La noticia causó conmoción en el mundo entero. El jueves 21 de abril de 2016 se informó que el genial músico Prince había muerto. Así, de golpe, sin internación ni enfermedad previa. Apenas hubo un anticipo del sitio TMZ, siempre atento a los llamados de urgencia de ambulancias, tal como había ocurrido con Michael Jackson. Pocos minutos después, era seguro: había muerto Prince. Tenía 57 años. Meses más tarde, se confirmaría que fue por sobredosis de opioides.
Los fans lloraron, los famosos tuitearon y hasta hubo ciudades que iluminaron sus monumentos de púrpura en su honor, haciendo alusión a su color emblemático. Durante días, a todo el mundo le quedó una sensación de tristeza que solo podían calmar algunos de sus videos o canciones. Porque ahí sigue vivo, por siempre.
No es casual que, tras el impacto, la dimensión de su talento creció y marcó nuevos hitos. Muchos revisitaron sus discos, otros buscaron playlists y hasta hubo quienes se dirigieron a disquerías y tiendas digitales: ese mismo jueves se vendieron 231.000 álbumes y 1,1 millones de canciones, lideradas por Purple Rain, Little Red Corvette, Kiss, Let’s Go Crazy y When Doves Cry. A pesar de no haber estado últimamente en el candelero de los medios masivos ni en lo alto de los rankings, en todas partes se reconoció su valor artístico, su talento y su creatividad desbordante. Noticieros, diarios, websites y redes sociales hablaron de Prince, mostraron imágenes suyas y publicaron infinidad de links a sus antológicas presentaciones en vivo. Insólitamente, una de las mejores definiciones no fue realizada por un periodista de rock, sino por el presidente de los Estados Unidos de ese momento, Barack Obama: “El mundo perdió un ícono creativo. Pocos artistas han influenciado el sonido y la trayectoria de la música popular de manera tan distintiva, o tocado a tanta gente con su talento. Como uno de los músicos más prolíficos y talentosos de nuestro tiempo, Prince lo hizo todo. Funk. R&B. Rock and roll. Fue un instrumentista virtuoso, un brillante líder de banda y un intérprete electrificante. Una vez, Prince dijo que un espíritu fuerte trasciende las reglas, y nadie tuvo un espíritu más fuerte, arriesgado o más creativo”.
En la Argentina se habló mucho de la única visita de Prince al país, en 1991, cuando un capricho o berrinche lo llevó a interrumpir el recital en River a los 77 minutos. Algunos se enojaron, otros se indignaron, pero Charly García resumió lo que pensamos todos los que nos retiramos más que satisfechos de la cancha: “Para mí no fue corto, ¡si seguía, me desmayaba! Fue demasiado”. Prince fue un músico revolucionario e innovador cuya visión creativa iba más allá de los géneros, uniendo estilos como un pintor utiliza una paleta de colores. Cruzó las fronteras sin prejuicios y con una imaginación desbordante. En su sonido siempre hay elementos de rock, funk, soul, rhythm & blues, rap, hip hop, psicodelia y pop, un collage que en los años 80 se dio en llamar el “sonido de Minneapolis”, gracias a la actividad junto a amigos como The Time, Sheila E., Apollonia 6, Brownmark y Jam & Lewis.
Su irrupción en la escena de su ciudad no pasó desapercibida, y a los 17 años llamó la atención de varios sellos importantes gracias a un demo. Eran tiempos de una industria discográfica vigorosa, con scouts de talentos nuevos y la costumbre de cultivar a un artista durante varios álbumes hasta exigirle resultados grandes.
Prince firmó con Warner por tres discos, y arrancó en 1978 con For You, cuyo sobre interno especificaba que todo había sido compuesto e interpretado por él, incluso los arreglos y “todos los 27 instrumentos”. En rigor, había una coautoría en la letra del tema Soft and Wet, pero todo el resto era ciento por ciento Prince. El álbum no pasó inadvertido y dos temas llegaron al Hot Soul Singles y al Billboard Hot 100. El mito había nacido, y los medios especializados ya hablaban de un pequeño (1,58 metros) genio de Minneapolis.
El ascenso siguió en 1979 con el LP Prince, que fue certificado Platino al superar el millón de copias, y llegó al ranking del Top R&B/Black Albums. Esa trilogía inicial en Warner se completó al año siguiente con Dirty Mind, que impactó por su sonido funk y las frases audaces, donde se hablaba de sexo de manera explícita, como en el tema Head, que aquí se tendría que haber traducido como “Pete”, a secas. En vivo, combinaba movimientos de pelvis con una imagen casi andrógina, con tacos altos, camisas con volados, maquillaje y pantalones bien apretados. Lograba tomar la hipermasculinidad casi misógina de la música negra y convertirla en un cóctel de sexualidad ambigua, sin dejar jamás de ser sensual para hombres y mujeres por igual. Tal como se dijo en muchas oportunidades, Prince no escribía sobre sexo, sino que él era sexo en estado puro.
En apenas tres años y tres discos, la semilla estaba plantada y Prince Rogers Nelson (su nombre completo) era mucho más que una promesa. Era lo más nuevo en la música negra, por haber logrado unir el soul de Smokey Robinson con el rock de Jimi Hendrix y el funk de George Clinton en una época de new-wave post-disco music. Su estilo directo y frontal en las letras iba más allá de las típicas rimas fáciles para estribillos pegadizos, y en sus discos siguientes (Controversy y el doble 1999) fue capaz de hablar de las armas nucleares, de Ronald Reagan, del asesinato de niños afroamericanos en Atlanta y de la muerte de Lennon.
Siempre inquieto
Amo y señor de Minneapolis, líder de una pandilla de artistas que integraban su séquito, Prince no quería quedarse quieto y solamente seguir sacando discos: pidió a su mánager que le consiguiera un contrato para protagonizar una película. El resultado de esa gestión fue el film Purple Rain, con su correspondiente banda de sonido y una historia con toques autobiográficos.
Recordemos el contexto: era 1984 y el canal de videos MTV no paraba de imponer artistas a fuerza de videoclips. En ese panorama, salir con una película musical llena de hits fue un gol de media cancha: la difusión en pantalla grande y chica propulsó las ventas hasta los 13 millones de copias y estuvo 24 semanas en la cima del ranking, desplazando a discos arrolladores como Thriller, Footloose y Born in the USA.
El plan del pequeño genio había funcionado: estaba en la cima del universo musical de la época, era un sex-symbol y comenzaría una maratón de conquistas amorosas a celebridades, desde Kim Basinger y Madonna hasta Sheila E., Carmen Electra y Susanna Hoffs (de The Bangles, a quienes les regaló el hit Manic Monday). Oficialmente, estuvo de novio con la hermana melliza de su tecladista Wendy, y recién se casaría muchos años después, primero con una chica de su cuerpo de baile y coros (la veinteañera Mayte García) y luego con Manuela Testolini.
Artísticamente, lo mejor aún estaría por venir. Perfeccionó el pop en el álbum Around the World in a Day y editó la banda de sonido de una nueva película, Under the Cherry Moon, donde estaban los hits Kiss y Girls and Boys. Este film no repitió el éxito de taquilla de Purple Rain, quizás debido a una fotografía en blanco y negro, más una historia centrada en un gigoló en los años 20. Lo que sí ganó fue muchas estatuillas de los Raspberry Awards a las peores películas del año.
Rebelde eterno, incapaz de seguir los carriles habituales de la industria, Prince no quiso hacer una gran gira, sino que inauguró el concepto Hit n Run, un título que repetiría en 2015, con shows ocasionales sin un cronograma interminable. También declaró que no sacaría más videoclips y decidió encarar dos proyectos discográficos en paralelo: uno con su grupo The Revolution (Dream Factory) y otro solista bajo su seudónimo femenino, Camille. Pero, de pronto, decidió disolver su banda estable y sacar todo ese material como un álbum triple llamado The Crystal Ball. La gente de Warner sabía que eso significaba vender mucho menos, así que lo obligaron a resumirlo en un disco doble, que terminó siendo uno de los más poderosos de su carrera: Sign o’the Times.
Aquí es necesario mencionar que ese trabajo causó un inmenso impacto en la Argentina, donde la prensa especializada por fin comenzó a tomar a Prince en serio, a la vez que músicos influyentes como Charly García y Fito Páez dejaron en clara su influencia en sus siguientes trabajos. El uso de baterías electrónicas, la combinación con sintetizadores y una banda con vientos eran solo algunos de los elementos que se filtraron en el rock local, además de letras profundas que hablaban del estado del mundo, del sida y de la búsqueda de la espiritualidad. Charly, de hecho, muchas veces tocó una versión de The Cross en sus shows.
Imparable, cambiante y ciclotímico
Prince parecía boicotear su carrera, o al menos su economía: no quiso salir de gira por los Estados Unidos (solo hizo Europa),y como único acto de compromiso aceptó filmar dos funciones para documentar el recital en una película que también se llamó Sign o’the Times. De inmediato quiso hacer otro disco, que de entrecasa se llamó The Black Album por su regreso a fondo al funk y una aproximación al hip hop. Hubo una primera edición, pero cuando ya estaba vendiendo 500.000 copias, el músico dijo que el disco era malvado (“evil”) y ordenó retirarlo de las disquerías. Recién vio la luz en forma masiva unos siete años después.
Para dejar en claro su flamante mirada espiritual y amorosa, enseguida grabó Lovesexy, la contracara del Black Album, con letras que hablaban de Dios, de la espiritualidad y de la lucha por superarse. Esta vez sí salió de gira durante todo 1988 y dio 84 conciertos, pero perdió plata por el alto costo de escenografía y producción. Era un genio, sin dudas, pero por momentos perdía contacto con los fríos números de la realidad, al igual que muchos artistas.
Finanzas al margen, su creatividad y su ritmo de producción eran imparables: comenzó a trabajar en una nueva película (Graffiti Bridge) y disco (Rave unto the Joy Fantastic), pero archivó todo cuando le propusieron trabajar en canciones para la primera de muchas películas sobre el superhéroe Batman, con dirección del talentoso Tim Burton. Se encerró en el estudio y rápidamente hizo nueve canciones, incluyendo el hit mundial Batdance, que lideró el ranking de Billboard.
Era 1990, ya comenzaba una nueva década, y la estrella de Prince seguía brillando más fuerte que nunca. Feliz, armó una nueva banda y convenció a la gente de Warner de financiarle la película Graffiti Bridge, asegurándoles que repetiría el éxito de Purple Rain. Pero se equivocó: solo recaudó cuatro millones de dólares y fue destrozada por la prensa y la taquilla. La banda de sonido, sin embargo, ratificó su talento musical: los temas Thieves in the Temple y Round and Round fueron éxitos.
Decidió barajar y dar de nuevo las cartas. Llamó a gente nueva y creó su grupo New Power Generation, con quienes lanzó el CD Diamond and Pearls, otro golazo con cuatro hit singles: Get Off, Cream, Diamond and Pearls y Money Don’t Matter 2Night. Pero no podía quedarse quieto ni sentirse domesticado por el éxito: volvió a patear el tablero y anunció que su siguiente disco tendría como título un extraño signo que mezclaba una cruz con los símbolos del sexo masculino y femenino. Los medios se desesperaron al tener que crear una tipografía para imprimir el simbolito, la gente se entusiasmó con las canciones (My Name is Prince y Sexy MF) y Warner comenzó a pensar que era hora de lanzar un compilado de grandes éxitos. Otra vez llegó el conflicto, y como señal de protesta anunció en 1993 que dejaría de llamarse Prince.
Lo explicó así: “Warner Bros tomó el nombre ‘Prince’, lo registró y lo utilizó como la principal herramienta de marketing para promocionar toda la música que hice. La compañía es dueña del nombre ῾Prince’ y toda la música vendida bajo ese nombre. Yo fui solamente un peón usado por ellos para generar más plata. El único reemplazo aceptable para mi nombre e identidad es este símbolo, que es impronunciable y representa lo que yo soy y lo que mi música es. Surgió de mi frustración y es quien soy ahora”.
La década del 90 transcurrió bajo la estrategia de lanzar un disco tras otro, para liberarse del contrato de Warner. Por ejemplo Come, The Love Experience y Chaos and Disorder, que cerró el ciclo con aquella discográfica. Arengado con la idea de tener un sello propio (NPG) y trabajar con distribuidoras independientes, enseguida sacó el triple Emancipation, el quíntuple Crystal Ball y Newpower Soul. Tal vez, este es el período menos popular de la obra de Prince, salvo para aquellos que se animaron a seguirle el ritmo y comprar discos caros. Como hit, el único fue The Most Beautiful Girl in the World. Genio, pero no loco, Prince fue claramente consciente de que era hora de volver a causar un fuerte impacto con un álbum, así que firmó contrato con una multinacional (Arista Records), lanzó Rave Un2 the Joy Fantastic y dio más reportajes promocionales que en ninguna otra etapa de su carrera. Hasta fue al ciclo Total Request Live de MTV y armó un concierto bajo el formato pay-per-view para celebrar el ingreso al nuevo siglo.
Tan ciclotímico como siempre, volvió a usar el nombre “Prince” y durante varios años solamente sacó discos por un sistema de venta directa por Internet, por ejemplo The Rainbow Children, N.E.W.S., Xpectation y el álbum en vivo One Nite Alone… Live! Consideraba que había hallado la manera de tener un contacto directo con los fans, a quienes invitaba a las pruebas de sonido y a visitar sus famosos estudios Paisley Park. Esta interacción con los fans fue filmada por el director Kevin Smith en un documental aún inédito.
Buenos tiempos
El 2004 fue un año clave, porque confirmó todas sus cualidades en un show en la entrega de los premios Grammy. Luego fue invitado al Rock and Roll Hall of Fame, y volvió a los primeros puestos de los charts con Musicology, lanzado con el poderoso sello Columbia. La gira de 96 conciertos fue un éxito, ganó varios premios Grammy y repitió la alianza con una compañía grande al sacar 3121 con Universal Music, que llegó al primer puesto del ranking y tuvo como hit el tema Te amo corazón (con la actriz argentina Mía Maestro en el videoclip).
Otra buena temporada fue 2007, cuando tocó en el medio tiempo del Superbowl y dio 21 fechas en el estadio O2 de Londres. También probó un nuevo esquema para escapar de la llamada “muerte de la industria discográfica”: su álbum Planet Earth se regaló con la edición del diario Mall on Sunday. Dos años después, probó asociarse con el sitio web LotusFlow, donde editó tres discos en un formato de box-set. Lo promocionó yendo a programas de televisión y llegó al puesto 2 del ranking.
Ya comenzaba a asomar la fuerza de las redes sociales, pero Prince seguía siendo un enigma, un artista envuelto en un halo de misterio solo comparable al de las viejas estrellas de Hollywood. Cada aparición pública era una noticia en sí misma, y luego venían meses de silencio fuera del radar de los paparazi. Laboralmente, se negó al sistema de venta digital, se fue de LotusFlow y sacó el disco 20Ten gratis dentro de revistas europeas. En 2011, sin embargo, firmó un primer acuerdo con iTunes y Spotify. Genio, pero no tonto. Para completar su célebre ciclotimia, luego firmó un regreso con Warner, a 18 años de su conflictiva partida, donde lanzó simultáneamente Plectrumelectrum (con la banda 3rdeyegirl) y Art Official Age. HitnRun salió en 2015 en un arreglo de exclusividad con Tidal.
El repaso de la vida de un grande como Prince es intenso, y solo resta desear que se siga redescubriendo y revalorando. El príncipe ha muerto. Viva el príncipe.