva York a los 16 años –relata– y darme cuenta de que ‘Oh, puedo tropezar con cualquiera y saber qué clase de persona es’. Lo mismo me pasa con la música. Soy muy sensible y superconsciente”. Y, en consecuencia, cuando se trata de hacerse tatuajes o casarse con miembros de Nickelback, ella se zambulle, dice.
Lavigne bromea sobre haberse divorciado dos veces a los 33 años. “Amo el amor –afirma–. Y además me casé en mis propios términos”. Ella conoció a su primer marido, el líder de Sum 41, Deryck Whibley, cuando tenía 17. (Sus tatuajes en combinación: una nota musical y el número 30, que señala el cumpleaños de Whibley cuando la pareja se separó). Lavigne habla bien de su primer marido, otorgándole el mejor calificativo de Ottawa: “Es un buen chico canadiense”. Como no lamenta nada, no tenemos nada que objetarle. “Veo esos ojos”, me dice. “Eran, ay, agridulces”.
Después de alabar su propia versión de la canción de Nickelback “How You Remind Me”, Lavigne busca en YouTube la versión de “In Too Deep”, de Sum 41, que realizó junto a Whibley. “Qué gran canción, ¿no?”, me pregunta. (Tengo que admitir que lo es). Seguidamente une su voz al coro de su otro yo de 23 años: “Porque estoy tan sumergida, tengo que seguir / tratando de levantar cabeza, en vez de seguir hacia abajo”.
La letra de “In Too Deep” es reminiscente de “Head Above Water”, el primer track del nuevo álbum de Lavigne. “Dios, mantené mi cabeza sobre el agua –canta–. No dejes que me ahogue”. Lavigne empezó a sentirse mal durante su gira de 2014, visitando doctor tras doctor y preguntando siempre lo mismo: “Me duele el cuerpo, me siento fatigada, me cuesta levantarme de la cama. ¿Qué me pasa?”. La situación se agravó al finalizar el tour. Una amiga le explicó qué pasaba: “Nena, yo creo que tenés la enfermedad de Lyme”. Coincidentemente, Yolanda Hadid, la esposa del productor canadiense David Foster, había sido diagnosticada con la enfermedad que agranda los huesos, que ya había sido presentada en The Real Housewives of Beverly Hills. Una amiga le sugirió que llamara a Hadid, quien le dio el número de un especialista en Lyme.
Después de eso, “estuve en cama por dos malditos años”, cuenta Lavigne. Fue como si el cuerpo la estuviera enloqueciendo. En vez de poder hacer lo que siempre hizo, se sentía atrapada. Los médicos le pusieron una dieta de múltiples antibióticos para recuperarla de una enfermedad cuya cura no tiene protocolo. “Son unos bichitos, entonces tomás esos antibióticos para matarlos –explica Lavigne con el conocimiento del desafortunado–. Pero son unos bichitos inteligentes: cambian de forma, entonces tenés que tomar otros antibióticos al mismo tiempo. Había pasado tanto tiempo sin diagnóstico que estaba medio hecha pelota”.
En su momento, resultó difícil entender la ausencia de Lavigne, reconciliar sus animados posteos en las redes sociales con la lacrimógena entrevista de Good Morning America, donde decía que los médicos la tildaban de loca por pensar que estaba enferma. Las consecuencias fueron exacerbadas por las ideas conflictivas de Lavigne acerca de qué constituye el coraje: ¿había un modo de llamar la atención sobre la enfermedad de Lyme pero no sobre su sufrimiento? Por un lado, ella dice: “Era como ‘Voy a ser valiente y decirle al mundo lo que está pasando’. Y lo hice porque estaba lanzando una canción para los Juegos Olímpicos Especiales, y quería hacerlo bien. Así que me forzaron a sentarme frente a una cámara (para Good Morning America). No estaba lista y no debí hacerlo. Fue un desastre”. Al mismo tiempo, cuenta, “puse una actitud positiva porque no quería mezclar todo esto con mi propia identidad. Así que al segundo que se terminó, saqué una foto, la subí a Instagram y actué como si mi vida fuera perfecta”.
Lavigne se muestra molesta con los médicos que no diagnosticaron su enfermedad, molesta porque no descubrió lo erróneamente editada que estaba la entrevista de GMA y molesta por contar toda esta historia. Suena molesta cuando dice: “Me siento completamente vulnerable frente a vos ahora”, enarcando las cejas y pasándose los dedos por el pelo. Y clarifica: “No quiero hablar sobre esto, no quiero revivirlo. Pero es mi responsabilidad”.
Lavigne está molesta porque un parásito la picó mientras andaba en un cuatriciclo o de excursión con amigos –no está segura de cómo ocurrió– y ahora es su obligación educar a la gente sobre la enfermedad de Lyme. (A propósito, la educación sobre el tema se añadió a la Fundación Avril Lavigne, que apoya a gente afectada por enfermedades graves y discapacidades). Y lo que más la molesta es considerar lo que la gente piensa de ella. Nos tiene que explicar que no quedó al margen de un mercado en donde el hip hop desplazó al rock y el pop tradicional. Ella no dio una vuelta de página con la música. No estaba lamentando su divorcio. Había sido afectada por una infección.
Una noche, en la cama con su madre y apenas capaz de respirar, Lavigne empezó a rezar. “Tuve que aceptar que me estaba muriendo –dice–. Y en ese momento sentí que estaba sumergida y asfixiándome, tratando de salir a la superficie para respirar. Y literalmente sin aire, dije: ‘Dios, ayudame a sacar la cabeza arriba del aguaʼ”. Lavigne agarró su teléfono y lo abrió en Notas. Tenía el inicio de una canción y, si no tenía la cabeza encima del agua, al menos vislumbraba una luz en la superficie.
Kroeger y Lavigne ya se habían separado cuando ella escribió esa letra. Pero dado que él es, asegura Lavigne, otro “gran chico canadiense”, siguieron en contacto, y Kroeger la ayudó en algunos tracks del nuevo álbum, incluyendo “Head Above Water”. La primera vez que la cantó fue en su estudio. Lavigne estaba aterrorizada. Tras años sin cantar, ¿su voz se había marchitado, al igual que sus músculos? Pero cuando abrió la boca, todo seguía allí. “Dios me dijo ‘No, vas a seguir haciendo música’”, cuenta Lavigne. En ese momento comenzó a creer que su don era innato, sagrado y espontáneo, arraigado ahora en algo más profundo que sus tempranas expresiones de frustración.
“El resquicio de esperanza de todo esto”, volviendo a ser saludable tras años de incapacitación, terapia física y drogas poderosas, “es que tenía el tiempo para estar presente en lugar de ser como una maquinita: estudio, gira, estudio, gira. Este fue el primer descanso en mi carrera desde que tengo 15 años”. A su manera, el descanso de Lavigne fue una bendición. Y entonces, “Head Above Water” suena como la plegaria que es. En el track, la voz de Lavigne es enorme, agrandada por la gratitud de su experiencia, un enorme coro llegando desde su pequeño cuerpo. Es a la vez perfecto y sorprendente que Avril Lavigne tenga un hit en el chart Hot Christian Songs de Billboard.
“La música es poderosa”, afirma Lavigne, encogiéndose de hombros. Ahora estamos en el patio de atrás, habiendo aprendido en YouTube que el champán se saborea mejor al aire libre. “Vos sos tan responsable –me dice Lavigne, quizá recordando que decliné la invitación de ir al Shamrock a hacerme un tatuaje–. Me encanta”. La botella es decapitada de un plumazo, y todos brindamos. “Eso fue perfecto”, decreta Lavigne. Hay mucho para brindar. Por el álbum de Lavigne y por el tour que seguirá. Por permitirse ser vulnerable. Por la libertad. Por crecer. Por andar en skate en la mansión que se ganó, sin importarle lo que otros opinen.
Por la maldita princesa. “Ella evolucionó en la Reina Lavigne –dice Avril–. ¿Qué te parece?”.