A Ezequiel Jusid, cantante de Arbolito, de repente le brillan los ojos. Sentado en una cervecería de Caballito, su memoria lo transporta dos décadas atrás, cuando tocó por primera vez en vivo con la banda. “Lo que se generó ese día fue como…ya está, era lo que uno estuvo buscando siempre, aunque no sabía dónde ni cómo”, dice con una sonrisa. Fue el 18 de marzo de 1997 en la plaza porteña Benito Nazar, en el límite entre Villa Crespo y La Paternal. Junto con Agustín Ronconi, compañero de la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA) y cofundador de Arbolito, habían vuelto de un viaje por Valizas, Uruguay, y juntaban algunas monedas tocando en el subte. “Un flaco se nos quedó escuchando y nos invitó a tocar en un festival −relata Ezequiel− Ahí le pusimos Arbolito. Recuerdo que compramos un vino, que no voy a decir la marca para no quedar mal, pero era bastante áspero (risas). Empezamos a tocar la Cuequita de los coyas, una canción en la que le dábamos bastante a la improvisación. Por primera vez Agustín había traído un delay, lo pisó, empezó a sonar y nos sentíamos Pink Floyd. Terminamos y la gente se nos quedó mirando como diciendo ‘¿Y a estos qué les pasa que hicieron una cueca de diez minutos en una plaza en La Paternal?’. A partir de ahí entendimos qué era esto”.
Esa cueca de diez minutos en La Paternal y la sorpresa del público fueron el big bang de todo lo que ocurrió durante los siguientes 20 años. Con pasión y autogestión, Arbolito se convirtió en una pieza fundamental en la música nacional, gracias a su poder de sintetizar el rock con los sonidos folklóricos de la Argentina profunda.
Ahora, el grupo está a punto de celebrar los 20 años de carrera con dos shows diferentes en La Trastienda (Balcarce 460, CABA) en el que repasarán en zigzag sus ocho discos: el 8 de julio harán Folklore (1998), La Arveja Esperanza (2002), Despertándonos (2009) y el simple Volumen 1 (2016). En la segunda fecha, el 12 de agosto, tocarán los temas de La Mala Reputación (2000), Cuando Salga El Sol (2007), Acá Estamos (2012) y el simple Volumen 2 (2017). Paralelamente, prevén lanzar antes de fin de año el Volumen 3 de la serie de simples que vienen publicando desde el año pasado, en la que grabaron tres canciones con un productor artístico diferente.
Si tuvieran que nombrar algunos momentos bisagra en la carrera de Arbolito durante estos 20 años, ¿cuáles serían?
Pedro Borgobello: Creo que el primero fue individual, y fue haber entrado en la EMPA, que fue lo que nos unió.
Ezequiel Jusid: Cada uno venía de diferentes lugares, diferentes historias, diferentes provincias. La EMPA fue fundamental, no solo por habernos unido sino también por todo lo que aprendimos.
PB: Otro momento bisagra fue cuando se decidió comprar la chata, en 1999. Para nuestra autegestión fue muy importante.
EJ: Para ese momento teníamos un pequeño sonido, unos micrófonos, dos cajas, una consola y los equipos. El tener un vehículo para poder salir a tocar a donde queramos, sin depender de nadie, fue mucho más importante de lo que nos imaginábamos en ese momento. No teníamos ningún freno: agarrábamos la camioneta, íbamos, pedíamos permiso y tocábamos. Otro momento importante fue cuando entramos a grabar Cuando salga el sol [el primer álbum que hicieron bajo el ala de Sony]. Fue nuestro quinto disco y era el primero que grabábamos en un estudio profesional, con técnicos y con un productor artístico. Pudimos hacer las cosas como queríamos que sonaran. Fue ser solo músicos. Veníamos acostumbrados a hacer todo, desde tocar los botones, hasta salir a comprar los cassettes.
PB: El Luna Park, en 2010, fue otro momento importante. Fue un flash. Nadie quería quedarse afuera.
EJ: Toda la gente estaba muy emocionada, fue como que todos juntos habíamos llegado hasta ahí.
Arbolito siempre fue una banda con mucho contenido político-social. ¿Cambió en algo su sensibilidad social durante estos 20 años?
EJ: Uno crece, aprende y madura. Cuando arrancamos, éramos de una generación que vivimos la década del ’90 y la explosión de 2001, por lo que uno quería salir a la calle y romper todo. Pero no es lo mismo cuando uno tiene 20 que cuando uno tiene 40. La sensibilidad no cambia pero uno madura, y entiende las cosas de una manera que antes las veía en caliente. Cuando sos pendejo querés romper todo, no importa nada (risas). Ahora tenemos hijos, y antes de agarrar la gomera lo pensamos dos veces. Pero no cambia la lucha. Por suerte, Arbolito sigue estando en los lugares que quiere estar.
¿La música es su militancia?
PB: Sí, es una forma de militancia. Desde la música uno trata de generar conciencia. Cuando uno dice algo en una canción, sabe que le llega a otras personas, y genera algo en el otro. Pero lo nuestro no es solo lo que decimos en las canciones, sino también dónde. Es parte también de la militancia. Infinidad de veces hemos ido a tocar sin cobrar un mango a un montón de lugares porque eran lugares donde queríamos estar.
¿Cuál fue el momento en que se dieron cuenta de que Arbolito iba en serio?
EJ: En parte fue viajando. Con Agustín hicimos un viaje por Latinoamérica y ahí nos dimos cuenta de que se puede vivir de la música. En otros países nos pagaban, poco, pero nos decían ‘Les puedo dar esto’. Viajamos durante meses sin guita, viviendo de lo que tocábamos. Ese viaje fue bisagra para decir ‘Con esto se puede vivir, hagámoslo en nuestro país’.
PB: Yo recuerdo aquellas épocas en las que todos teníamos nuestros grupos de música más formales y serios, pero con Arbolito era juntarse a tocar, muchas veces ni teníamos que ensayar. Era tocar y que la cosa funcione, algo que sigue pasando hasta hoy en día. Agarramos una canción nueva y la música fluye, las canciones salen. Hay una cuestión energética y de desprejuicio. Arbolito es una banda que no tiene prejuicio para hacer música. No hay límites. No hay rock, no hay folclore, no hay nada. Nosotros tocamos lo que nos pinta, y eso viene del minuto cero.
¿Creen que Arbolito tiende puentes entre géneros o rompe las fronteras?
PB: Yo creo que Arbolito tiende puentes entre la gente y rompe fronteras en la música. Arbolito logró unir generaciones y gente que escucha una música con gente que escucha otra. Pero a nivel artístico, no reconocemos las fronteras. Es como las fronteras entre los países: es un invento, una línea de puntos. Cuando vas a Jujuy y pasas a Bolivia, ves lo mismo, porque es lo mismo.
¿Tuvieron que pelear un lugar dentro del rock o dentro del folklore?
EJ: Las fronteras las pone el mercado. Nuestro lugar no está ni dentro del rock ni dentro del folklore. Gracias a esas cerraduras que tienen los géneros, nosotros inventamos un camino particular. ¿Tiene sus contras? Y sí, no sonás en la radio. En la radio de folklore, suena folklore, y en la radio de rock, suena eso que llaman rock. Pero acá estamos…hace 20 años.