(Cause) Freedom
(Stands for) Freedom
(Oh) Freedom
(Yeah) Freedom!
Es solo una palabra, realmente, repetida cuatro veces con interjecciones, con el eco de un coro femenino. Pero oh, cómo canta Aretha desde el puente de su hit de 1968 “Think”. Construyó la escalera al crescendo climático de la canción paso a paso. El primer “freedom” es una declaración, una nota tónica, posada. La Reina del Soul sube la entrega un peldaño más arriba en el segundo “freedom”, aumentando la escala y las apuestas. Canta medio escalón más arriba en la tercera línea, sosteniendo la nota con peligro, como una proposición o una promesa. Y luego suelta esa gran voz, retornando a la tónica, pero una octava más arriba. El cuarto “freedom” es un grito, una declaración, un testimonio, una exaltación. Es todo lo que necesita decirse, la palabra es un punto de exclamación de un modo que solo una mujer nacida en una iglesia y acunada por el góspel puede entregar. “FREEDOM”.
Y después repite toda la creación una vez más, por si acaso.
Contextualmente, esta proclama es un tanto incongruente –un paso abstracto fuera del tenso comando en el resto de la canción, en la que Franklin le dice a su hombre lo que debe hacer para sostener la relación: “pensar”–. “Think” fue debidamente interpretada como uno de los definitivos himnos feministas de Aretha. Irónicamente, su marido y mánager, Ted White, al que luego ella acusó por abuso, está acreditado como coescritor, pero Carolyn, la hermana de la cantante, dijo que la canción es toda suya. Ofrece una idea poderosa, una filosofía moral que Aretha debió aprender de uno de los legendarios sermones de su padre: en el acto de amarse conscientemente unos a otros, la gente consigue el acto trascendente de la libertad.
De modo más bien realista, la cantante debió haber contemplado no la felicidad de una unión recobrada, sino la liberación de una mala relación –el camino que su propia vida va a tomar–. La música de Franklin tocó y cambió profundamente al mundo, porque una y otra vez ofreció ese puente a la salvación, a la libertad, tendido, como ella misma cantó en uno de sus covers más famosos, sobre aguas turbulentas.
Decir que Franklin fue una de las más grandes cantantes femeninas de la historia es errar el foco. Aretha, una diva con un nombre original, fue una de las más grandes artistas, punto. Su talento y su impacto trascendieron género, raza y geografía. Fue una mujer que cantó disco, góspel, rock, ópera y, por supuesto, soul. Además de poseer un deslumbrante talento vocal, fue pianista, compositora, arregladora e intérprete. Fue una de las figuras encumbradas cuyo talento expresó las fisuras sísmicas de una década de cambios. El único par de similar importancia e impacto es Bob Dylan, y puedo argumentar que como la voz de la lucha por igualdad de derechos para mujeres y negros, Franklin representó mejor a su generación. Su fallecimiento el 16 de agosto marca una enorme pérdida.
La libertad fue la meta de Franklin en sus 76 años sobre la tierra. Nació en el seno de una familia intelectual de Memphis. Su padre, el reverendo C.L. Franklin, fue una suerte de estrella de rock entre la feligresía; sus sermones atraían a miles de personas, no por alertar sobre fuego y azufre, sino por identificar la salvación con la moral y la lucha cotidiana. Su visión progresista y su poderosa verba musical lo hicieron líder del movimiento por los derechos civiles, un cercano confidente de, entre otros, el reverendo Dr. Martin Luther King Jr. Aretha empezó a cantar a los 10 años en la iglesia de Detroit de su padre; a los 12 ya recorría su país junto a él y grababa su primer álbum, una colección de canciones góspel. Firmó su primer contrato en 1960, con el legendario productor John Hammond de Columbia Records.
Se escribió mucho sobre las dificultades de su vida personal, particularmente durante los inicios. Sus padres se separaron cuando ella tenía seis años, y su madre, Barbara Siggers Franklin, una enfermera que cantaba y tocaba el piano, murió cuando ella tenía nueve. A los 14 ya había dado a luz a dos chicos de distintos padres, a los cuales nunca identificó. Fue una madre adolescente con una promisoria carrera. Sus propias relaciones terminaron en divorcios, incluso con violencia. En 1979, un grupo de ladrones le disparó a su padre, que murió por las heridas cinco años después. Durante mucho tiempo Aretha luchó para presentar la imagen esbelta que se esperaba de las estrellas pop. Por su temor a los aviones, actuó raras veces en los últimos años. En la última década canceló muchos shows por motivos nunca explicados. Ahora sabemos que luchaba con un cáncer pancreático.
Aretha se negó a aludir a sus problemas personales, menos aún a victimizarse por ellos. De hecho, el coautor de su autobiografía, Davis Ritz, escribió un segundo libro no autorizado donde contaba su verdadera historia. En una época en que la gente ventilaba su intimidad en público, la insistencia en la privacidad de Franklin parece saludable, incluso una declaración de principios. Sus problemas fueron dignos de notar porque ella los superó. Después de todo, oímos todo lo que se necesitaba saber sobre la intensidad de sus sentimientos en su voz. “Ella transformó su dolor extremo en belleza extrema”, le dijo su hermana Erma Franklin a Ritz.
Columbia publicó 11 discos de Aretha, pero fue recién cuando se mudó a Atlantic Records, en 1967, que su nombre cobró notoriedad. Entonces, bajo la tutela del productor Jerry Wexler y el arreglador Arif Mardin, Aretha comprendió cómo enhebrar su astuto sentido del ritmo con su amplio rango vocal y la fuerza de su entrenamiento góspel. Uno no quiere solo acompañar las canciones de Aretha; uno quiere bailarlas. Las estadísticas –73 canciones en el Billboard Hot 100 incluyendo 17 top 10 en una carrera que abarcó seis décadas– dan evidencia de su importancia. Lo mismo ocurre con sus premios: la persona más joven en ser honrada por el Kennedy Center, la primera mujer introducida al Salón de la Fama del Rock & Roll, 18 Grammy. Pero los hechos no alcanzan a explicar la trascendencia de su trabajo. Canciones como “Do Right Woman, Do Right Man”, “Rock Steady” y “I Never Loved a Man (The Way I Love You)” son la clase de canciones que nos transformaron, que recordaremos toda la vida, que llevamos como talismanes, que nos recuerdan lo que es ser humanos.
Y justo cuando pensabas que el tiempo de Aretha ya había pasado, ella llevó su arte a nuevos niveles y audiencias. “Think” encontró una segunda vida en la versión acelerada que interpretó en la película de 1980 The Blues Brothers, en el rol de una camarera que mueve sus dedos y sus caderas. Ese año también encontró una nueva casa grabadora, Arista Records, que volvió a ponerla al tope de los charts con “Who’s Zoomin’ Who” y “Freeway of Love”, una deliciosa y pícara farsa en donde la cantante de 43 años celebra su “Cadillac rosa”. En el video, luciendo la clase de jopo new wave que recobraron Bruno Mars y Janelle Monáe, es acompañada por varias intérpretes femeninas. Durante décadas, Franklin habló de los corazones y las mentes femeninas en canciones como “Respect” y “(You Make Me Feel Like) A Natural Woman”. “Sisters Are Doin’ It for Themselves”, su dúo con Annie Lennox de 1985, fue la canción más explícitamente feminista que puede haber.
La cruzada de Aretha por la libertad estuvo intrínsecamente conectada con la cruzada por la raza negra. Ella apoyó financieramente al Dr. King y permaneció ligada a la iglesia negra a lo largo de toda su vida. En 2009 alcanzó la cima cuando cantó “My Country, ‘Tis of Thee” en el acto inaugural de la presidencia de Barack Obama. Seis años después, el presidente lloró mientras la escuchaba cantar “Natural Woman” en el tributo a Carole King (coautora de la canción) en el Kennedy Center. Esa performance demostró una vez más que no solo Aretha Franklin fue una artista musical preeminente de la segunda mitad del siglo, sino que no iba a pasar cándidamente la noche. Sentada majestuosamente en un enorme tapado de piel, tocó las teclas del piano con consumada autoridad; después llenó a King con paroxismos de dicha (y a Obama de lágrimas) cuando sonó las notas más profundas. Hacia el final de la canción, mientras la audiencia se ponía de pie y aplaudía, se quitó el tapado y se paró con un giro a lo Bessie Smith, con los brazos abiertos, la voz en alto, de pies a cabeza, como la Reina del Soul.