Las oportunidades que tiene para sobresalir un actor de reparto son pocas, porque su rol así lo requiere. En líneas generales, lo que le compete es sostener una estructura para que el protagonista brille. Pero en esos pocos momentos, las intervenciones pueden ser tan resonantes que terminan apuntalando una carrera histórica. Y eso es lo que pasó con The Band el 1° de julio de 1968 con la salida de Music from Big Pink: una sucesión de causalidades dio luz a un disco memorable del que se esperaba poco y se encontró mucho.
Así de horizontal como lo indica su nombre, The Band era, hasta ese momento, una backing band. Primero como The Hawks detrás del cantante de rockabilly Ronnie Hawkings, y luego como sostén musical nada menos que de Bob Dylan a partir de 1965, el grupo de origen canadiense fue vislumbrando de a poco la posibilidad de brillar con peso propio. Sus integrantes –Rick Danko (bajo), Levon Helm (batería y percusiones), Garth Hudson (teclado y saxo), Richard Manuel (piano y batería) y Robbie Robertson (guitarras)– se habían formado en Toronto y comenzaron a hacerse de cierto renombre gracias a sus probadas capacidades para tocar country, R&B y rock clásico, lo que les auguraba trabajos cada vez mejores.
Incluso cuando eran The Hawks, Danko y compañía se pensaban como una unidad indivisible, más allá de lo musical. Así, cuando Bob Dylan contrató primero a Helm y Robertson, estos aceptaron solo temporalmente hasta convencerlo de que seguirían si sumaba al resto del grupo. Todavía no se llamaban The Band, aunque siempre supieron que eran una banda. Pero las cosas no serían fáciles, ni para Dylan ni para sus en ese momento músicos soporte. En plena etapa de transición hacia la electricidad, el otrora cantante folk vio cómo sus seguidores le dieron la espalda al punto de llamarlo “Judas”, por abandonar su intransigencia acústica, encantado con el sonido de guitarras de The Beatles y The Byrds, más otras bandas de rock and roll que acaparaban la atención de los jóvenes. La salida de Blonde on Blonde (1966), sin embargo, comenzó a allanar el camino para el cantautor, que pudo centrarse en sus intereses con mayor confianza.
Así fue como en 1967 se encerró con sus músicos a grabar material que sería editado recién en 1975 con el nombre The Basement Tapes. Si el ejercicio le sirvió a Dylan para potenciar su condición de prolífico –en un momento de reclusión luego del accidente en moto que sufrió en 1966– también fue para el grupo la confirmación de que tenían materia y material para lanzar su primer disco en solitario. El proceso de solidificar el grupo y afianzar las composiciones ya estaba completo, solo faltaba animarse a dar el paso. A principios de 1968, Albert Grossman, mánager de Bob Dylan, les consiguió contrato con Capitol (en primera instancia fueron firmados con el nombre “The Crackers”), y de inmediato entraron a grabar en los estudios A&R de Nueva York para terminar en Los Ángeles.
Desentendida de la psicodelia que imperaba en ese momento, The Band se mantuvo fiel a sus convicciones: se registraron las tomas en vivo, prácticamente sin sobregrabaciones, y se priorizó un sonido orgánico. Reivindicar las raíces sin irse por las ramas. Tal fue el sentido de pertenencia que el grupo decidió bautizar a su disco debut Music from Big Pink en honor al nombre de la casa en Woodstock donde se habían realizado las Basement Tapes que sirvieron de germen para el álbum.
Aunque en principio Bob Dylan se había ofrecido a cantar en algunos temas, más tarde entendió que su nombre podía opacar a los integrantes del grupo y finalmente desistió de participar… aunque no del todo. Tres canciones del disco lo tienen como compositor: “I Shall Be Released”, “This Wheel’s on Fire” (en colaboración con Danko) y “Tears of Rage” (el track inicial, que compuso junto a Robertson). Como bonus, la portada es una pintura en estilo rupestre realizada por él mismo y que contiene un detalle no menor: muestra a seis músicos en escena. Más o menos implícita, la presencia del creador de “Like a Rolling Stone” funcionaba como una suerte de apadrinamiento y bendición para el álbum.
Tan alejado de la superproducción lisérgica de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band como del ruido avant-garde de The Velvet Undergroud & Nico (ambos editados un año antes), Music from Big Pink privilegia el encanto rural en canciones con arreglos prolijos y melodías vocales de resonancia folk. Entre el género americana y el rock roots, The Band hizo de su carta de presentación un manifiesto clasicista, con la tradición como punto de partida y de llegada. Por eso, cada pequeño volantazo se escucha como un descomunal acto de arrojo. “Chest Fever”, por ejemplo, comandada por el teclado de Garth Hudson, sorprende por establecer un clima acid-rock entre citas a la Toccata y fuga en re menor, de Johann Sebastian Bach.
Pero los momentos de lucimiento personal son acotados. The Band suena, sí, como una banda, una banda que supedita las individualidades al cuidado de las melodías y la instrumentación, sus principales fetiches. Entre las inflexiones soul de Richard Manuel (chequear cómo estira las vocales en “Tears of Rage”) y la crudeza country de Rick Dank (“Caledonia Mission”), cada canción suena como una jam relajada en la que la cohesión musical se da siempre de forma natural. La cadencia country de “The Long Black Veil” parece funcionar como ejemplo cabal de la idiosincrasia del grupo. Con paciencia y relajo provinciano, el personaje de la canción relata, desde el más allá, su ejecución luego de ser falsamente acusado de asesinato y de negarse a declarar su coartada porque la noche del homicidio estaba con la mujer de su mejor amigo. De fondo, entre panderetas y guitarras rasgueadas, la música parece venir a calmar el panorama dramático de la historia.
Conservando la formación hasta su primera separación en 1977 y regresando con algunas modificaciones en 1993, The Band editó diez discos de estudio más: ninguno alcanzó el nivel y el reconocimiento de Music from Big Pink. George Harrison, Roger Waters y Eric Clapton fueron algunos de los músicos más relevantes que reconocieron el impacto de sus canciones. Como pocas veces en la historia de la música, un grupo concebido para el lucimiento de un solista logró torcer el destino y brillar con luz propia. Y no necesitó más que de la camaradería de sus integrantes y la fe en 11 canciones inquebrantables.