Se acerca una implosión de Astor Piazzolla en el tango del siglo XXI. El género musical que él mismo creó tendió a la cristalización y la canonización permanente, y en esto mucho tuvo que ver su deceso. “De Pugliese para atrás”, solían decir los integrantes de la Orquesta Típica Fernández Fierro allá por el inicio del nuevo siglo. Como si allí, en los albores de otros tangos, encontraran la solución. Algo de razón tenían. Al menos fue una solución momentánea para solventar y convivir con un cielo donde el nombre de Astor Piazzolla nunca abandonaría la posición del sol.
Por eso, antes de introducir el camino deseado, el barro puede seguir un poco más con la afirmación de Rodolfo Mederos que aparece en el libro Piazzolla. El mal entendido, de los críticos Diego Fischerman y Abel Gilbert: “El piazzollismo, si es que de veras existió, es lo más viciado y enfermo que Piazzolla provocó”. Esta es una afirmación musical extrema que coloca al bandoneonista como principal culpable de un camino sin salida. Se entienden, entonces, los problemas de componer en tiempos de Piazzolla.
Hay algo de ese martirio que sigue, aunque modificado en perspectiva. Nicolás Guerschberg es uno de los pianistas más importantes de la música de Buenos Aires. Entre otros proyectos, toca en Escalandrum y acaba de lanzar su disco solista Punto de fuga. Esto dice a Billboard: “Durante el siglo XXI ha sido posible desprenderse bastante del influjo de Piazzolla, los contemporáneos de él o los que estuvieron en su mismo tiempo padecieron su influencia, mucho, y no se pudieron despegar. Los que quisieron ir por ese camino se encontraron en un callejón sin salida. Es decir, si vas a tocar Piazzolla, tocá Piazzolla. Si vas a tocar algo propio, correte un poco”.
Es leve, pero el discurso entre Mederos y Guerschberg ya está desplazado. No es posible una comparación total entre esas dos figuras en un mundo simbólico tan vasto como el del tango, pero es significativo observar ese corrimiento. Algo está pasando. Fue un largo camino. Pero como dijo Discépolo en Cambalache: “Pero que el siglo veinte / es un despliegue / de maldá insolente / ya no hay quien lo niegue”.
Recorrido y mezcla
Un huracán arrasó con la ciudad y con tu jardín. Una modificación del tiempo y el espacio que se construyó desde Buenos Aires. Una música urbana y moderna que hizo pie en el tango para despegar hacia caminos musicales impensados. Astor Piazzolla es una de las partes fundamentales de la música popular de toda la historia argentina. No será una novedad destacar su aporte como artista en la discografía del siglo XX. Nacido el 11 de marzo de 1921 en la ciudad costera de Mar del Plata y fallecido a los 71 años de edad (julio de 1992) en Buenos Aires, el bandoneonista y compositor argentino fue distinto hasta para ofrecer testimonio.
“[…] Escucho a Chick Corea o a Herbie Hancock o a Emerson, Lake and Palmer, y ellos me impactan y me voy a casa a escribir. Pero no para repetir lo de ellos, sino para escribir lo mío –le explicó Piazzolla a Pipo Lernoud en enero de 1977 para la revista Expreso imaginario–. Eso me da ánimo. Lo híbrido es cuando vos mezclás, como hice yo en Nueva York en el 58, que tocaba temas de jazz en tiempos de tango. Eran un minestrón insoportable. […] Ellos [los jóvenes] tienen que escuchar música de todo el mundo. Incluyendo a Béla Bartók, Hindemith, Alban Berg, música aleatoria, etc. Eso se les va infiltrando, se les mete debajo de la piel, y de allí saldrá la música de Buenos Aires hecha a la manera de ellos. Música enfocada en la creación, en la composición. Un compositor en contexto musical, una música hablada desde su creación, inspirada, teórica, urbana, trascendental”.
“Algunos acusaron desmedidamente a Piazzolla de ser uno de los responsables de la crisis del tango”, explica Sergio Pujol en los ensayos sobre el músico que reunió Omar García Brunelli. “Él la enfrentó con un planteo estético cismático respecto de la tradición. Reinventó el tango reinventándose a sí mismo. Llegó a un nuevo territorio musical y quemó las naves que lo habían llevado hasta allí. A lo largo de los 60, su tango, para colmo, se afirmó sobre el juego contrapuntístico y canónico entre el piano, el violín, la guitarra y el bandoneón, mientras el contrabajo caminaba con aplomo las líneas graves”.
Dice, además, que en torno a esa textura –reducción dramática de la orquesta a unas pocas voces de gran soltura– logró fusionar la composición a la interpretación, un poco a la manera de un solista de jazz. Ningún otro músico argentino tuvo en igual medida el talento, la temeridad y el sentido de la oportunidad del Piazzolla treintañero.
La historia de Astor Piazzolla se transformaría –y esto ya estaba analizado apenas comenzó la segunda mitad del siglo XX en la Argentina– en una de las piezas claves de la música de Buenos Aires. No dejó nada al azar, compuso sin parar durante 50 años. Desde las composiciones para la orquesta de Troilo hasta sus obras sinfónicas y de cámara. Desde sus discos pensados para el quinteto (el más clásico de sus formatos) hasta los desplazados, por musicalidad y contexto, del noneto y del octeto. Desde Nuestro tiempo (1962) y Tango contemporáneo (1963) hasta María de Buenos Aires (1968) y Adiós Nonino (1969). Desde Tango progresivo y Tango moderno (ambos de 1956) hasta su última gran gema, La camorra (1988). Piazzolla fue un tornado que arrasó con la gran ciudad.
El nuevo tango y el salto hacia atrás
A finales de los 90, una nueva camada de músicos abocados a la renovación del tango empezó a cosechar su propia materia prima. Todo indicaba que serían, en efecto, la continuación del tango vanguardia o, al menos, formarían parte de una transformación por las búsquedas cercanas a los últimos referentes temporales del tango. Es decir, de Piazzolla. Los indicadores fallan. Y el arte, por fortuna, no se rige por continuidades genealógicas ni por tradición sanguínea. La renovación del nuevo tango pegaría un salto hacia atrás y lograría conseguir nuevos caminos para hacer su propio tango en Buenos Aires antes del siglo XXI, esquivando, o canonizando aún más, la obra del compositor del tango vanguardia.
El futuro está en el pasado. O menos pretencioso: no hay razones para exigirles innovación, puede haber una búsqueda de reinterpretación y allí generar nuevos caminos para el tango de hoy. Parte de esa renovación estuvo integrada por la orquesta de Ignacio Varchausty (El Arranque), La Chicana, Agustín Guerrero, La Orquesta Típica Fernández Fierro, 34 Puñaladas (liderada por Alejandro Guyot), Astillero, Alfredo Tape Rubín, Tangata Rea, entre otros. Ese caldo de cultivo, porque los músicos siempre son el factor fundamental para la creación de un circuito, generó el desarrollo de nuevos caminos underground para el tango de la ciudad.
La Chicana, banda liderada por Acho Estol y Dolores Solá, es uno de los ejemplos más extremos para analizar la ausencia de Piazzolla en su carrera musical. Estol, compositor, letrista y multiinstrumentista, no disimula su distancia estética con Piazzolla, sin embargo explica: “Noto la influencia de Piazzolla en muchos proyectos de los últimos años, pero es fundamental discriminar qué tipo de influencia. En algunos veo solamente el ansia de academizar, de tocar música formalmente intrincada y difícil, sobreactuadamente académica, a veces hasta la frialdad. Esto lo considero casi snob, como gran parte del jazz, una música que sirve a quien la escucha más como símbolo de estatus que como fuente de placer estético. Por otra parte, valoro y admiro a los que tienen los huevos (como tuvo Piazzolla) de hacer algo distinto y propio, a contramano de la moda, con verdadera lealtad a un estilo personal. Y de esos también hay varios”.
No hay, para esa camada de músicos autogestivos que renovó el tango, posibilidad de abordar a Piazzolla desde la continuidad. El tango no está solo ahí, y entonces viajan en el tiempo a buscar otras respuestas posibles. ¿Qué tipo de presencia tiene el influjo de Piazzolla en esa decisión, variada y a la vez adjunta? La no presencia, en este caso, es también un tipo de presencia. Una que cuesta, que molesta, que nubla la visión.
Dale play a Piazzolla
Hay que referenciar un trabajo en particular que puede ser un pequeño puente hacia esos musgos arrabaleros. La pieza Piazzolla Plays Piazzolla (2011), de Escalandrum. La banda centrada en el jazz –injusta definición si se piensa en su actividad multigenérica– e integrada por Damián Fogiel (saxo tenor), Nicolás Guerschberg (piano y arreglos), Gustavo Musso (saxo alto y saxo soprano), Martín Pantyer (saxo barítono y clarinete bajo), Daniel “Pipi” Piazzolla (batería, nieto de Astor) y Mariano Sívori (contrabajo), realizó después de muchos años de carrera su debido homenaje. Para Pipi Piazzolla era el momento justo de hacer ese disco. “Fue muy importante para nosotros porque hizo que el grupo empezara a sonar más urbano, algo que estábamos buscando cerca de 2010. Ahora, nuestra música propia está empezando a sonar como soñábamos”, concluye.
El crítico musical Santiago Giordano explica que la música de Piazzolla está hecha de gestos elocuentes: “Creo que, en general, con más o menos intensidad y con resultados más o menos felices, en el sentido del experimento de fusión, Escalandrum toma esos rasgos potentes, lo más vistoso de la música de Piazzolla. Temo que en gran parte de la música de Piazzolla es lo único que hay. Y como son óptimos instrumentistas, salen airosos del experimento: en el jazz y en la improvisación, la idea de error no existe, entonces Piazzolla entra y sale continuamente de Escalandrum… que sigue siendo una banda de jazz”.
Diego Schissi: una posibilidad
“Siento el influjo de Astor Piazzolla de una manera muy directa. Trato de no copiar literalmente sus ideas, pero intento dejarme llevar por una directiva general de pensarlo como música más que como un género. Donde todas las influencias se puedan metabolizar. Pensarlo más como un proyecto compositivo que como un proyecto de género. Esa es la forma en la que me acerco a su música, y en ese sentido, lo siento un referente. No sé si es correcta esa interpretación, pero yo lo uso de esa manera. Por supuesto que es una propuesta artística, en mí no hay gestos analíticos, no puedo ver así lo que yo hago ni la música que me gusta”, explica Diego Schissi en el medio de los preparativos de un ciclo de tango en el CCK.
“No es fácil estar escribiendo música con aires de tango, o esta música contemporánea de Buenos Aires en 2017 y no sonar a Piazzolla. Creo que es todo un logro. Él viene trabajando hace muchos años en un lenguaje propio y con distintas influencias. Lo que él genera, y lo he escuchado desde el primer día con su quinteto, es una sensación renovadora y muy personal, suena a Schissi”, asegura su amigo y colega Nicolás Guerschberg.
La música vuela en la cabeza de Schissi. No hay tiempo de reflexionar a nivel musicológico, “eso se lo dejo a ustedes”, aclara a Billboard. Mientras sigue presentando Timba junto a su desbordante quinteto –se espera la salida de Te (disco que verá la luz, aparentemente, en 2018)–, lleva adelante talleres de composición, dirige orquestas, organiza ciclos y sus influencias se mezclan en la música popular como lo aconsejaba Astor: de Gismonti y Troilo a Spinetta, Escalandrum y Negro Aguirre. Del espíritu del bebop a Salgán y Pat Metheny. Diego Schissi no tiene tiempo, no existe la pausa, el momento es ahora o ayer, por eso viene con quinta a fondo. El periodista Mariano del Mazo apunta de manera audaz: “Al frente de su quinteto cree, como Piazzolla, que otro tango es posible”.
“Creo que la influencia de Piazzolla sigue siendo poderosa en esta primera parte del nuevo siglo”, dice Santiago Giordano. “Sí, claro que hay presencia de Piazzolla”, asegura su nieto. “Los casos son puntuales, pero que los hay, los hay”, aclara Nicolás Guerschberg. Revolución sin la necesidad del líder, de la referencia. Sale el sol por el Río de La Plata, suena el tren desde el sur de la ciudad, llega la rítmica desde las mejores raíces. Viene llegando una música del aire, toca puerto con una bandera del terreno de Astor Piazzolla y un mensaje a las nuevas generaciones: la música queda en sus manos.