Nacido en los Estados Unidos, catapultado a la fama adolescente en Puerto Rico y casi arruinado a los 20, Nicky Jam fue a Medellín, Colombia, una ciudad acechada por su pasado con las drogas, para encontrar la sobriedad, el amor y el mayor éxito que ha tenido en su vida. Billboard pasó 48 horas con la superestrella del reggaetón en su hogar adoptivo mientras se prepara para su casamiento. Ah, y mientras tanto, su álbum llega al Nº 1.
Antes de venir a Medellín, Colombia, antes de que la ciudad latinoamericana más notoria rescate su carrera y, posiblemente, su vida, Nicky Jam conocía la emoción por la ciudad. El cantautor de reggaetón nacido en Massachusetts y criado en Puerto Rico conocía Medellín casi como una caricatura: las tierras de Pablo Escobar, la capital de asesinatos del mundo. El tipo de lugar para encontrar problemas, no para escapar de ellos.
“Tenía prácticamente la misma mentalidad que tienen todos antes de venir para acá –dice Nicky Jam, de 35 años–. No sabía que era tan lindo”.
Está al volante de una lujosa camioneta Mercedes Benz negra, un auto con un precio de seis cifras en una calle plagada de autos enanos de dos puertas. Mientras, un miembro de su equipo de seguridad le murmura desde el asiento trasero: “Sigue derecho, papi. Dobla aquí, papi”. Dejamos el penthouse de Nicky James en el barrio tranquilo y arbolado de Conquistadores, y pasamos a la autopista central de Medellín, donde algunos grafiteros pintaron un tributo a su renacimiento como superestrella global.
Nuestro camino está adornado por faroles verdes. El sol parece jugar a las escondidas entre las nubes tormentosas. Un cartel que anuncia una corrida de toros revolotea con la brisa del atardecer mientras el pulso sincopado del reggaetón –en Medellín hay cuatro estaciones de radio dedicadas exclusivamente al género– se escucha saliendo de las ventanas de bares y gimnasios. Al parar en un semáforo, una señora mayor salta en frente del coche para hacer malabares con tres pelotas de circo.
Unas horas antes de ese mismo día, Nicky Jam se había enterado que su primer lanzamiento de estudio en diez años, Fénix, llegaría al primer puesto del chart Top Latin Albums de Billboard. El álbum, que debutaría en el Nº 28 del chart Billboard 200, cuenta con versiones en español e inglés de su apasionado dueto con Enrique Iglesias, El perdón, que acumularon 1,3 millones de visitas en YouTube. Al mismo tiempo, Jam también acaba de comenzar su carrera actoral en la película de Vin Diesel xXx: Reactivado, que una semana antes se había estrenado en el Nº 1 en la taquilla internacional, y llegó a la cima de 32 mercados extranjeros. Además, en 72 horas se casará con su novia de hace dos años, modelo de Medellín, Angélica Cruz.
“Ven”, dice Nicky Jam agitando su brazo tatuado por la ventana. Pone un bollo de pesos colombianos en la mano de la mendiga.
“Dios te bendiga”, le dice ella. “Amén, amén –responde él–. Estamos contigo”.
En minutos, llegamos al mural, un retrato que ocupa casi 25 metros cuadrados de una pared de ladrillo al exterior de una concesionaria de autos usados. Muestra a Nicky Jam casi igual a como se lo ve ahora: gorra negra (tiene más de 300) y una remera negra (se las mandan al por mayor desde una boutique en Nueva York), con una mandíbula de leñador sin afeitar y un complejo tatuaje de un búho en el cuello. En letras finas y jeroglíficas, los artistas habían escrito “FÉNIX”, por el ave legendaria, sobre la cabeza de Nicky Jam.
“Está bueno, ¿no? –pregunta–. Me parezco al Che Guevara ahí, pero versión rapera”.
Ya que el mural es idéntico al arte de tapa del nuevo álbum de Nicky Jam, tranquilamente podríamos asumir que la pieza fue comisionada por su equipo de marketing, una movida de prensa haciéndose pasar por arte de guerrilla. Pero resulta que es al revés: en realidad, es un saludo del under de Medellín. Nicky Jam se enteró del mural solo después de que una cooperativa conocida como PeopWall posteó en Instagram en diciembre y lo etiquetó: “Un regalo”, le escribieron. Estaba tan encantado que prometió destacar el mural en su propia cuenta de Instagram.
Aun así, si Nicky Jam no estaba al tanto de esto, ¿cómo podrían haber adivinado los artistas el nombre del álbum tan perfectamente? “La gente me ha estado llamado el ʽFénixʼ durante años –explica, justo cuando un grupo de empleados de la concesionaria lo vieron afuera–. Todos andan diciendo ‘Nicky Jam, el ave fénix, el ave fénix’. ¿Sabes?”. Todos los que regresan se aprovechan del poder del mito, pero Nicky Jam es inseparable del de Medellín, una ciudad que en sí misma ha surgido de las cenizas.
La increíble historia renacentista empieza en el viejo pueblo de Lawrence, Massachusetts, la comunidad más pobre de uno de los estados más ricos de los Estados Unidos. Nacido bajo el nombre “Nick Rivera Caminero”, con una madre dominicana y un padre portorriqueño, se acuerda de una casa oscurecida por la adicción y el crimen. Cuando tenía diez años, su familia se mudó abruptamente a Río Hondo, un suburbio de San Juan, Puerto Rico. Ahora él entiende por qué: su padre había sido marcado como sospechoso de un caso de drogas en Lawrence y se escapó. “Podrías decir que nos crio como fugitivos”, afirma.
Empezar de nuevo en Puerto Rico requirió que el chico de habla inglesa aprendiera el lenguaje de sus padres. “Era americano”, dice Nicky Jam, quien creció con un mix de R&B y hip hop, desde Marky Mark & The Funky Bunch hasta LL Cool J. A principios de los 90, Puerto Rico era la cuna del reggaetón, un híbrido caribeño urbano de reggae y rap que se convirtió en su piedra Rosetta. Ya en la secundaria, demostró un talento para disparar rimas en español a pura velocidad, haciéndose llamar “Nick MC”.
El nombre no duró mucho. “No eres Nick MC –le dijo un borracho que lo vio merodeando por el barrio un día–. Eres Nicky Jam”. La intención era alentarlo, era un halago de un profeta de la calle, pero los chicos más grandes pensaron que era gracioso –un rapero púber con un apodo que parecía una mermelada–. “Lo gracioso fue que era un nombre pegadizo: Nicky Jam, Nicky Jam –cuenta–. Así que me lo apropié”.
Jam empezó pidiendo propinas en un supermercado local, Pueblo Xtra, que había rebajado precios al eliminar a los ayudantes de cajeros. Improvisaba versos mientras ayudaba a los clientes con sus compras. “Decía cosas como: ‘Dime «por favor» y te guardo la lechuga con el queso’”, recuerda. Un día, la esposa de un ejecutivo de una discográfica independiente pasó a preguntarle si había firmado con algún sello. Nicky Jam tenía 11. El sello independiente le hizo un contrato que nunca leyó y que no le daba nada de plata, pero sí le otorgó un álbum: Distinto a los demás.
“Voy a buscar una canción para que escuches”, dice. Busca la canción del título del disco mientras toma Coca Light en la terraza de su condominio. “¡No te rías!”, insiste al poner play.
Su voz es chillona y las letras son cursis, pero su desempeño está lleno de ambición. El sencillo ayudó a catapultar a Nicky Jam hacia el frente de la primera ola de reggaetón, un adolescente prodigio que se encontró colaborando con la primera estrella de la isla, Daddy Yankee. Sin embargo, para entonces, las tentaciones de la fama juvenil empezaron a perjudicar a Nicky Jam, que como adolescente se había vuelto dependiente de la cocaína y más adelante del Percocet. “Viniendo de una familia que ya tomaba drogas –dice–, fue fácil para mí”.
En 2004, Yankee finalmente perdió la paciencia con la negligencia de Nicky Jam.
Le dedicó unas líneas picantes en Santifica tus escapularios: “Tu valentía depende de una pastilla”. Según el propio Yankee: “Pelearía con él para que no vaya por el camino equivocado, pero llega un momento en el que un ser humano tiene que aprender de sus propias experiencias”. Nicky Jam le respondió con un tema picante propio, pero Yankee ya era una marca global, y Jam se había convertido en un cliché. En bancarrota y deprimido, con sobrepeso, estaba irreconocible y pesaba 136 kilógramos.
“Siempre usaba estos lentes de sol grandes y oscuros, solo para esconderse detrás”, dice su viejo amigo Giovanni Ortega, un productor de Los Ángeles y diseñador de vestimenta que voló para estar en la boda y se unió a la reunión en el condominio. “En una visita a Puerto Rico –cuenta Giovanni–, tres tipos se le acercan y le dicen ‘Ey, Nicky, ¿qué te pasó? Eres un perdedor, hermano’. Y Nicky me explica: ‘Ey, Gio, perdón por eso. Solía ser un rey aquí’. Obviamente, estaba usando anteojos, pero creo que se puso a lagrimear. Pensaba cosas como ‘Mi propia gente ya no me ama’”.
La caída tuvo peleas, deudas y arrestos, incluyendo una persecución policial de alta velocidad espectacular en 2008 por un auto que debía ser embargado. En el video del primer tema de su álbum, El ganador, recrea la vergüenza de la encarcelación usando prótesis para mostrarse en su peor momento de sobrepeso. El coro es su nuevo himno: “Como ya me caí / Ya no tengo miedo / Que venga lo que venga / Me siento un ganador”.
Al seguir por la calle del mural, vemos un puesto de la cadena de jugos Cosecha, donde Jam insiste en parar para comprar un licuado de arándanos y coco. Mientras su equipo de seguridad le busca los jugos, mira su teléfono y descubre un mensaje de video de WhatsApp de Vin Diesel. “Dímelo, papi –afirma la estrella de acción en un español tranquilo–. Estoy aquí para ti”.
Diesel ya era fan de Nicky Jam cuando recomendó al actor novato para un papel menor como narcotraficante de una isla en la tercera película de la saga xXx. En su barítono preternatural, Diesel canta desde la pantalla: “Oye, no le tenga miedo a ningún envidioso. El todopoderoso me hizo rápido y furioso”.
“¡Yo le escribí eso!”, dice Nicky Jam. Juega con su teléfono de nuevo, y de repente está Diesel rapeando el mismo verso a un desenfrenado ritmo producido por Nicky Jam. Las líricas son tanto un testimonio de las convicciones de ambos como también un guiño al estatus de Diesel como encargado de la llama de Rápido y furioso (se espera la octava edición de la saga para el verano). “Necesitamos eso en la película, hermano”, le dice Nicky a Diesel. Con el apoyo de su tutor actoral, espera volver a la pantalla grande: lo más probable es que sea en el cuarto episodio de xXx.
“Su talento es ilimitado –afirma Diesel, quien también se vino a Medellín para el casamiento–. Su espíritu es positivo, agradecido y humilde. Estará aquí por mucho tiempo”.
Medellín también ha vuelto de la tumba y emerge de su pasado sangriento, ahora como una vitrina arquitectural, vibrante y ambiental. Ganó el premio a Ciudad Más Innovadora del Año 2013 en una encuesta a los lectores de Wall Street Journal. Aún sigue siendo una ciudad fiestera –un destino libertino para viajeros al acecho de lo novedoso–, pero con un espíritu artístico y un alma gentil. “La gente se ríe cuando digo que vine a Colombia para limpiarme del alcohol y de las drogas –dice Nicky Jam–. Pero yo he visto un lado completamente diferente”.
Cuando llegó a Medellín en 2008, fue por un acto de desesperación. Necesitaba cualquier show que pudiera conseguir y descubrió que sus canciones todavía resonaban ahí. Se habían convertido en clásicos. A los paisas de la región de Antioquia, acostumbrados a la crítica, no les importaron sus debilidades. Encontró gente indefectiblemente hospitalaria, llena de cumplidos y chistes. “Dejan lo que están realizando para hacerte feliz –afirma–. ʽSí, señor. No, señorʼ. No hay excusas”. Aún se acuerda que visitó un restaurante y pidió un sancocho, un sabroso guiso de la isla. No había más, pero el dueño salió a buscar los ingredientes y le hizo el plato en el momento.
La humildad de la ciudad lo hizo más humilde. Dejó de lado su ego y bajó de peso. Perdió 45 kilos (mantuvo su uniforme de negro, un look que adoptó para esconder su gordura). Rezó para tener la fuerza necesaria para liberarse de sus otros vicios, para así mostrarle al mundo que Nicky Jam no venía sin talento, solo que había estado desperdiciándolo. Ve los aspectos más duros de su apariencia como un símbolo de su recuperación, entre ellos, el tatuaje en el cuello que requirió una sesión de tres horas y media en el Real Deal Tattoo Studio en el distrito de Poblado, en Medellín.
“Pensé: ‘Si empiezo a hacer cosas para cuidarme, darme amor a mí mismo, la gente empezará a reconocer ese amor, y será más fácil que me amen’”, cuenta.
Ahora tiene que preocuparse de no ser amado demasiado. Antes recorría las calles de Medellín solo. Ahora se saca su Rolex de 4/5 quilates antes de salir de su casa y se mete entre edificios para evitar ser asaltado por una manada de fanáticos con celulares. “Es parte del trabajo –dice–, pero ya no me piden solo una foto. También Snapchat, un video para su sobrino, para su chica. ¿Puedes creerlo?”. Y aunque tiene cuatro hijos de relaciones previas (su matrimonio con Cruz es el primero), se dio cuenta una noche mientras se sumergía en un jacuzzi sintiéndose completamente solo: “¿Cuál es el punto de todo esto si no tienes a nadie con quien compartirlo?”. Dice que la vida con su nueva esposa es “saludable para el interior y para el corazón”.
Mientras, va absorbiendo el léxico musical colombiano, especialmente la tradición folklórica conocida como vallenato. Su habilidad como compositor se ha vuelto más expresiva, incluso más vulnerable. Ya de por sí, era mejor cantante que la mayoría de los raperos. Y tomó la decisión consciente de hacer un reggaetón más melódico. Junto con amigos oriundos de Medellín como J Balvin (que también asistió a la boda) y Maluma, Nicky Jam ha ayudado a pasar el centro de gravedad del reggaetón del Caribe a Colombia. “Nicky Jam para mí es un gran ejemplo de vida, de alguien que demuestra que las oportunidades vienen desde adentro”, dice Balvin. Hasta Yankee, que hoy considera a Nicky Jam como un “hombre maduro” con un “corazón noble”, aparece en dos temas de Fénix.
“Medellín me dio muchísimo –confiesa Nicky Jam–. Me devolvió quien soy realmente: la persona que soy, el ser humano que soy”.
“Si no fuese por Medellín –dice Giovanni Ortega–, no sé dónde estaría Nicky hoy”.